Andrea no había pensado en lo cerca que estarían, pero según pasaban los
minutos… y las horas, empezó a encontrarse incómoda.
El aroma de la colonia de samuel llenaba el coche, un olor fresco, masculino. Como
siempre, estaba un poco despeinado y eso le daba un aspecto viril y deportivo que
Andrea encontraba muy seductor.
Llevaba pantalones cortos y una camiseta gris que dejaba al descubierto los
bronceados bíceps. La escayola que cubría una de sus piernas no le robaba atractivo.
Todo lo contrario.
Samuel emanaba una energía tan masculina que la hacía ponerse tensa.
Y se preguntaba si Nathaniel también lo sentía porque el niño estaba más
inquieto que de costumbre. Después de tirar el plátano al suelo, empezó a gimotear y
a emitir los sonidos típicos de un niño que necesitaba desesperadamente una siesta.
—¿Qué le pasa? —preguntó samuel cuando andrea se volvió por enésima vez
para intentar consolarlo.
—Debería estar dormido, pero no quiere cerrar los ojos —contestó ella,
ofreciéndole uno de sus juguetes favoritos. Pero el niño lo tiró al suelo y siguió
llorando—. Quizá si lo saco de la sillita un rato…
No quería que samueñ se pusiera nervioso y haciendo un esfuerzo, desabrochó el
cinturón de seguridad y lo colocó en su regazo.
Andrea apretó al niño contra su pecho, dándole golpecitos en la espalda para
que se durmiera. Pero Nathaniel estaba rígido y luchaba con todas sus fuerzas para
contrarrestar los esfuerzos de su madre.
—Dámelo a mí —dijo samuel
Andrea lo miró, asustada.
—No irás a tirarlo por la ventanilla, ¿verdad?
Él sonrió, con una de esas sonrisas que aceleraban su corazón.
—Te prometo que si me dan ganas de tirarlo por la ventanilla, primero te
consultaré. Dámelo un momento.
Nathaniel se dejó tomar por los fuertes brazos del hombre.
—Muy bien, pequeñajo. ¿Qué te pasa? —le preguntó. El niño miró a samuel con
los ojitos muy abiertos—. ¿Es que no sabes que los hombres no lloran?
—Yo no creo en eso —dijo andrea . Los hombres expresan sus emociones
igual que las mujeres. Y eso es lo que pienso enseñarle a mi hijo.
—Ah —murmuró samuel , mirando al niño—. Ahora entiendo por qué estás tan
enfadado. Tu madre quería que fueras una niña, como andrea soltó una carcajada y Nathaniel copió el gesto, como si encontrara la
conversación muy divertida.
—samuel , eres un caso.
—¿Has oído eso, Nate? Tu madre se está metiendo conmigo. ¿Qué vamos a
hacer?
Nathaniel lo miró durante unos segundos y después apoyó la cabeza en su
pecho y cerró los ojos. Unos minutos después, estaba profundamente dormido.
—Muy típico de los hombres. Cuando las cosas se ponen difíciles, se quedan
dormidos —sonrió andrea
Samuel siguió acariciando la espalda del niño, sin decir nada.
Andrea miró hacia la casa que estaban vigilando. Samuel Coffey la confundía.
Decía odiar a los niños y, sin embargo, su hijo parecía a gusto con él. Y viceversa.
Ver a Nathaniel durmiendo sobre el fuerte pecho del hombre la emocionaba,
hacía que sintiera un anhelo extraño en su interior. El hombre de sus sueños sería
bueno con Nathaniel. Querría a su hijo tanto como a ella. Pero, por supuesto, su
príncipe azul no era samuel Coffey.
—¿Qué ha hecho ese Jacobson? ¿Robar secretos industriales? —preguntó,
intentando apartar la atención de la escena que había frente a ella.
Samuel miró por la ventanilla durante unos segundos, en silencio.
—Es un padre canalla —dijo por fin.
Andrea lo miró, sorprendida.
—¿Cómo?
—Tiene una casa en Florida, otra en las islas Caimán, un Mercedes descapotable
y un yate tan grande como un castillo. Y también tiene una ex mujer que vive con sus
dos hijos en un apartamento de una habitación. La pobre intenta luchar como puede
para sacar adelante a los niños y ese canalla se niega a pasarle una pensión. Le ha
puesto varias denuncias, pero nunca han podido pillarlo.
—Entonces, ¿la ex mujer te ha contratado?
De nuevo, samuel dudó antes de contestar.
—No, ella no tiene dinero para contratar un detective. De vez en cuando,
trabajo como voluntario para una organización que ayuda a mujeres cuyos ex
maridos no pasan pensión a los hijos.
Ella lo miró, incrédula. Aquel hombre era una caja de sorpresas. Decía no
soportar a los niños y, sin embargo, trabajaba como voluntario en una asociación
dedicada precisamente a ayudarlos.
¿Qué otras sorpresas guardaría? Una cosa era segura, samuel Coffey era mucho
más de lo que decía ser.
—¿Cómo has sabido que Jacobson hoy estaría aquí? —preguntó entonces, por curiosidad. —Me he hecho amigo de los vecinos —contestó samuel , señalando una de las
casas—. Jack siempre los llama para decir cuándo va a venir porque le gusta que
aireen la casa. Por eso sé que hoy estará aquí. Jacobson llamó ayer a su vecino y él me
llamó a mí.
Andrea asintió, pensativa.
—¿Quieres que lo siente en la sillita? —preguntó, señalando a Nathaniel.
—No, aquí está bien. Mientras no me dé un codazo en las costillas o me saque
un ojo con el dedo.
—Creo que estás á salvo —sonrió ella, sacando una bolsa de caramelos y
ofreciéndole uno a samuel , pero él negó con la cabeza—. ¿Y por qué trabajas como
voluntario para esa asociación? —se atrevió a preguntar andrea entonces.
—No lo sé. Es una causa justa.
—Debo admitir que me sorprende. Pareces más el tipo de persona que
trabajaría para una asociación dedicada a encerrar niños en la cárcel.
Él hizo una mueca.
—Me lo merezco. La verdad es que contigo he sido un ogro, ¿verdad?
—Es difícil no serlo cuando se tiene una pierna rota.
Samuel iba a decir algo, pero se detuvo cuando un coche gris paró frente a la casa
que estaban vigilando.
Un hombre bajito y grueso salió del coche y entró en la casa.
—¿Es él? —preguntó andrea en voz baja.
—Sí —contestó samuel , sacando el móvil del bolsillo—. Venid a buscarlo —dijo,
después de marcar un número. Después, colgó y miró a andrea . Ahora solo
tenemos que esperar para ver si mi colega llega antes de que ese tipo vuelva a
desaparecer.
Unos minutos después, un coche patrulla paraba tras el coche gris y dos
policías entraban en la casa. Andrea contuvo el aliento.
—¡Sí! —exclamó samuel cuando los policías volvieron a salir, llevando a Jacobson
esposado—. ¡Por fin!
—¿Y ahora qué pasa?
—jack Jacobson tendrá que enfrentarse con un juez y nosotros nos iremos a
casa y lo celebraremos con una buena cena.
—Eso suena bien. Pero antes hay que colocar a Nathaniel en su silla —sonrió
Andrea . ¿Qué hay de cena? —preguntó, de nuevo frente al volante.
—¿Te gusta la comida china?
—Me encanta.
—Estupendo. Pediremos comida china entonces —sonrió samuel . andrea ,
muchas gracias por todo lo que has hecho por mí.—De nada —dijo ella, intentando ignorar el calor que los ojos del hombre le
hacían sentir.
Samuel Coffey irascible era soportable. SamuelCoffey simpático era muy peligroso.
Cuando volvieron a casa, Nathaniel seguía durmiendo. Andrea lo tumbó en el
sofá, sujetándolo con dos almohadones para que no se cayera.
—¿Qué quieres que pida para ti? —preguntó samueldesde la cocina.
—Cualquier cosa. Sorpréndeme —contestó ella, cubriendo al niño con una
manta.
—Si quieres lavarte un poco, puedes ir al baño. Yo voy a llamar para pedir la
cena.
Andrea salió al pasillo para buscar el cuarto de baño. Sabía que la última
habitación era el dormitorio de samuelb, pero no estaba segura de cuál de las otras
puertas era el baño.
Cuando abrió la primera, se quedó helada. No era el cuarto de baño, era la
habitación de un niño.
Estaba empapelada con dibujos infantiles y sobre la cuna de madera había una
manta con ositos. Al otro lado de la habitación había una camita pequeña cubierta de
juguetes.
Andrea sabía que debía dar un paso atrás y cerrar la puerta, pero la curiosidad
la obligó a entrar.
Osos de peluche, camiones de plástico, un guante de béisbol, ropa de varios
tamaños, todo colocado como si esperase la llegada de un niño en cualquier
momento. ¿Por qué? ¿De quién era aquella habitación?
¿Por qué tenía samuel , un hombre que no estaba casado y decía no soportar a los
niños, una habitación como esa en su casa? Esas y otras preguntas no dejaban de dar
vueltas en su cabeza mientras se acercaba a la cuna.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Andrea se volvió, sobresaltada. Samuel estaba en la puerta, con los ojos brillantes
de furia.
Samuel sabía que su furia era desproporcionada, pero en aquella habitación
estaban todos sus sueños rotos, en aquella habitación estaban todas sus esperanzas
muertas.
Llevaba meses sin entrar allí y no quería que nadie descubriera su secreto.
—Yo… pensé que era el cuarto de baño. Lo siento.
Andrea dio un paso atrás, perpleja.
—El baño está al otro lado del pasillo.
Estar en aquella habitación era como volver atrás en el tiempo… un tiempo en
el que un niño de rizos oscuros había reído y saltado en la cuna, un niño que lo
llamaba «papá», que le daba besos y capturaba su corazón.
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Simplemente un beso
RomanceSamuel Coffey evitaba las relaciones sentimentales desde el día en que dejó de creer en el amor. Pero tropezó con un pequeño Cupido en pañales... y cayó a los pies de su preciosa mamá. Ahora, Jack tenía una pierna rota, y su corazón estaba en pel...