Capitulo 26

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—El señor Johnson, de la habitación doscientos cuarenta y uno quiere que
vayas a verlo —le dijo Roberta Stamm—. ¿Te importaría ir a echarle un vistazo? Sé
que estabas a punto de irte a casa, pero…
—Claro que no —la interrumpió andrea, saliendo al pasillo.
Era su primer día de trabajo. Su abuela había intentado convencerla de que se
quedara en casa aquella semana para disfrutar de sus vacaciones, pero ella había
querido volver al trabajo inmediatamente tras su regreso de Masón Bridge.
Necesitaba tener alrededor gente realmente enferma, gente que necesitara
consuelo para no pensar en su corazón roto. Necesitaba hacer cosas para no pensar
en samuel Coffey.
Y aquel día no había parado. Desgraciadamente, andrea había descubierto que,
hiciera lo que hiciera, por mucho que se concentrara en una tarea, no podía dejar de
pensar en él.
Cuando entró en la doscientos cuarenta y uno, sonrió al hombre de cabello gris
que estaba tumbado en la cama.
—Hola, señor Johnson. La enfermera Stamm me ha dicho que quería verme.
—Preferiría ver las cuatro paredes de mi casa — replicó el hombre, con
sequedad.
—No tardará mucho en irse a casa —lo tranquilizó andrea . El señor Johnson
había sufrido una neumonía, pero estaba a punto de ser dado de alta—. ¿Qué puedo
hacer por usted?
—Esta mañana, me colocó las almohadas muy bien y me gustaría que volviera a
hacerlo.
—Eso no es difícil —sonrió andrea , tomando una de las almohadas y
colocándola a gusto del paciente. Después, hizo lo mismo con la otra—. ¿Ahora está
mejor?
El señor Johnson se echó hacia atrás y cerró los ojos.
—Mucho mejor —contestó, con una sonrisa tímida.
—Ahora tengo que irme a casa, pero Polly Man—son está de guardia y a ella se
le da muy bien colocar almohadas.
El hombre asintió.
—Que pase una buena noche. Ojalá yo estuviera en mi casa.
Andrea sonrió de nuevo.
—Estará de vuelta en casa antes de que se dé cuenta, ya verá.
Después de despedirse, salió de la habitación y volvió a la sala de enfermeras
para buscar su bolso.
Temía la noche que se avecinaba porque Nathaniel estaba muy inquieto desde
que volvieron de Masón Bridge. Era absurdo pensarlo, pero parecía echar de menos a samuel tanto como andrea Criswell a la unidad de urgencias.
Andrea  se quedó inmóvil. Por un momento, la voz que salía por el megáfono le
había parecido la voz de… de samuel Coffey. Pero eso era imposible.
Samuel  estaba en Florida. Samuel la había echado de su vida.
Mientras pulsaba el botón del ascensor para bajar a urgencias, se preguntaba si
le pedirían que hiciera una guardia aquella noche. Aunque no era normal que la
avisaran cuando estaba a punto de marcharse a casa. Y aquella noche no podría
quedarse porque tenía que ir a buscar a Nathaniel a la guardería.
Desde que volvió de Florida, estaba muy cansada y sabía bien que era un
cansancio nacido de la depresión. Echaba de menos a samuel
Tiempo, se recordó a sí misma. Solo el tiempo cura lo que está roto.
Andrea  escuchó sonido de voces airadas antes de entrar en la sala de urgencias,
—Señor, no puede usar el megáfono —estaba diciendo Nancy Noland, una de
las enfermeras.
—Es un asunto de vida o muerte. No sea tan mojigata y déjeme usar el
micrófono otra vez.
Andrea se quedó inmóvil al otro lado de la puerta. Samuel . Nadie más tenía aquel
tono exasperado. Nadie más podía ser tan gruñón.
¿Qué estaba haciendo allí? ¿Para qué había ido al hospital?
No tenía ni idea. Pero estaba a punto de averiguarlo.
Temblando, empujó la puerta. Y allí estaba, en la sala de enfermeras. Samuel . Con
la pierna y los dedos de la mano escayolados y la misma expresión hosca de siempre.
—Solo déjeme llamar otra vez.
Nancy negó con la cabeza.
—¿Por qué no se sienta un poco y se tranquiliza?
—No puedo tranquilizarme —contestó él.
—samuel? —lo llamó andrea . No sabía quién se alegraba más de verla, Nancy o
él.
—¡Ah, por fin, gracias a Dios!
Samuel dio un paso hacia ella.
—¿Qué… qué estás haciendo aquí? —preguntó andrea , haciendo un esfuerzo
para no echarse en sus brazos.
—¿Tienes idea de cuántos hospitales hay en Kansas?
—Pues no —contestó ella, atónita.
—Muchos. Llevo dos días buscándote.
—¿Cómo has llegado aquí?—María me llevó al aeropuerto y desde que llegué a Kansas he estado sacando
de quicio a los taxistas intentando encontrarte —contestó él.
—¿Y para qué querías encontrarme?
Andrea  no quería tener esperanzas. Quizá él había tenido que ir a Kansas para
resolver un caso y había aprovechado para saludarla.
Samuel  miró a las enfermeras, todas muy interesadas en la conversación, y
tomando a andrea del brazo, la llevó hasta la puerta.
—Cuando te fuiste, te llevaste algo mío.
Ella lo miró, incrédula. ¿Creía que le había robado algo? Era increíble.
—¿Y qué crees que me he llevado? ¿Una maleta llena de cajas de pizza vacías?
Samuel  levantó las cejas, sorprendido. Y entonces soltó una carcajada. La risa del
hombre la envolvió como un abrazo.
—Estoy llevando esto fatal —sonrió, tomando su mano—. Andrea , yo quería
que fueras uno de esos barcos que pasan en la noche, que pasaras por mi vida sin
hacer olas.
—Lo sé —murmuró ella.
—Pero has hecho olas. Muchas, andrea . Y cuando te fuiste, te llevaste mi
incredulidad, mi cinismo y… mi corazón.
Por primera vez, andrea se permitió un pequeño rayo de esperanza.
—¿Víctima o superviviente? Eso es lo que tú me preguntaste la última noche.
He sido una víctima durante cinco años, pero ya no lo soy. De algún modo, me he
convertido en un superviviente que ha pasado por el infierno y ha salido de él
creyendo que la felicidad es posible, que el amor es posible… que lo nuestro es
posible.
Samuel  había tenido que gritar la última frase para hacerse oír a causa del ruido de
una ambulancia que llegaba a la entrada de urgencias.
—¿Lo nuestro? —repitió ella. ¿Lo había oído bien?
Dejaron de hablar cuando los enfermeros sacaron a una mujer de pelo gris en
una camilla.
—Le dije que solo eran gases, que no era el corazón, pero él no me quiso
escuchar —estaba protestando la mujer—. Nunca me escucha.
Samuel  se volvió hacia andrea
—Cásate conmigo.
Ella lo miró, atónita.
—¿Cómo?
Se preguntaba si el ruido de la sirena había destrozado sus tímpanos. Podría
jurar que samuel acababa de pedirle que se casara con él.
La anciana los miró entonces.—Si lo quieres, cásate con él. La vida es corta y antes de que te des cuenta,
estarás en el hospital por comer algo picante.
Andrea se volvió para mirar a samuel de nuevo. Pero él no le dio oportunidad de
decir una palabra. La abrazó con fuerza y enterró la cara en su pelo durante unos
segundos.
—Supe que serías un problema desde que te vi en la playa —dijo con voz
ronca—. Esos rizos tuyos brillaban bajo el sol y verte con ese biquini azul me hizo
olvidar el dolor durante unos segundos. Te quiero, andrea . Te deseo… te necesito en
mi vida. Cásate conmigo. Por favor, ¿quieres decir que sí?
Estaba desnudo frente a ella y andrea veía una gran vulnerabilidad en sus ojos

La esperanza que no había querido sentir por miedo a que fuera falsa, afloraba
dentro de ella. Las palabras de samuel corrían por sus venas como el alcohol, haciendo
latir su corazón con fuerza. Aun así, vaciló.
—Antes de contestar, tengo que saber algo, samuel
Temblaba ante la importancia de la pregunta. Aunque lo amaba, sacrificaría su
amor si la respuesta no era la que esperaba.
—Tengo que saber si podrías querer a Nathaniel, si lo querrías por él mismo, no
porque es un niño que reemplaza a Bobby —dijo después, con lágrimas en los ojos —
. Nathaniel no puede ser el hijo que perdiste, samuel . Sería una carga demasiado grande
para él.
Samuel  sonrió, una sonrisa tierna que la tranquilizó un poco.
—Tengo que ser sincero contigo, andrea —dijo, acariciando su cara—. Siempre
habrá un sitio en mi corazón que le pertenece solo a Bobby. Pero tengo un corazón
grande y en él hay sitio suficiente para un pequeño «Terminator». Quiero a Nate y te
quiero a ti.
Por un momento, andrea no pudo decir nada. Lágrimas de alegría llenaban sus
ojos y enredó los brazos alrededor del cuello del hombre, llorando y riendo al mismo
tiempo.
—¡Eh! —los llamó la mujer del pelo gris desde el pasillo—. ¿Vas a casarte con él
o no?
Samuel apretó a andrea entre sus brazos, como si tuviera miedo de su respuesta.
Ella miró sus ojos… los ojos del hombre que amaba, los preciosos ojos del hombre
que había estado siempre en sus sueños.
—Sí —contestó—. Voy a casarme con él. Antes de que pudiera decir otra
palabra, samuel selló aquella frase con un beso.
Un beso lleno de intensa, casi desesperada pasión, de amor y todas sus
interminables posibilidades y sueños. Aquel beso la llenaba de calor, como si se
hubiera tragado el sol. Y supo entonces que aquel era el hombre defelicidad Cuando samuel se apartó, la anciana había desaparecido en la consulta de
urgencias.
—Cariño…
—Sigo sin poder creer que tú has resultado ser mi príncipe azul.
Él sonrió, con los ojos llenos de amor.
—Ahora ya no importa, ¿no crees? Lo único importante es que soy el hombre
de tu vida y tú la mujer de la mía. Y que vamos a vivir juntos para siempre.
—Para siempre.
De nuevo, volvieron a besarse.
—Y hablando de «Terminator», ¿dónde está?
—En la guardería —contestó andrea , mirando su reloj —. Tengo que ir a
buscarlo ahora mismo.
—Pues vamos —dijo samuel . Se dirigieron al aparcamiento de la mano. Él seguía
utilizando una muleta, pero parecía defenderse mejor—. Pensarás que estoy loco,
pero sigo pensando que aquella mañana, en la playa… no me tropecé con Nate. Yo
creo que se puso en mi camino a propósito.
—Si eso es cierto, deberíamos darle las gracias —rió ella—. Si no te hubiera
hecho tropezar, ahora solo serías un hombre que pasó corriendo por la playa.
Samuel  se inclinó para besar su cuello.
—Es verdad. Recuérdame que le compre un buen regalo de cumpleaños.
Andrea  sintió un escalofrío de placer.
—Yo creo que el mejor regalo eres tú.
Él la miró, emocionado.
—Te quiero, andrea. Y merece la pena haberme roto una pierna por ti. Y ahora,
vamos a buscar a nuestro hijo.
Andrea  salió del aparcamiento del hospital y se dirigió hacia… la felicidad eterna.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora