Suponía que era debido a que, como auxiliar de clínica, estaba preparada para
ayudar a la gente. Pero, como auxiliar de clínica, reconocía que había personas a las
que no se podía ayudar. Y sospechaba que samuel era una de esas personas.
Aunque no estaba físicamente enfermo, samuel sufría una enfermedad del alma
más terrible que cualquier otra y mucho más difícil de curar.
Además, él no era paciente suyo. No era más que un hombre al que había
conocido durante sus vacaciones, un hombre al que había visto solo durante unos
días. Estaba segura de que no volverían a verse, pero tenía la terrible sensación de
que la imagen de samuel Coffey seguiría en su corazón durante mucho tiempo.
Samuel siempre se había sentido cómodo en el silencio de su casa. No era un
hombre que encendiera la radio o la televisión para no sentirse solo. Pero en cuanto
Andrea y Nathaniel se marcharon, el silencio le pareció sofocante.
Limpió la cocina, guardó el resto de comida china en la nevera, preparó un vaso
de té helado y salió a la terraza.
Sentado en una silla, apoyó los pies sobre otra mientras miraba las olas.A Bobby le encantaba la playa… le encantaba jugar en la arena. Incluso cuando
era solo un bebé y empezaba a llorar, lo único que tenía que hacer era sacarlo a la
terraza y la brisa y el sonido de las olas lo calmaban.
Bobby.
Maldita fuera andrea Criswell por recordarle lo que había perdido. Todo iba
bien hasta que ella había entrado en la habitación del niño. Cuando por fin había
conseguido apartar de sí el dolor, seguir adelante y aceptar la pérdida de su hijo.
Pero mientras miraba la playa, el dolor parecía llegar al mismo ritmo que las
olas.
Si no tuviera una pierna escayolada, iría a correr un rato. Correría hasta que
estuviera exhausto y no pudiera pensar, ni sentir. Desgraciadamente, en aquel
momento esa no era una opción.
Samuel cerró los ojos, pensando que si dejaba de mirar las olas quizá dejaría de
pensar en Bobby.
Y funcionó. Casi instantáneamente, su mente se llenó del recuerdo del beso que
había compartido con andrea en la cocina. Recordó la suavidad de sus labios, la
presión de sus pechos contra su torso… y ese recuerdo hizo que se sintiera acalorado.
Había sabido instintivamente que el beso sería agradable. Lo que no había
esperado era la pasión, el abrumador deseo que lo devoraba mientras la tenía en sus
brazos.
Aquel deseo era debido únicamente a que había pasado mucho tiempo desde la
última vez que estuvo con una mujer. No tenía nada que ver con las pecas que
bailaban sobre la nariz de andrea ni con sus ojos, que parecían invitar a un hombre a
ahogarse en ellos.
Su deseo por ella no era debido a que poseía un sentido del humor parecido al
suyo y lo hacía reír como no había reído en mucho tiempo. Su deseo por ella no tenía
nada que ver con aquel precioso niño que parecía confundirlo con su papá.
Los echaba de menos. Solo se habían ido de su casa una hora antes, pero sentía
su ausencia. Habían aparecido en su vida, llevando el caos y la risa y, de repente, no
estaban.
Samuel abrió los ojos de nuevo y se quedó mirando las olas. Se alegraba de que se
hubieran ido. No necesitaba a una pecosa llena de sueños y a su delincuente hijo
alrededor.
Las primeras sombras de la noche envolvieron la casa y samuel hizo un par de
llamadas para retrasar algunos casos hasta que pudiera moverse.
Más tarde, recibió la llamada de su colega en el cuerpo de policía, informándole
de que jack Jacobson había aceptado pagar la pensión que le debía a sus hijos. Un
poco más contento, samuel encendió el televisor.
Después de ver una serie cómica, se dio cuenta de por qué nunca veía la
televisión. La serie era estúpida y las risas enlatadas, irritantes.Cuando apagó el aparato, el silencio se instaló de nuevo en la casa. ¿Por qué lo
molestaba tanto cuando nunca antes lo había molestado? Samuel no quería ni pensar
cuál era la respuesta.
Por fin se fue a la cama y se quedó dormido casi inmediatamente, pero durmió
mal, dando vueltas casi hasta el amanecer. Se despertó tarde y estaba tomando una
taza de café cuando alguien llamó al timbre.
Samuel se levantó, apoyándose en las muletas. Andrea debía haber encontrado
alguna razón para volver, pensó. Sin darse cuenta de que tenía una sonrisa en los
labios, se dirigió a la puerta. Pero no eran andrea y Nathaniel, sino María.
La desilusión que sintió al verla lo confundió.
—¿Qué haces aquí? Creí que habrías metido en una maleta el dinero que
ganaste en el bingo y te habrías marchado del país.
—Nunca me marcharía del país sin dejar a alguien que cuide de ti —replicó la
mujer, entrando en la casa como si fuera la suya.
Samuel levantó una ceja; incrédulo.
—Ya. ¿Cuánto has perdido?
María entró en la cocina, se sirvió una taza de café y se dejó caer sobre una silla.
—Yo solo pensaba comprar cinco cartones, pero mi hermana insistió en que
comprara más porque era mi día de suerte. Menuda suerte —suspiró la mujer—. Mi
hermana dice que tiene poderes psíquicos, pero yo más bien creo que es una
psicópata.
A pesar de su mal humor, samuel sonrió.
—¿Una sonrisa? ¿Qué te pasa, estás enfermo? — preguntó María, irónica—.
Espera, estoy teniendo una visión.
—Creí que la que tenía poderes psíquicos era tu hermana —replicó samuel , burlón.
María abrió un ojo.
—Es una cosa de familia. Veo una mujer con el pelo rubio y las piernas largas.
Tiene un niño pequeño… un niño rubito con los ojos azules. Creo que han sido ellos
los que te han devuelto la sonrisa.
Por un momento, samuel se quedó petrificado, pero entonces recordó que el día
que había despedido a María, ésta salía de casa cuando andrea llegaba con el coche.
—Espera… yo también tengo una visión —dijo entonces samuel . Veo una señora
de la limpieza que se mete donde no le llaman, que suele perder en el bingo y que
está intentando convencer a su patrón de que vuelva a contratarla.
—Eso prueba que ninguno de los dos es vidente.
—¿Quieres seguir trabajando para mí o no?
Las cejas grises de María bailaron sobre sus ojos.
—¿Vas a darme un aumento—No. Esta vez, no. Ya te pago el doble del salario normal.
—Pero me lo merezco.
Samuel rió, preguntándose cómo conseguía rodearse siempre de mujeres tan listas.
Primero María, después andrea . Las dos eran obstinadas, discutidoras y optimistas.
María estaba convencida de que cualquier día ganaría la lotería o el bingo. Estaba tan
convencida de eso como andrea de que encontraría a su príncipe azul.
— Si quieres, puedo empezar a trabajar ahora mismo.
—Muy bien. Voy a guardar las cosas de Bobby en el armario para que puedas
limpiar la habitación.
María lo miró, sorprendida. La habitación de Bobby había estado hasta entonces
cerrada para todo el mundo, incluida ella.
—Vale. Voy al coche por mi bata y vuelvo enseguida —dijo, levantándose de la
silla.
Samuel permaneció sentado durante unos segundos. Se había sorprendido a sí
mismo diciendo que iba a guardar las cosas de Bobby. Pero entonces se dio cuenta de
que la idea llevaba toda la mañana dando vueltas en su cabeza.
Cuando entró de nuevo en la habitación, vio los juguetes con los que Bobby no
jugaría nunca, la ropa que ya no le valdría…
No había razón para guardar aquellas cosas. Samuel sabía que el día de su
cumpleaños compraría otro regalo. Seguiría añadiendo cosas a la colección, pero no
había razón para conservar las que se habían quedado pequeñas.
Debería dárselas a alguien que pudiera usarlas, pensó, mirando un jersey con
ositos azules. Era de la talla de «Terminator». Una sonrisa iluminó su rostro al pensar
en Nathaniel.
No sabía cómo había pasado, pero ese niño se le había metido en el corazón. No
había nada en aquel niño rubio de ojos azules que le recordara a su hijo y sabía que
su afecto por Nathaniel no era una transferencia de sentimientos.
Nathaniel era simplemente Nathaniel. Samuel dejó el jersey sobre la cama y
después fue al armario para buscar unas cajas.
Cuando terminase de guardar las cosas, llamaría a andrea y le diría que fuera a
buscarlas.
Pero se negaba a reconocer que su corazón se aceleraba ante la idea de volver a verla
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Simplemente un beso
RomantikSamuel Coffey evitaba las relaciones sentimentales desde el día en que dejó de creer en el amor. Pero tropezó con un pequeño Cupido en pañales... y cayó a los pies de su preciosa mamá. Ahora, Jack tenía una pierna rota, y su corazón estaba en pel...