Capitulo 1

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Pecaminoso.
Vergonzante.
Esas dos palabras pasaron por la mente de Andrea Criswell mientras se
estiraba lánguidamente sobre la toalla en la playa de Masón Bridge, Florida, a
últimos del mes de junio. Tres gloriosas semanas de sol y arena.
Tres gloriosas semanas sin dar ni golpe. Andrea abrió un ojo para vigilar a su
hijo. Nathaniel estaba sentado a sus pies, haciendo montoncitos de arena. Su pelo
rubio brillaba bajo el sol y sus diminutas facciones estaban ensombrecidas por la
concentración.
El corazón de Andrea se hinchó al mirar al niño y levantó los ojos al cielo para
dar gracias por aquellas vacaciones que le había regalado su abuela. Tres semanas de
vacaciones con su hijo. Nada de hospital, nada de guardería…
En la distancia, podía ver las olas y a la gente colocando sombrillas y toallas
sobre la arena, entre el mar y el sitio en el que estaba tumbada con el niño. Era
temprano, pero la playa pronto se llenaría de bañistas.
Andrea dejó caer la cabeza y suspiró de nuevo. Aquellas eran sus primeras
vacaciones en mucho tiempo. Incluso cuando estaba embarazada, había trabajado
hasta un día antes de dar a luz y volvió al hospital dos semanas después del
nacimiento del niño.
Pero su abuela había querido darle una sorpresa. Sin decirle nada, compró los
billetes de avión, reservó la habitación en el hotel y después le presentó el asunto
como un hecho consumado. Era el mejor regalo que le habían hecho en toda su vida.
Andrea se dio cuenta entonces de que Nathaniel había dejado de echarle arena
en los pies y se incorporó, inquieta.
— ¡Nathaniel! Ven aquí, cielo —llamó a su hijo, que estaba a unos diez metros
de ella. Pero el niño no le hizo caso y siguió caminando, para dejarse caer en la arena
unos metros más adelante—. ¡Nathaniel!
En ese momento, Andrea vio a un hombre corriendo por la playa. Corría tan
rápido y tan concentrado que no parecía haber visto al niño que estaba en su camino.
El grito de Andrea rompió el aire tranquilo de la mañana. El corredor vio a
Nathaniel y en el último segundo intentó apartarse, pero la maniobra falló cuando el
niño se levantó y pareció dirigirse directamente hacia sus piernas.
El hombre cayó al suelo. Andrea escuchó un sonido, como el de un hueso al
partirse, y después un grito de dolor.
—Dios mío —murmuró, corriendo hacia el hombre que estaba tendido en el
suelo con la pierna derecha colocada en un ángulo imposible. Un ángulo que, según
su experiencia, evidenciaba una fractura—. Que alguien llame a una ambulancia gritó a la gente que miraba, antes de inclinarse hacia el herido—. No se mueva.
Enseguida llegará un médico.
Los ojos del hombre eran de un azul muy claro en contraste con su piel
bronceada. No se había afeitado y una sombra oscura cubría sus facciones, dándole
un aspecto formidable. Andrea  no sabía si era dolor o furia lo que brillaba en
aquellos ojos, haciendo que el azul pareciera casi de hielo.
—Ese niño ha intentado matarme —dijo el hombre, entre dientes.
Estaba furioso, pensó Andrea. Muy furioso.
—Lo siento mucho —murmuró, observando su mano derecha, que empezaba a
hincharse. Al caer, había colocado la mano en mala posición y sospechaba que debía
tener también un par de dedos rotos, además del hueso de la pierna.
Se sentía responsable. Era culpa suya. Debería haber estado vigilando a
Nathaniel con más atención.
—No se puede imaginar cuánto lo siento —añadió, compungida.
—¿Qué es lo que siente? —preguntó él, haciendo un gesto de dolor.
—Es mi hijo.
—¿Y cómo se llama, «Terminator»?
Andrea se arrodilló frente a él y cuando el hombre lanzó un gemido de dolor,
se dio cuenta de que había apoyado la rodilla en su mano sana.
—Lo siento.
Cuando intentó mover la rodilla, nerviosa, lo golpeó en las costillas sin querer.
—Por favor, señora, apártese antes de que me mate.
No pudieron seguir hablando porque una ambulancia apareció en la playa en
ese momento. Unos segundos después, los enfermeros colocaban al hombre en una
camilla.
Andrea  guardó sus cosas a toda prisa y siguió a la ambulancia en el coche que
había alquilado para las vacaciones.
—No puedo creer que haya pasado esto —murmuraba para sí misma mientras
seguía al vehículo.
¿Cómo era posible que la mañana hubiera empezado tan bien y, de repente,
todo se hubiera estropeado de esa forma?
Nathaniel parecía completamente ajeno al caos que él mismo había organizado.
El niño hablaba consigo mismo, en ese lenguaje incomprensible suyo, sonriendo
como si le divirtiera todo aquello.
Pero Andrea  no se estaba divirtiendo. Estaba aterrada. ¿Y si era algo peor que
una pierna rota? Aunque una pierna rota ya era suficientemente horrible. ¿Y si aquel
hombre decidía demandarla? Si quisiera, podria dejarla en la ruina

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora