Capitulo 4

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Andrea  tardó dos minutos en hacer sitio para Samuel en el coche. Después de
colocar la bolsa de los pañales a los pies de Nathaniel, echó el asiento del pasajero tan
atrás como le fue posible para que pudiera sentarse con la pierna estirada. Samuel
Coffey era un hombre alto que necesitaba mucho espacio.
Un momento después, salía del aparcamiento y paraba frente a la puerta del
hospital. Andrea saltó del coche para ayudarlo, pero él la detuvo con un gesto.
—No hace falta. Prefiero entrar en el coche sin su ayuda. Es más seguro.
Samuel se dejó caer en el asiento, haciendo un gesto de dolor mientras metía la
pierna.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Andrea , intranquila. Incluso con aquella
expresión de enfado, samuel Coffey era un hombre guapísimo. Su aroma llenaba el
interior del coche, un aroma muy masculino que era a la vez atractivo e inquietante.
—Lléveme a casa, por favor —dijo él. El asiento estaba tan reclinado hacia atrás
que su cabeza estaba casi a la altura de la de Nathaniel—. El niño está atado,
¿verdad?
—Claro que sí —contestó ella, mientras arrancaba el coche—. Tendrá que
decirme cómo llegar a su casa.
—A la salida del hospital, gire a la izquierda — dijo samuel , con los ojos cerrados.
—Por cierto, me llamo Andea Criswell. Y el niño que está en la sillita es mi
hijo, Nathaniel.
—Yo prefiero pensar en usted y su hijo como en una pesadilla —replicó él, sin
abrir los ojos.
Andrea apretó los labios, pero se recordó a sí misma que la actitud grosera del
hombre era debida al dolor.
—¿Está casado? ¿Hay alguien que pueda cuidar de usted?
Samuel abrió los ojos.
—Una esposa sería otra pesadilla. Llevo cinco años solo y así es como me gusta
estar. Lléveme a casa y no se preocupe por mí.
De modo que no estaba casado y no tenía novia. Andrea frunció el ceño,
preguntándose si aquel hombre sabría cómo una pierna y varios dedos rotos podían
hacer que incluso la tarea más sencilla pareciera imposible.
—Ha dicho antes que tenía que pasar unos informes al ordenador y encargarse
de varios casos. ¿A qué se dedica, señor Coffey? —preguntó, para romper el silencio.
—Soy bailarín de ballet. ¿Cree que podré ponerme los leotardos sobre  la escayola —No tiene por qué ponerse sarcástico.
Samuel se pasó una mano por la frente.
— Soy investigador privado.
—¿De verdad? ¿Y es bueno?
Los ojos del hombre se iluminaron e incluso esbozó algo parecido a una sonrisa.
Una sonrisa muy bonita.
—Soy el mejor.
Un segundo después, la sonrisa había desaparecido, dejando en su lugar una
expresión tan amenazadora que Andrea  decidió no volver a hablar del tema.
Durante los minutos siguientes, él solo abrió la boca para darle indicaciones.
Cuando le dijo que tomara una estrecha carretera rodeada de árboles, andrea
empezó a inquietarse. No había ninguna casa, ninguna tienda. Nada. Unos minutos
después, vio un cartel que decía «No pasar».
¿Querría llevarla a algún lugar solitario para estrangularla? Andrea no sabía
nada de él, excepto su nombre. Quizá quería romperle una pierna para darle una
lección.
Pero cuando lo miró por el rabillo del ojo, se relajó. Si intentaba atacarla, saldría
corriendo. Incluso con Nathaniel en brazos, podría correr más rápido que cualquier
maníaco con una pierna escayolada. Además, estaba muy pálido y parecía incapaz
de realizar el más mínimo esfuerzo.
La carretera terminaba en una playa privada, el océano Atlántico una enorme
mancha azul a su izquierda.
Samuel señaló la única casa que había, un edificio con el porche acristalado.
Andrea salió del coche para ayudarlo a bajar.
—Me gustaría decir que ha sido un placer, pero no puedo —dijo samuel , mientras
se colocaba las muletas. Sin decir nada más, empezó a caminar hacia la casa, pero se
quedó parado al ver los escalones.
—Será mejor que lo ayude. Puede apoyarse en mí —se ofreció andrea . Él vaciló
un momento, mirándola con desconfianza—. O puede hacerlo usted solo. Y, si se cae,
esta vez la culpa será suya —añadió ella, impaciente.
A regañadientes, samuel le dio una muleta y le pasó un brazo por los hombros
mientras ella lo sujetaba por la espalda. A pesar de su preocupación, andrea  sintió
una punzada de placer al tocar aquella espalda musculosa.
—¿No tiene miedo de que «Billy el niño» arranque el coche mientras usted está
ayudándome? — preguntó él con expresión jocosa mientras subían los escalones.
—No sea ridículo. Nathaniel solo tiene dos años y no es ningún delincuente.
—Ah, la madre siempre es la última en admitir que su hijo tiene problemas.
Andrea  se quedó parada.—Señor Coffey, usted no parece un idiota. Pero es increíblemente estúpido
hablar mal de un niño pequeño cuando su madre lo está ayudando a subir una
escalera.
Samuel la miró, sorprendido.
—Touché.
Una sonrisa iluminó el rostro masculino y ella se quedó sin aliento.
Sin la sombra de barba y sin la expresión de dolor en sus facciones, samuel Coffey
podría robar muchos corazones.
Con aquellos labios tan sensuales, podía hacer que cualquier mujer pensara en
sábanas de raso, noches calientes y brazos y piernas entrelazados…
Andrea  frunció el ceño, preguntándose si habría tomado demasiado el sol. Esa
era la única explicación posible para tales pensamientos.
Continuaron el arduo ascenso y cuando llegaron al porche, le devolvió la
muleta.
—¿De verdad puede arreglárselas solo?
Él estaba muy pálido y su frente se había cubierto de sudor.
—Ya le he dicho que sí.
Después de eso, entró en la casa y prácticamente le dio con la puerta en las
narices.
Andrea  tuvo que controlar el impulso de llamar a la puerta y decirle que era un
grosero. Pero se recordó a sí misma que, a veces, el dolor convertía en monstruos a
los seres humanos.
En su trabajo como auxiliar de clínica, había visto muchas personas agradables
convertirse en criaturas histéricas.
Suspirando, entró en el coche, sonriendo al mirar a su hijo por el retrovisor.
—Le he ofrecido ayuda, pero no la quiere. Así que ya está, no tenemos más
responsabilidad.
Nathaniel rió, con aquella risita infantil que le calentaba el corazón. Mientras se
alejaba de la casa de Samuel  Coffey,andrea  se preguntaba si Bill pensaría en ella alguna
vez, si alguna vez se habría preguntado por su hijo. Si sabría cuántas cosas se había
perdido cuando decidió abandonarlos.
Andrea solo se dio cuenta de lo inmaduro y egoísta que era cuando quedó
embarazada y Bill salió corriendo. Ella no necesitaba un niño asustado en su vida y
Nathaniel no necesitaba un niño asustado como padre.
Para eso, mejor no tener padre. Ella misma había crecido con un padre
inmaduro, incapaz de hacer frente a las responsabilidades.
Su padre desaparecía de su vida y, de repente, volvía a aparecer cuando menos
se lo esperaba, con caros regalos que andrea no necesitaba, llevándola a restaurantes
a los que no quería ir, dándole cosas cuando todo lo que ella necesitaba era su casa Su padre, como Bill, había pasado a ocupar el archivo de «no merece la pena
pensar en ellos». Y en aquel momento, tenía un tercer nombre que añadir a la lista:
Samuel  Coffey.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora