Capitulo 38

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Domingo, 12 de junio de 2011.

Allí estábamos, con la única melodía de las voces de los cuervos que nos rodeaban. Mi herida en la ceja no paraba de sangrar, la sangre goteaba por mi barbilla y entraba en mi ojo, viendo por el todo rojo, mientras el costado de Barnabás teñía su camisa de negro y goteaba por su fina tela blanca hasta el suelo de piedra.

No tenía tiempo que perder, el veneno recorría mis venas como si fuera plomo fundido, así que decidí embestir contra él con dureza, sin darle tregua, después del combate podría descansar un poco y reponer fuerzas con su sangre, si los cuervos dejaban algo, ya que no dejaban de mirarnos con sus ojos, impacientes por probar nuestra carne.

Ataqué frontalmente, pero al estar tan débil me esquivó sin problemas, estrellando el acero de mí espada contra la fría y dura piedra de la fuente central, aunque me tenía de espaldas a él no me atacó, seguía cediéndose a sus ideales nobles. Volvió a esperarme en guardia, sabía que estaba débil, en aquel momento pensé que los cuervos me estaban esperando para devorar mi cuerpo y llevar mi alma a los infiernos.

El filo dorado de su florete resplandecía con la luz del lugar, notaba como sus ojos oscuros se posaban sobre mí mientras su rostro inmutable no desvelaba ni un ápice de alegría, eso me desesperaba. Me volví para enfrentarme a él, más cuervos bajaron del tejado y se posaron alrededor de nosotros, sobre la fuente, los pequeños arboles y setos que decoraban aquel jardín. Decidí centrarme en su arma, si conseguía romperla la victoria sería mía, así que embestí duramente contra su florete, nuestros filos chocaban con fuerza, él se limitaba a esquivar la mayoría, sabía que un golpe certero haría añicos su filo, aunque no conseguía romperla, al menos lo estaba agotando poco a poco, su herida no paraba de sangrar y poco a poco su rostro empezaba a reflejar una palidez de ultratumba.
Sus movimientos eran precisos, su mano danzaba con el florete mientras sus pasos marcaban el ritmo, su estilo me impresionaba, nunca antes vi algo semejante, acostumbrado a la crudeza de la guerra, estos estilos refinados nunca me habían despertado el menor interés. Pero no podía darle tregua, sabía que si tenía la oportunidad lo atravesaría sin mostrar ninguna compasión, sin importarme lo más mínimo, si era honorable o deshonroso, una bestia no entiende de moral y ética, solo de vida o muerte.

Barnabás se defendía pero también intentaba darme alguna estocada, ahora buscaba puntos vitales, si podía atravesar mi cuello lo haría, era la deficiencia de su arma, que solo podía clavar y hacer pequeños cortes, pero para cortar un miembro o degollar a alguien necesitaba más filo y acero. Entonces me fijé en lo que nos rodeaba y en como cuando llegué el alimentaba a un cuervo, si atacaba a los animales tal vez él ardería en cólera.

Me alejé de él, en ese momento le extrañó pero al ver mi sonrisa en mi cara comprendió que mi maldad no tenía límites, y que haría todo por la victoria, me dirigí a la fuente, con fuerza y saña empecé a destrozar a aquellas aves, convirtiéndolas en carne picada y sangre, sus plumas negras envolvieron el lugar, como una extraña y siniestra lluvia que caía sobre la piedra del suelo y el agua de la fuente.
Como esperaba, Barnabás se llevó las manos a la cara, horrorizado, como si en ese momento estuviera acabando con su familia o desmembrando su alma, gritando de cólera y cayendo de rodillas, sus ojos ardían en ira y sus lágrimas recorrían su rostro, un rostro que al fin mostraba sentimientos.
Se levantó empuñando su florete con fuerza, respirando sonoramente, sus ojos habían perdido la serenidad de aquel jardín, ahora si empezaba el verdadero combate, entre dos bestias. Corrió hacia mí gritando, encolerizado, hasta que nuestras espadas se volvieron a encontrar, notaba su aliento y enseñaba sus fauces rabioso. Ahora era evidente mi superioridad, ataqué sin piedad y él respondía hasta que logré desarmarlo, su florete salió volando y rompió una de las cristaleras cuyos cristales cayeron en cascada mientras los ojos de Barnabás se apagaban, pero antes de que su brillo se apagara se los corté, atravesando el filo de mi espada por sus ojos dejandolo ciego y sumido en las desesperación y los gritos de dolor, ahora si había probado la verdadera oscuridad gracias a mis manos.
Cayó al suelo, arrodillado, con los ojos ensangrentados y perdido; los cuervos empezaron a bajar y a arremolinarse alrededor de él, esperando la venida de su muerte. Con paso firme avancé hasta él, los cuervos se apartaban a mi paso dejando un pasillo hasta él mientras seguían mi avance, como un verdugo que sujeta su mejor hacha para acabar con la vida del reo. Me paré ante él, sabía que estaba allí y se resignó, sin mediar una palabra como queriendo no estropear aquel último rito. Me acerqué lentamente hasta su cuello y clavé mis dientes con fuerza, noté incluso como sus vertebras crujían ante el paso de mis fauces y me alimenté de su sangre espesa y negra, su sabor no era muy diferente al de la sangre roja, pero me sirvió para recuperar algo de mi vitalidad y agilidad.

Cuando absorbí toda su sangre deje caer su cuerpo lentamente, los cuervos esperaban ansiosos su festín, le dí la espalda, salí de aquel tétrico circulo y se inició el banquete, los cuervos luchaban por la carne de aquel que había sido su señor y amo, pero ahora los alimentaría por última vez, en pocos minutos no quedó más que los huesos y su traje elegante. Crucé de nuevo la puerta de la cristalera y ví su florete en el suelo, algo en mí me hizo tener un último gesto con él, la cogí y la llevé junto a lo que quedaba de su cuerpo dejándola en su mano, un soldado siempre muere con su arma en la mano.

Tras aquello me encaminé por el largo e infinito pasillo de aquella fortaleza en busca de mi ansiada venganza.

El diario de Lord AlucardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora