capitulo 14

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Samuel se acercó a la cama, que había comprado como regalo cuando Bobby
cumplió tres años y… en la que nadie había dormido nunca. El coche de bomberos
había sido el regalo del cuarto cumpleaños, el guante de béisbol, del quinto. Osos de
peluche, ropa… regalos de Navidad nunca abiertos, un futuro cercenado.
Samuel  ni siquiera vio a andrea saliendo de la habitación, no se dio cuenta del
tiempo que pasaba mientras miraba aquellos juguetes con los que nunca jugaría
nadie.
No sabía por qué seguía comprando regalos de cumpleaños para un niño que
había perdido.
Había un montón de cuentos sobre una cómoda. Cuántas veces le había leído
esos cuentos a su hijo… Eran los últimos regalos que había podido darle a Bobby.
El sonido del timbre lo sacó de su ensueño. Samuel salió de la habitación y cerró la
puerta, dejando atrás el pasado… y el dolor.
Debía haber estado en la habitación durante casi media hora porque la persona
que llamaba al timbre era el mozo del restaurante chino.
Andrea había puesto la mesa y estaba frente a la ventana, de espaldas a él.
—Espero que tengas hambre. He pedido suficiente comida como para diez
personas —dijo samuel , intentando que su voz sonara natural. Después, se dejó caer en
una silla y le hizo un gesto para que se sentara frente a él—. No te preocupes. No soy
un pervertido ni nada de eso.
—No había pensado que lo fueras.
Sus ojos, tan verdes y claros, mostraban confusión, pero samuel tenía la impresión
de que si no decía nada, si no le daba una explicación, ella respetaría su privacidad.
—Se llamaba Bobby —las palabras salieron de sus labios sin que pudiera
controlarlas y al pronunciar aquel nombre los recuerdos lo envolvieron—. Tenía casi
tres años la última vez que lo vi.
—¿Era tu hijo?
Samuel asintió, aunque la palabra «hijo» le parecía demasiado simple, demasiado
pequeña para explicar lo que ese niño había significado para él. Bobby había
cambiado su mundo, había sido el catalizador de todos sus sueños y esperanzas.
—¿Qué pasó? ¿Es que ha… ha muerto? —preguntó andrea , un poco trémula.
—No. Al menos, creo que no —suspiró samuel . Aunque hay días en los que
hubiera sido más fácil si fuera así. Entonces, al menos habría habido un final.
—No te entiendo. ¿Qué pasó?
Samuel  empezó a servir la comida, en silencio. Había pasado el último año
intentando desesperadamente no pensar en Bobby, intentando tragarse el dolor,
intentando olvidar.
—Conocí a Sherry, la madre de Bobby, cuando era policía. Alguien había
entrado en su apartamento y yo estaba de servicio aquel día. Sherry era muy guapa  muy simpática. Entre nosotros hubo una atracción inmediata y dos meses después,
estaba embarazada —le contó samuel, ofreciéndole un poco de arroz.
—No, gracias —dijo andrea . Comeré más tarde.
Él tampoco tenía hambre en ese momento.
—Le supliqué que se casara conmigo, pero ella no quería saber nada del
matrimonio, decía que todo iba demasiado rápido, que teníamos que esperar. Aun
así, se vino a vivir conmigo. Bobby nació un cinco de abril —siguió relatando. Los
recuerdos felices lo envolvieron al recordar el día que su hijo llegó al mundo,
llorando y moviendo los bracitos como un boxeador—. Pesó tres kilos ochocientos y
era el niño más guapo del mundo —añadió, pasándose la mano por el pelo—. Le
pedí a Sherry que se casara conmigo una y otra vez, pero se negaba. A mí me parecía
importante el matrimonio, pero ella no lo veía así.
Samuel  se acercó a la ventana y se quedó mirando hacia la playa, sin verla,
reviviendo el pasado.
—Yo sabía que Sherry no era feliz, que había empezado a darse cuenta de que
era mejor amante que madre. Decía que odiaba mi trabajo, así que dejé la policía y
me hice investigador privado. Pensé que si estaba en casa más tiempo, las cosas irían
mejor. Pero ella estaba inquieta, rara y solía salir todas las noches mientras yo
cuidaba de Bobby. Yo sabía que las cosas iban a cambiar, pero estaba decidido a que,
pasara lo que pasara con nuestra relación, seguiría siendo parte de la vida de mi hijo.
Una mañana me fui a trabajar y cuando volví, Sherry y Bobby habían desaparecido.
—Qué horror.
Samuel  se volvió y al ver la compasión que había en los ojos de andrea su
expresión se suavizó.
—Me dejó una nota diciendo que había llegado el momento de marcharse, que
la rutina la asfixiaba. Y que no intentara encontrarlos.
—¿Y lo hiciste?
—¿Que si intenté encontrarlos? Fue lo único que hice. Estuve dos años
buscándolos, usando todos los recursos que poseía, todos mis contactos. Pero no
valió de nada. Era como si se hubieran desvanecido.
—¿Cuándo ocurrió eso?
—Hace cinco años. Hace tres me enteré de que Sherry había muerto en un
accidente de tráfico en Miami y que Bobby fue entregado a los Servicios Sociales.
—¿Y nadie se puso en contacto contigo? —preguntó andrea , levantándose.
—Aparentemente, los Servicios Sociales dejaron a Bobby con una familia de
acogida. Me puse en contacto con una asistente social de Miami, pero no sirvió de
nada. El informe oficial decía que Bobby era de «padre desconocido» —la amargura
en su expresión era tan grande que andrea estuvo a punto de abrazarlo—. Entonces
descubrí que Sherry no me había registrado como padre del niño en la partida de
nacimiento. Legalmente, no tenía ningún derecho. —¿Y qué ocurrió después?
—Volví a mi casa y esperé que la asistente social se pusiera en contacto
conmigo, pero ella no hacía más que darme largas, no me ofrecía soluciones.
Aparentemente, no había solución. Me pasé un año entero bebiendo y hace un año
decidí seguir adelante con mi vida —contestó samuel. Y ese es el final de mi triste
historia.
De repente, estaba agotado, como si contar su pasado lo hubiera dejado
exhausto. La pierna y la mano rotas le dolían más que nunca en ese momento.
—¿Y las cosas que hay en su habitación? —preguntó andrea
—Son para Bobby. Cada cinco de abril, cada Navidad, le compro un regalo. No
sé por qué lo hago.
Andrea  se acercó y puso una mano sobre su cara.
Estaba tan cerca que samuel podía sentir sus pechos rozando su torso, podía sentir
el calor del cuerpo femenino atravesando el suyo.
—Lo siento mucho. No puedo imaginar cómo debe doler perder a un hijo.
El aliento femenino rozaba su cara y sus labios estaban tan cerca que si se
hubiera inclinado un poco los habría capturado.
—Y espero que nunca lo sepas.
El dolor de los recuerdos se veía atenuado por el deseo que provocaba en él
aquella mujer.
Sabía que andrea solo intentaba consolarlo y hubiera querido aceptar el
consuelo, dejar que su deseo por ella borrara las huellas del dolor. Sin dudar un
momento, samuel acercó su boca a los labios femeninos que lo tentaban.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora