Capitulo 11

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Andrea hizo todo lo posible para concentrarse en los informes, pero no podía
dejar de mirar a samuel, sentado en el sofá, mirando al vacío.
Estaba anocheciendo y habían encendido las luces. A pesar de la iluminación,
las sombras del atardecer parecían reflejarse en su rostro.
Andrea se preguntó si le dolería la pierna y por enésima vez, se sintió
responsable. No podía creer que su hijo, tan pequeño, hubiera hecho caer a aquel
hombre tan grande.
El culpable estaba dormido en el suelo, como un bendito.
Era difícil para ella admitir el afecto que el niño parecía sentir por samuel. A
Nathaniel no parecían molestarlo en absoluto sus gruñidos ni su expresión huraña.
Andrea  frunció el ceño, intentando concentrarse de nuevo en la pantalla del
ordenador.
—¿De verdad seguiste a esta mujer, Beth Daniels, durante cuatro días?
Samuel la miró entonces.
—A todas partes. Me quedaba frente a la peluquería mientras se arreglaba el
pelo, la seguía a la tintorería, la observaba mientras almorzaba con sus amigas y me
sentaba tras ella en el cine mientras se comía un kilo de palomitas.
—¿Y ella nunca sospechó que la seguías?
Samuel  sonrió, y el gesto hizo que sus ojos se iluminaran.
—Ya te dije que soy muy bueno.
— Yo me daría cuenta si alguien estuviera siguiéndome.
—Si te siguiera yo, no —rió él—. En el caso de Beth Daniels, su marido me
contrató para comprobar si lo estaba engañando.
Andrea  tomó las fotos que iban con el informe. Una mostraba a una atractiva
rubia llamando a la puerta de la habitación de un hotel. La siguiente era una
fotografía de un hombre alto y moreno abriendo esa puerta y la tercera, la rubia
saliendo de la habitación.
—Pues parece que sí.
— Sí —asintió samuel —. La tercera noche, cuando su marido estaba en una cena
de negocios, la señora Daniels tuvo una cena privada.
Andrea dejó las fotografías sobre la mesa, con expresión triste.
—¿Y por qué no le preguntó el señor Daniels si lo estaba engañando?
Él la miró, con expresión de sorpresa.
—Porque las mujeres mienten.
Había una vehemencia en esa respuesta que sorprendió a andrea.—No todas las mujeres mienten. A mí esto me parece un poco…
—¿Rastrero? —terminó samuel la frase por ella—. Yo soy un tipo rastrero que hace
un trabajo rastrero.
Andrea se puso colorada.
—No quería decir eso. Quería decir que me parece muy triste que sea una
tercera persona la que tenga que averiguar si alguien está engañando a la persona
que quiere. O a la que se supone que quiere.
Samuel  sonreía cínicamente.
—En mi trabajo y en mi experiencia, he aprendido que el amor es solo una
fantasía para esconder otras necesidades, quizá no tan puras.
—¿No creerás eso de verdad?
El brillo de dolor en los ojos azules del hombre le decía que no estaba
bromeando. Todo lo contrario. Samuel apartó la mirada, como si temiera que ella leyera
sus pensamientos.
—Lo creo firmemente —dijo por fin. Cuando volvió a mirarla, la vulnerabilidad
que andrea  había creído ver en sus ojos, había desaparecido — . El amor es una
fantasía, un concepto creado por los poetas y extendido por la industria del
entretenimiento. Los únicos matrimonios que duran para siempre son los que están
basados en intereses económicos.
Andrea  lo miró, incrédula. Su cinismo despertaba una extraña tristeza en ella.
¿Cómo podía vivir sin la esperanza de encontrar el amor verdadero? La suya debía
ser una existencia vacía, desierta.
—Eres un caso,samuel  Coffey. Yo diría que alguien te ha hecho mucho daño.
—Y yo diría que tú vives en un mundo de fantasía. Tú precisamente deberías
saber que el amor no es real. Creíste que tu novio te amaba y mira lo que ha pasado.
Eres una madre soltera porque creíste en esa tontería del amor.
—Eso no es verdad —exclamó andrea —. Soy una madre soltera porque me
enamoré del hombre equivocado, no porque creyera en el amor. Y no pienso volver a
cometer ese error nunca más.
—Ya —murmuró samuel , sarcástico—. La próxima vez, conocerás a tu príncipe
azul, que está esperándote en alguna parte.
—Eso es —dijo ella, firmemente convencida—. Y viviremos felices el resto de
vuestras vidas.
La convicción que había en su voz era casi entrañable.
—¿Siempre has sido tan ingenua?
Andrea sonrió. Aquella discusión empezaba a ser estimulante. No se sentía en
absoluto ofendida por sus comentarios. Estaba tan convencida de aquello que nada
ni nadie la haría cambiar de opinión.
—Uno de los dos es un ingenuo, pero yo que tú no señalaría a nadie.samuel  sonrió también, una sonrisa auténtica que iluminaba sus ojos y que causó
una especie de pequeña explosión en el corazón de andrea .
—Yo no soy el ingenuo, andrea . Es que no creo en los cuentos de hadas.
—Pues espero que un día quieras a alguien de verdad y, cambies de opinión.
De nuevo le pareció ver una sombra de dolor en los ojos del hombre. Pero tan
rápido como apareció, había desaparecido.
—Lo dudo mucho.
En ese momento, sonó el teléfono.
Samuel alargó el brazo para descolgar el auricular mientras andrea  se concentraba
de nuevo en los informes.
—¿Qué? ¿Cuándo? —lo oyó exclamar. Su voz sonaba muy tensa y andrea
temió pulsar la tecla de impresión porque intuyó que aquella conversación era muy
importante —. Gracias por llamar —dijo samuel antes de colgar—. ¡Maldita sea! —
exclamó después, golpeándose la escayola.
—¿Qué pasa?
—¿Que qué pasa? —repitió él, intentando levantarse—. Lo que pasa es que un
hombre al que llevo un año intentando localizar estará mañana en un sitio y yo tengo
una escayola en la pierna, así que no voy a poder seguirlo.
— Yo podría llevarte —se ofreció andrea.
Samuel la miró como si hubiera perdido el juicio.
—¿Y qué sabes tú de seguir a alguien?
Ella se encogió de hombros.
—Lo que he visto en las películas. Se compran un montón de hamburguesas, se
sienta uno en un coche a esperar y ya está.
Samuel tuvo que sonreír.
—Pues no vas muy descaminada. No es peligroso, pero podría ser un día muy
aburrido.
— Qué va. Me encantaría poder contarle a mis amigas que estuve siguiendo a
un sospechoso durante mis vacaciones.
Andrea no sabía por qué quería hacer aquello. Quizá porque seguía sintiéndose
responsable por la escayola de samuel. O quizá porque algo en la oscuridad repentina
de sus ojos la retaba a devolverles la luz.
— Muy bien —asintió samuel—. Si esto no fuera tan emocionante para ti y yo no
hubiera estado siguiendo a ese tipo durante tantos meses, nunca aceptaría tu oferta.
—Pero como yo misma me he ofrecido… —sonrió andrea —. Además, no
tienes alternativa.
—Eso es verdad —suspiró samuel , mirando a Nathaniel—. Supongo que nopuedes dejar al enano en el hotel mientras dure la operación.—No —dijo ella, preguntándose cuándo había dejado de ofenderla que se
metiera con su hijo. Quizá era desde que salió a la terraza y lo vio acariciándolo—. Y
solo admitiré que lleve el cinturón de seguridad —añadió, antes de que él sugiriese
alguna otra forma de sujeción.
—¿Seguro que no puede quitarse el cinturón de seguridad?
— Seguro, samuel. No te preocupes. Te prometo que Nathaniel no va a atacarte —
sonrió, pulsando la tecla de impresión—. Ya está. Este era el último informe.
—Muchas gracias.
—¿A qué hora debo estar aquí mañana para iniciar la operación?
—A las seis.
—¿A las seis? —repitió andrea , horrorizada.
—Eso he dicho.
—Pues será mejor que me vaya ahora mismo — dijo ella entonces, inclinándose
para tomar al niño en brazos. Nathaniel se despertó, pero después de echarle los
brazos al cuello volvió a quedarse dormido.
Samuel tomó la bolsa de los pañales y el bolso de andrea  y los colgó del brazo de
las muletas.
— ¿Seguro que quieres hacerlo? —preguntó, en el porche.
—Claro que sí.
—Entonces, nos veremos por la mañana.
—A las seis en punto —dijo andrea , sonriente.
—Gracias por todo —se despidió él, devolviéndole la sonrisa.
De nuevo, la sonrisa del hombre provocó una pequeña explosión en su interior.
—De nada —murmuró andrea , bajando las escaleras del porche con las piernas
temblorosas.
Aquella sonrisa masculina, sin cinismo alguno, completamente auténtica, tenía
el poder de enviar un escalofrío por todo su cuerpo.
Después de colocar a Nathaniel en su sillita, se sentó frente al volante. Samuel 
seguía en el porche.
Incluso con muletas y una escayola en la pierna, aquel hombre era más sexy que
el demonio y, por un momento, andrea  se preguntó cómo sería estar entre sus
brazos, ser acariciada por aquellas manos fuertes y grandes, ser besada por aquellos
labios sensuales…
—¿Qué me está pasando? —murmuró para sí misma mientras arrancaba el
coche.
Cuando samuel  sonreía de esa forma y sus ojos  se iluminaban como
estrellas algo le ocurría por dentro. Algo que no entendía.Se preguntaba cómo sería samuel con una permanente sonrisa en los labios.
¿Cómo sería si algún día recuperase la esperanza, si su corazón se llenase de amor?
La posibilidad la dejó sin aire.
Mientras se alejaba de la casa, pensaba en el día siguiente. ¿Cuánto tiempo
tendrían que estar metidos en el coche?
Había prometido que lo mantendría a salvo de Nathaniel, pero ¿quién iba a
salvarla a ella de Samuel Coffey?

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora