Capitulo 5

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Pero Samuel no parecía resignarse a quedar archivado. Mientras Nathaniel y ella
cenaban en un restaurante cercano al hotel, andrea se preguntó qué estaría cenando,
si habría podido hacerse algo de cena… Con una mano escayolada, incluso preparar
un bocadillo le habría resultado difícil.
Pero ese no era su problema, se recordó a sí misma. Al fin y al cabo, le había
ofrecido su ayuda y él la había rechazado. Apenas lo había visto unos minutos, pero
tenía la impresión de que Samuel Coffey era un hombre incapaz de pedir ayuda, incluso
en los peores momentos.
Más tarde, ya en la cama, con Nathaniel durmiendo en la cuna que los
empleados del hotel habían colocado en la habitación, andrea volvió a pensar en
Samuel
No podía evitar sentirse responsable por el accidente. ¿Y si intentaba bajar los
escalones del porche y se caía? En una casa tan solitaria, pasarían días hasta que
alguien lo encontrara.
Cuando por fin pudo quedarse dormida, tuvo una pesadilla en la que Samuel
Coffey corría tras ella por la playa, pero en su sueño era ella la que tenía una pierna
escayolada. Nathaniel estaba sentado en la arena, dando palmaditas y riendo
alegremente mientras samuel intentaba atraparla.
Andrea  se despertó, sobresaltada, poco después de amanecer. La pesadilla
había hecho que tomara una decisión: no podía seguir adelante con sus vacaciones
sabiendo que un hombre sufría a causa de un accidente que, sin querer, su hijo había
provocado. Su conciencia no se lo permitiría.
A las nueve, Nathaniel y ella estaban vestidos y de camino a casa de samuel
Coffey. En una bolsa en el asiento de atrás, llevaba todo lo necesario para preparar
un buen desayuno. No había hombre en la tierra que pudiera decir que no a un buen
plato de huevos con beicon.
Cuando paró frente a la casa, se sorprendió al ver una vieja furgoneta y dudó
un momento antes de salir del coche. Después de todo, la furgoneta indicaba que
Samuel no estaba solo.
Mientras intentaba decidirse, la puerta se abrió y una mujer gruesa de pelo gris
salió de la casa con expresión malhumorada. Estaba bajando los escalones cuando
Samuel apareció en el porche.
—No vuelvas por aquí, María. ¡Estás despedida! —le gritó, haciendo que varias
gaviotas que paseaban por la arena levantaran el vuelo.
—Muy bien. Estoy despedida —dijo la mujer, como si no le importara lo más
mínimo. Samuel cerró de un portazo y María se acercó al coche con una sonrisa en los
labios—. Tenga cuidado con él. Esta mañana está insoportable.—Gracias —dijo andrea, sorprendida. Después de colocarse a Nathaniel en un
brazo y las bolsas en el otro, empezó a subir los escalones—. Pues como esté muy
insoportable, me voy con el desayuno a otra parte —murmuró para sí misma.
Cuando llegó frente a la puerta, dejó las bolsas en el suelo y llamó al timbre.
— ¡Vete! —escuchó la voz de samuel . ¡He dicho que estás despedida!
Andrea respiró profundamente para darse valor.
—¿Señor Coffey? Soy andrea Criswell.
— ¿Qué demonios hace aquí? —preguntó él, abriendo la puerta de golpe.
Estaba claro que no había pasado buena noche. Tenía el pelo revuelto, grandes
ojeras y la barba del día anterior le había crecido aún más. Su aspecto hizo que
Andrea sintiera compasión.
—He venido a prepararle el desayuno —le explicó. Samuella miró como si
estuviera loca—. He traído todo lo necesario.
Nathaniel se movió en sus brazos, señalando a samuel
—¿Qué ha traído? —gruñó él.
—Beicon y huevos.
Samuel  dudó un momento y después se apartó.
—Pase.
Andrea se quedó fascinada al entrar en el salón, que tenía una pared acristalada
desde la que podía verse el mar.
Pero tras un segundo vistazo, se quedó aún más sorprendida. Aquella
habitación era un caos. La mesa de café estaba cubierta de periódicos, botes de
refresco vacíos y cajas de pizza.
La mesa del ordenador, en una esquina del salón, estaba igual que la de café.
Latas, contenedores de comida rápida y montones de papeles por todas partes. La
moqueta necesitaba que alguien pasara la aspiradora y los muebles de madera, un
trapo del polvo.
—No se preocupe por el estado de la casa —dijo samuel , dejándose caer en el
sofá—. Acabo de despedir a la señora de la limpieza.
—Lo sé. La conocí antes de entrar —dijo andrea
—Se supone que debía limpiar hoy, pero solo había pasado por aquí para
decirme que se va al bingo con su hermana. Según ella, es vidente y le ha dicho que
hoy es su día de suerte.
—Pues que te despidan no es tener mucha suerte — sonrió andrea . Aunque
ella no parecía preocupada.
Samuel suspiró, pasándose la mano por el pelo.—Claro que no. Lo hace a propósito. Me hace estas cosas para que la despida
porque sabe que luego tendré que llamarla otra vez. Entonces, se niega a volver y yo
tengo que aumentarle el sueldo.
—Qué lista.
Podía estar insoportable, pero al menos hablaba más que el día anterior, pensó
Andrea .
—Ya veo que ha traído al escuadrón de la muerte —dijo samuel  entonces,
señalando a Nathaniel—. ¿No tiene un marido que lo vigile mientras usted se dedica
a hacer de ángel de la guarda?
—Pues no —contestó andrea , que no pensaba darle más explicaciones—. ¿Por
qué no se tumba un rato? Mientras tanto, yo haré el desayuno.
Él asintió, con cara de pocos amigos.
Andrea  contuvo un grito cuando entró en la cocina. Aunque era espaciosa, en
aquel momento no lo parecía. El fregadero estaba lleno de vasos sucios y la repisa,
abarrotada de bandejas y platos de días anteriores.
Samuel  Coffey era un cerdo, pensó. Tanta suciedad no era el resultado de una
noche, por mucha pierna y mano escayolada que tuviera. Aquello no se había hecho
en veinticuatro horas.
Después de dejar a Nathaniel en el suelo, andrea le dio unas cucharas de
madera para entretenerlo y se dispuso a trabajar.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora