El chico de al lado

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La mañana siguiente.

Había comprado su primera varita un mes después de haber tomado café con leche con Bruno, cuando en una de sus caminatas por la capital británica, le había llamado la atención una tienda que exhibía en sus escaparates túnicas y escobas: una tienda dedicada solamente a Harry Potter. No pudo evitar sonreír y recordar las palabras que le había dicho, quiso que estuviera ahí. Que viera que hacia lo que le había dicho, compraría una varita para demostrarle que no era un "sangre sucia".

La desempacó y sacó de su estuche para ponerla en un pedestal que había comprado para exhibirla como una reliquia. La puso en su librero cerca la entrada, entre el salón y el pequeño comedor que seguía vacío salvo por la mesa redonda y dos sillas, una planta cuyas hojas caían sin chiste adornaba la esquina, donde iría el mueble de la loza. El salón y su habitación era lo único que ya estaba más o menos decente. Cada día tomaba forma de hogar, por fortuna no eran necesarias tantas reformas, las paredes seguían pintadas de un azul aciano que reconfortaba a Evan y las ventanas no estaban tan llenas de polvo.

Sintió su móvil vibrar, rompiendo sólo un poco esa atmósfera tranquila que el olor a café y tostas recién hechas y Slow Hands de Niall Horan de fondo habían generado.

-Tom, sup? -sirviéndose una taza de café -, oh. No, it's fine... Yeah maybe at lunch -rió un poco al oír a su amigo decir una broma -. No. I want you in that cafeteria. It's not big deal. I can take the subway -mirando que esa posibilidad era un poco vaga para él. - okay, don't waste time on me and go for the girl. You're the boss... Bye.

Hizo morros en cuanto se despidió de su amigo. Dejó su móvil sobre la barra y lo miró fijo. Por un lado se sintió un poco tranquilo, por un día no fingiría no oler ese picor de cigarrillo dulce que solía fumar Tom con sus otros amigos, lo malo era que no sabía sí era posible llegar al trabajo desde ahí en metro.

Llamaron a la puerta. Pensó que desde que se había mudado había coincidido con pocos vecinos, había hablado con Tom, su mejor amigo en Madrid así que no se esperó que nadie tocara tan temprano. Sin dejar de mirar su móvil y comer una tosta que sostenía con la boca mientras la masticaba abrió. Se había olvidado de él: -Buenos días, vecino -canturreó alegre Bruno con las manos en los bolsillos.

Evan abrió la boca, dejando caer su tosta al verlo ahí parado, vestido para un nuevo día pero que cogió ágilmente antes de que cayera al piso. Él todavía estaba en pijama. Un pijama vergonzoso de Pokémon y una playera de manga larga azul marino y descalzo.

-Bruno. Hola... -siendo sorprendido de nuevo por los dos besos que le dio para saludarlo -Pasa... -luego de aspirar por completo ese olor cítrico que tenía la última fragancia Zegna.

Bruno se detuvo a verlo un momento: un cabello mucho más esponjado y rebelde del que solía mostrar; mejillas enrojecidas y la ingenuidad aún presente. Ahogó como pudo una enorme carcajada por ver impreso en su pijama un psyduck en la pierna izquierda y parte del trasero del pantalón de su pijama.

-Pero bueno - acercándose a la varita -. Muy buena opción -dispensando ese impulso.

Bien, pensó Evan. Había ignorado su pijama, pero él no había olvidado el buen culo que Bruno tenía. Esos vaqueros le quedaban a la perfección y que decir de su camisa a cuadros grandes blancos y azules.

-Encino y crin de unicornio -exhibió orgulloso. Eso es lo que decía la etiqueta.

Volteó a verlo: era guapísimo.

-¿Has tomado ya el desayuno? -mirando su pequeña cocina, el olor a café era exquisito y llenaba todo el piso - ¿Tomado una ducha? - mirando el desorden que era el rubio - ¿Debo volver después? - señalando la puerta. Evan sólo rió. Tenía que ducharse y desayunar e ir al trabajo pero, no sabía bien en que orden.

-Supongo que debo arreglarme. No puedo creer que ya estés listo a estás horas - Bruno encogió los hombros y cogió una guinda de un tazón en la mesa de la cocina.

-Vale. Entonces... ¿por qué no vas a ducharte y yo voy a por cosas para preparar el desayuno?

Evan miró como Bruno supo rápidamente donde estaban las tazas y se sirvió un poco de café. Sonrió alivio al ver que tenía confianza con él.

-Bien. Pero, tengo cosas en la nevera.

-Bien -confirmó Bruno viéndolo ir hacia su habitación.

Cuando salió, estaba ya vestido: un pantalón de lana gris Oxford, camisa blanca y una cazadora vaquera. El cabello a raya que dejaba sólo unos cuantos rizos en su fleco rubio castaño, reluciente. Bruno se quedó con la boca abierta. Derramaba elegancia. Era guapísimo.

-¿Es demasiado? -estirando las mangas de su cazadora.

-Estás perfecto.

-¿De verdad? Es que es mi primer día de trabajo en lo que comienza las clases... - acomodando el cuello de la cazadora.

-Por supuesto. Es más, te acerco.

-¿Tienes auto? -aceptando el zumo que había preparado que tenía un color verdoso y una textura pastosa pero que sabía muy rico.

-No -respondió riendo -, en esta ciudad es casi imposible encontrar parking así que... prefiero la bici o el colectivo.

-Y así te preocupas menos... -incluyó Evan tomando un poco de las aceitunas que coronaban el huevo escaldado sobre una cama de judías verde y tocino en la boca. De verdad Bruno sabía cocinar. Le vendría bien tenerlo cerca.

-Y el estrés del tráfico... - aseguró Bruno tomando más café.

Ambos rieron. Tenían las mismas razones para preferir andar. Terminaron con el desayuno.

-¿Dónde trabajas? - poniéndose una bufanda, aunque hacia sol el frío comenzaba a calar.

-En una revista. Soy fotógrafo -cogiendo su abrigo del sofá en que lo había dejado.

-¿Y qué hacías en la tienda?

Bruno lo miró. Decir que estaba desempleado sobraba así que mejor decidió decirle: -Estaba esperando encontrarte... -firme, sin asomo de duda.

-Vale. Entonces vamos -cogiendo su macuto negro, de imitación de cocodrilo. Bajando los peldaños de dos en dos.

-¿Dónde lo llevo, Sir? -dándole un casco.

Tenía una bici sí, pero ese día prefería llevar una moto. Evan sonrió al oírlo. Sacó un trozo de papel y se lo dio a Bruno. Este hizo un gesto que iluminó su rostro.

-Venga, sube -Evan obedeció -, a la inglesa - observó Bruno al no sentir las piernas del rubio a cada lado.

-¿Hay otra forma? -buscando un sitio para sus manos.

-Sujétate fuerte.

Y sin esperar nada, sintió las manos de Evan aferrarse a su cintura. Madrid era increíble sobre una moto. Con el viento en el rostro y el idlo casi despejado; los edificios antiguos que se alejaban para dar pasó a los más modernos, de cristal.

-Bueno. Es aquí -aparcando -. Vamos -señalando uno bajito, sin sombra que cubriera la acera.

-¿Y tú empleo? No vas a faltar por mi... -quitándose el casco y dejando que su cabello brincara libre; su cabello quebrado daba juego a un par de rizos en su fleco.

-Vamos a trabajar juntos -obvió el moreno señalando que él también trabajaría en la misma editorial.

-Debo irme, llego tarde -dejándole un beso como despedida. La verdad es que su piel era suave y le gustaba sentirla.

El Último Chico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora