Capitulo 24

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Andrea intentó disfrutar del resto de sus vacaciones, pero dos días después de
haber abandonado la casa de samuel, se dio cuenta de que no era capaz.
El sol de Florida le recordaba el calor de sus besos, el cielo azul sobre su cabeza,
le recordaba sus ojos. El ruido de las olas parecía el sonido de su voz… andrea supo
que debía dejar Masón Bridge, dejar Florida y sus vacaciones atrás.
Necesitaba volver al trabajo, llenar sus días de cosas que hacer para caer en la
cama demasiado rendida como para soñar.
Nathaniel también estaba inquieto y lloraba por cualquier cosa. Andrea se
preguntó si el niño se daría cuenta de su pena o si él mismo echaba de menos a samuel.
Al día siguiente, Nathaniel y ella subían a un avión que los devolvería a casa.
Afortunadamente, el niño se quedó dormido en cuanto el avión despegó.
Andrea  se quedó mirando por la ventanilla, sintiendo un peso en el corazón. Lo
más difícil de aceptar era que samuel la quería, pero había decidido darle la espalda a su
amor.
Hubiera sido maravilloso que su amor fuera suficiente para curar las heridas
que le habían hecho Sherry y Bobby, pero sus heridas eran demasiado profundas.
Si quisiera reconocer que necesitaba amar y ser amado, que creer en la felicidad
no era una debilidad ni un defecto, sino algo de lo que sentirse orgulloso…
Era fácil creer en los finales felices cuando todo iba bien. La auténtica prueba
era creer en ellos cuando las cosas iban mal.
Los ojos de andrea se llenaron de lágrimas que le impedían ver las nubes, pero
las secó con la mano. Se negaba a llorar por samuel Coffey. Durante los últimos tres días
había conseguido no llorar y no pensaba hacerlo en aquel momento.
Se decía a sí misma que no merecía la pena llorar por samuel. Él había elegido un
camino muy triste y no se merecía una emoción tan profunda como las lágrimas.
Su abuela los estaba esperando en el aeropuerto de Kansas. Al ver a la delgada
mujer de cabello gris, andrea sonrió, contenta. Cuando su madre murió, Belle
Wilson había dejado a un lado su propio dolor por la pérdida de una hija y le había
abierto casa y corazón a sus nietas. Desde aquel momento, Belle había sido un
ejemplo para ella, una fuente de sabiduría y de paz.
—Aquí están mis dos amores —exclamó la mujer al ver a andrea con Nathaniel
en los brazos. Como cualquier abuela, le quitó al niño y lo llenó de besos y abrazos,
que Nathaniel devolvió, encantado.
—Hola, abuela.
—¿Te encuentras bien, nena?—Sí —contestó ella, intentando sonreír—. Lo hemos pasado muy bien —
añadió, mientras iban a buscar las maletas.
—Si lo has pasado tan bien, ¿qué haces en Kansas con una semana de
antelación?
Los ojos de su abuela se clavaron en los suyos, como si quisiera leer sus
pensamientos.
Andrea  se encogió de hombros.
—Nos cansamos de tanta playa. La verdad es que me apetecía volver a casa.
Belle miró a andrea durante unos segundos más y después hizo un gesto de
incredulidad.
—Supongo que me contarás lo que ha pasado cuando quieras hacerlo.
—No hay nada que contar, abuela —protestó ella, pero las palabras sonaban
falsas. Y lo eran.
Tardaron casi veinte minutos en localizar sus maletas y entrar en el coche de
Belle. Y, por fin, tomaron el camino hacia su casa.
Mientras su abuela conducía por la autopista que llevaba al norte de la ciudad,
Andrea no podía dejar de pensar en samuel .
¿Qué estaría haciendo en aquel momento? ¿La echaría de menos? ¿Lo habría
afectado en absoluto? Y la pregunta más importante de todas, ¿cuándo tardaría ella
en olvidarlo? ¿Podría olvidarlo algún día?
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Belle, rompiendo el silencio.
—¿Y por qué crees que hay algo de qué hablar?
Su abuela sonrió.
—Te conozco muy bien, cariño. Y en tus ojos hay una sombra que no estaba
cuando te fuiste.
Andrea  miró por la ventanilla. Aún no podía hablar de samuel . Solo aquel nombre
evocaba un tremendo dolor en su corazón.
—Cuando conociste al abuelo… ¿fue amor a primera vista? —preguntó, de
repente.
— Oh, cielos, no —contestó Belle, riendo —. Cuando conocí a tu abuelo, pensé
que era el tipo más arrogante del mundo. Pero durante la tercera cita, descubrí que
era el hombre con el que quería pasar el resto de mi vida.
Andrea  frunció el ceño, pensativa.
—Yo siempre había pensado que el día que conociera al hombre de mis sueños,
sabría inmediatamente que era él. Y que el sentimiento sería mutuo.
—Esa es una fantasía muy bonita, hija. Pero si fuera verdad, no habría
canciones sobre corazones rotos y amores desesperados.—Supongo que es verdad.
—Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Un corazón roto? —preguntó Belle. Las lágrimas
empezaban a quemar los ojos de andrea , que asintió sin decir nada—. ¿Algún
guapito de playa se ha aprovechado de ti?
—No, nada de eso —intentó sonreír andrea. La verdad es que Nathaniel le
rompió la pierna.
—¿Qué? —exclamó Belle, mientras aparcaba el coche frente a la casa de su
nieta—. Espera. Vamos dentro. Quiero que me lo cuentes todo.
Quince minutos después, con Nathaniel sentado tranquilamente en el parque, y
un par de tazas de café sobre la mesa, andrea se encontró a sí misma contándole a su
abuela la historia de samuel Coffey.
Le contó el primer encuentro y su catastrófico resultado, le habló sobre el
tiempo que habían pasado juntos y le habló del pasado de samuel.
Andrea  había esperado que contándolo en voz alta se daría cuenta de que había
sido una locura enamorarse así de alguien a quien apenas conocía. Pero hablar de
ello no borraba el dolor, todo lo contrario. Lo hacía más intenso, más desolador.
—Sé que parece una locura. Solo nos vimos durante una semana.
Belle sonrió.
—El amor no sabe nada de horas. Puede ocurrir en un parpadeo o puede crecer
lentamente durante años.
—Lo más difícil de aceptar es que sé que samuel estaba enamorándose de mí —
dijo andrea, recordando los besos, la ternura en los ojos del hombre—. Pero tenía
miedo de confiar en esa emoción. Tenía miedo de confiar en el amor.
Belle tomó la mano de su nieta y le dio un golpecito.
—Cariño, no se puede hacer creer a un hombre que ha perdido la fe.
Ella asintió. Sabía que su abuela tenía razón. Y se decía a sí misma que estaba
mejor sin samuel . Aun así, anhelaba desesperadamente que su corazón escuchara a su cabeza.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora