Capitulo 20

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Martes, 13 de abril de 2010

Las tinieblas engulleron la noche como si se percatara de que algo trágico iba a suceder. Me dirigí hacia el refugio del bastardo de Metzger, de camino aquel sitio encontré un soldado y no dejo aprovechar la ocasión para informarme del lugar. Me moví entre las sombras hasta que estuve a su espalda. Era un soldado joven que probablemente acababa de alistarse en el ejército con esperanzas de hacerse un hombre o de llegar a ser alguien importante, lo sorprendo con la espada al cuello y comienza a temblar de pies a cabeza y suplicaba por su vida entre lágrimas. Le contesté que la pérdida de la vida, y pregunte, ¿que sucedía en aquel castillo maldito? a lo que él responde "según los habitantes del pueblo que no se atrevían a acercarse al lugar, algunas noches de la luna llena se podía oír el lamento como si fuera una bestia se tratase"  durante muchas décadas resonaba por todo el acantilado que bordeaba el castillo y contaban que tiempo atrás desaparecieron varias chicas jóvenes del pueblo, al principio las que se adentraron en el bosque, pero poco después desaparecieron las que se encontraban en sus moradas. Un grupo de hombres se adentraron en el bosque para dirigirse hacia el castillo, durante tres días no habían llegado al pueblo, pero cuando llegaron, regresaron sin nada, y comentaron que el castillo estaba en ruinas y deshabitado, y no lograron tener algún rastro de las jóvenes ni de los hombres que fueron al castillo, que se volvieron locos al creer que oían las voces de sus hijas dejando sus oficios, casas y esposas, y se dice que llegaron a formaron una especie de secta. Tras aquel relató el joven se quedó en silencio, mientras que yo reflexionaba y encajaba las piezas de ese enigma. Le susurré al joven que lo dejaba libre pero con dos condiciones, la primera seria que no podía decir a nadie que acababa de suceder, y la segunda seria que dejara a un lado ese camino, seguido de esto le dije que  si solo traes la muerte al mundo desperdiciarías tu vida y la de aquellos a los que aprecias. Él asintió y lo solté, se volvió ante mí, cogió su espada y la tiró al suelo, luego salió corriendo. Después de muchos años descubrió que acabó siendo un famoso filósofo pero esa es otra historia,  la noche se tornaba oscura y fría y no se detendría por mi causa.

Recorrí el camino pedregoso y angosto hacia el castillo de Goirt. Después de largo rato pude visualizar el castillo, junto a un acantilado sin fin y oscuro, y al fondo de un cinturón de montañas altas, envueltas en nubes negras que solo dejaban ver un horizonte morado con sus relámpagos. Me acerqué al castillo con sigilo, mire sus alrededores, una y luz en una venta enrejada me llamó la atención, estaba allí Seras, encadenada pero acompañada por un hombre, bien vestido que no pude diferenciar.

La única manera de entrar fue por la zona alta del castillo, desde allí pude acceder al interior. Pasillos y pasillos descubiertos por la luz de la luna que entraba por las ventanas, se dio un ambiente siniestro, el aire estaba cargado, el polvo y las telarañas me rodeaban, los siglos de abandono hicieron que las entrañas del castillo se marchitaran. Al final encontré unas escaleras que me condujeron al salón principal, donde para mi sorpresa se encuentra mi enemigo Metzger, sentado en una especie de trono, en la más absoluta oscuridad que solo se iluminaba por su sonrisa y mirada fija y burlona que se dirigida hacia mí, su aplauso fue lo único que rompió el silencio y una risa desencajada y llena de locura que resonó en la noche.

El diario de Lord AlucardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora