Prólogo

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—¿A que son monísimos? —sonrió Samantha Curell, señalando a los tres niños
que jugaban en la arena.
La ayudante de Samantha, Marie, asintió.
—Mira cómo hablan. Es un lenguaje incomprensible, pero parece que
estuvieran arreglando el mundo.
En realidad, Julie, Claire y Nathaniel no estaban arreglando el mundo. Lo que
hacían las dos niñas era presumir de padre.
—Mi papá me llevó al cine ayer —estaba diciendo Claire, de dieciocho meses,
en ese idioma que solo los niños entienden.
—¿Y qué? —replicó Julie, de veinte meses, con expresión aburrida — . Mi papá
me ha comprado una muñeca nueva que me abraza cuando le aprieto la barriga.
Las dos pequeñas miraron a Nathaniel, de dos años. El niño frunció el ceño. A
veces no le gustaban las chicas, especialmente las que presumían porque tenían un
papá.
Nathaniel se puso a jugar con su camión, intentando aparentar que no le
interesaba el tema.
—Mi papá es tan fuerte que cuando me sube en brazos, puedo tocar el techo —
siguió Claire.
— Pues mi padre es policía y detiene a gente mala, así que es más fuerte —
replicó Julie, que no quería dejarse ganar.
Incapaz de aguantar más, Nathaniel dejó a un lado su camión.
—Pues yo voy a conseguir un papá y va a ser el mejor del mundo.
Claire rió, sus preciosos ojos azules mostrando incredulidad. Y en ese momento,
Nathaniel decidió que cuando se casara con una chica, tendría los ojos marrones.
—¿Y cómo vas a conseguir un papá?
—En las vacaciones. Mi mamá va a llevarme de vacaciones mañana y cuando
vuelva, voy a tener un papá.
—¿Y cómo vas a hacer eso? —preguntó Julie.
—No lo sé, pero ya se me ocurrirá algo.
—Lo creeré cuando lo vea —replicó Claire, levantando la diminuta nariz.
—Pues ya lo verás. Va a ser el mejor papá de todos —insistió Nathaniel. Un
segundo después se volvió, al escuchar la voz de su madre.
Andrea Criswell estaba hablando con la señorita Samantha.
Hablaban en el lenguaje de los mayores y Nathaniel no entendía las palabras.
Como los adultos no entendían cuando él hablaba con sus amiguitos—Tengo que irme —dijo el niño, levantándose—. Nos veremos cuando vuelva
de vacaciones y entonces os presentaré a mi papá.
Nathaniel corrió hacia su madre, que abrió los brazos para recibirlo.
—Hola, cariño. ¿Te has portado bien?
Nathaniel se apretó contra su mamá, que siempre olía muy bien.
—Ha sido muy bueno —sonrió la señorita Samantha.
—Nos veremos a la vuelta de vacaciones —se despidió Andrea
—Que lo paséis muy bien. Adiós, renacuajo. Que lo pases bien en la playa.
El niño le dijo adiós con la manita. Cuando Andrea lo llevaba hacia el coche,
aparcado frente a la guardería, Nathaniel enredó los brazos alrededor de su cuello.
Su madre no tenía ni idea de lo que había planeado, pero un niño no debía
crecer sin un padre. De una forma o de otra, iba a conseguir uno. Y si él conseguía un
papá, su madre tendría un marido… le gustase o no.
La emoción hizo que se moviera, nervioso, mientras  Andrea lo colocaba en la
sillita del coche.
Nathaniel tenía una misión… y esa misión era conseguir un papá.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora