Capitulo 8

387 54 4
                                    

Andrea  descubrió que se había dejado la bolsa de los pañales una hora más
tarde, cuando se disponía a cambiar a Nathaniel. Pensó en volver inmediatamente a
casa de samuel , pero al recordar que él iba a echarse un poco decidió esperar.
Después de sacar un pañal de la maleta, cambió al niño, que parecía estar
intranquilo desde que habían vuelto al hotel.
—¿Qué te pasa, cielo?
Por supuesto, Nathaniel no respondió y se limitó a sentarse en el suelo para
jugar con sus juguetes.
Andrea  se acercó a la ventana. Podrían bajar a la playa, pensó. Pero la idea del
sol y la arena no le apetecía demasiado. Quizá podría echarse un rato. Nathaniel
estaba tan inquieto que una siesta le iría bien. Además, tampoco ella había podido
dormir bien la noche anterior y estaba cansada.
Después de tomar la decisión, se tumbó en la cama con el niño, que protestó
airadamente. Andrea  empezó a acariciar su cabecita para calmarlo y unos minutos
después, Nathaniel cerraba los ojos y su respiración se volvía regular.
Mientras dormía, andrea estudió a su hijo, encantada con cada uno de sus
diminutos rasgos. Era un auténtico Criswell, con la carita redonda, la piel muy
blanca y el pelo rubio. Era como si la naturaleza, siempre tan sabia, hubiera decidido
no otorgarle ninguno de los rasgos de Bill.
Mientras miraba el techo, sus pensamientos iban de su hijo a Samuel  Coffey. Desde
luego, a samuel  el niño no parecía gustarle nada. Nunca había visto a un hombre más
incómodo en presencia de un niño pequeño.
Andrea  tuvo que tragarse una risita al recordar cómo Nathaniel se abrazaba a
la escayola y después a su cuello, haciendo que aquel hombre tan grande pusiera
cara de pánico.
Samuel  Coffey la intrigaba. Era antipático, impaciente y grosero, pero detrás de esa
fachada, sentía que había una gran vulnerabilidad, un temor a compartir sus
sentimientos por miedo a… ¿miedo a qué?
Pero estaba dejando volar su imaginación, se dijo. Ella no sabía absolutamente
nada sobre samuel Coffey y no tenía ningún deseo de conocerlo mejor.
Andrea intentó apartar aquellos pensamientos, pero no funcionó. Los ojos
azules del hombre, tan fríos cuando estaba enfadado, pero tan cálidos las pocas veces
que sonreía, eran difíciles de olvidar. Y su sonrisa… poseía una cierta perversidad
que hacía que su temperatura aumentase.
Aun así, no se parecía nada al que ella imaginaba su hombre perfecto. Andrea
cerró los ojos y luchó por recrear la imagen de su príncipe azul.En realidad, no tenía una imagen concreta, pero sabía que tendría una sonrisa
tímida y ojos suaves. Sería un hombre callado, con los mismos ideales que ella. Serían
como dos mitades de un todo, dos almas gemelas.
Ese hombre adoraría a Nathaniel. No lo llamaría «Billy el niño», ni
«Terminator» y sus facciones no mostrarían pánico cada vez que su hijo se acercara.
Tenía la impresión de que samuel  no era el alma gemela de nadie. Obviamente,
había nacido para ser soltero y se compadecía de cualquier mujer que intentara
cambiarlo.
Eran casi las tres de la tarde cuando Nathaniel la despertó, intentando soltarse
de sus brazos. Andrea lo sujetó cuando estaba a punto de caer de cabeza al suelo.
—Oye, niñato, ¿dónde crees que vas? —sonrió, haciéndole cosquillas en la tripa.
Nathaniel empezó a reír como un loco—. ¿Quieres salir a dar un paseo?
—Pazeo —repitió el niño, señalando la puerta de la habitación.
Andrea soltó una carcajada.
—Espera un momento, renacuajo. Antes hay que bañarse y arreglarse un poco.
Su plan era ir a casa de samuel para rescatar la bolsa de los pañales y después,
Nathaniel y ella irían a dar un paseo en coche y buscarían un agradable restaurante
al aire libre para cenar.
Eran casi las cinco cuando aparcó frente a la casa de samuel  Coffey. La playa era
una delicia a aquella hora. Durante un momento, andrea se quedó apoyada en la
puerta del coche, disfrutando de la belleza del paisaje. Las olas golpeaban
suavemente la playa y el sonido era muy relajante.
Samuel debía haber pagado una fortuna por aquella casa a la orilla del mar, pensó.
Ser detective privado debía ser un buen negocio.
Mientras subía las escaleras del porche con Nathaniel en brazos, rezaba para
que samuel hubiera dormido un poco. Tenía cara de cansancio mientras desayunaban y
si no había dormido estaría de mal humor. De peor humor. Si eso era posible.
Entraría y saldría, se dijo a sí misma mientras llamaba a la puerta. No había
razón para quedarse. Tomaría la bolsa de los pañales y se marcharía.
— ¡Entre! —escuchó la voz de samuel
Andrea  abrió la puerta y lo vio delante del ordenador. Llevaba unos pantalones
cortos de color azul y una camiseta gris y cuando se volvió para mirarla, vio que se
había afeitado.
—Hola.
—Ya me imaginaba que sería usted.
— Sí, soy yo —murmuró andrea . Sin la sombra de barba, era mucho más
guapo de lo que había imaginado. El vello facial ocultaba sus pómulos altos y
escondía completamente el hoyito que tenía en la barbilla.
— ¿Qué está mirando? —preguntó él, con tono malhumorado.—Nada…yo… —empezó a decir andrea , poniéndose colorada—. Se ha
afeitado.
Samuel  se pasó una mano por el mentón.
— Sí. Y también me he dado un baño, si quiere llamarlo así. He descubierto que
una escayola es un obstáculo imposible para bañarse.
—Pues tiene usted muy buen aspecto.
Él la miró, sorprendido.
—Gracias —murmuró, volviéndose hacia el ordenador—. Su bolsa está en la
cocina.
Nathaniel se removió, incómodo.
—Zuelo —ordenó.
—No, Nathaniel —dijo andrea , sujetándolo. Fue a la cocina, tomó la bolsa y
volvió al salón. Samuel estaba escribiendo en el teclado con un solo dedo—. ¿Ha
llamado a María?
De nuevo, él se volvió para mirarla.
—He intentado llamarla, pero no está en casa. Estará en el bingo, supongo. La
llamaré mañana.
—¿Ha dormido algo?
— Sí. He dormido un par de horas.
—Nathaniel y yo vamos a ir a cenar a alguna parte. ¿Le apetece venir con
nosotros?
La invitación había salido de sus labios antes de que pudiera evitarlo.
—No puedo —contestó samuel con cara de pocos amigos, una expresión que a
Andrea empezaba a resultarle familiar—. Tengo que terminar estos informes para
mañana por la mañana y al paso que voy tendré que estar delante del ordenador
toda la noche.
—Me ofrecí a ayudarlo. ¿Recuerda?
— Sí, ya —murmuró él, estudiándola con atención—. ¿El ofrecimiento sigue en
pie?
La pregunta había sido hecha con lentitud, como si le costara un mundo admitir
que necesitaba ayuda.
—Claro que sí.
Sus planes de cenar en alguna terraza agradable se iban por la ventana, pensó.
—Tengo que pasar al ordenador varios informes.
—No me importa hacerlo, samuel —dijo entonces ella, tuteándolo por primera vez Dime lo que necesitas y te echaré una mano.
—Podría pedir una pizza para cenar —sugirió él.—Muy bien —asintió andrea , dejando a Nathaniel en el suelo con uno de sus
juguetes favoritos—. ¿Por qué no me dices qué es lo que tengo que hacer?
—Tengo el borrador de los informes escrito a mano —dijo Samuel , señalando un
montón de papeles sobre la mesa. Andrea se inclinó para echarles un vistazo.
Estaba suficientemente cerca como para que pudiera oler su colonia, un aroma
fresco y masculino.
Samuel pulsó el ratón del ordenador.
—Este es el formato que uso para los informes. Es muy sencillo.
—A ver…
Andrea  se inclinó un poco más para ver la pantalla, tanto que podía sentir el
calor que irradiaba el cuerpo del hombre. De nuevo, se sintió abrumada por su
potente masculinidad.
Intentaba concentrarse en la explicación, pero no podía dejar de mirar aquella
mano fuerte, los antebrazos musculosos, el bulto de los bíceps bajo la camiseta…
Samuel  Coffey parecía estar en muy buena forma física y andrea recordó entonces
los cinco kilos que le sobraban y que no había podido quitarse desde que nació
Nathaniel. Cinco kilos que se negaban a despegarse de su cuerpo.
—¿Crees que podrás hacerlo? —preguntó samuel , volviéndose. Sus caras estaban
muy cerca, sus labios casi rozándose… andrea  se quedó sin aire.
Los profundos ojos azules del hombre se hicieron más oscuros, casi como el
azul de una piscina en la que ella hubiera querido ahogarse.
—Claro que podré hacerlo —contestó. Su voz sonaba como si llegara de muy
lejos.
—Muy bien. Solo tengo una pregunta más.
—¿Qué?
—¿De qué te gusta la pizza?
—¿Pizza? —murmuró andrea, como si no supiera de qué estaban hablando—.
Ah, me da igual. De cualquier cosa.
—De cualquier cosa —repitió samuel
Andrea  se había puesto colorada y disimuló, apartándose para que él pudiera
levantarse de la silla. ¿Qué pensaba, que iba a preguntarle si podía besarla?
¿Por qué iba a querer que samuel Coffey la besara? El no era nada más que la
desgraciada víctima de un accidente, nada más que un hombre muy desagradable
que el destino había puesto en su vida durante unos días.
—Tendrás que echarle un ojo a Nathaniel. No puedo trabajar y vigilarlo al
mismo tiempo.
—¿No podemos atarlo? —preguntó él, de broma. Antes de que andrea
replicase como se merecía, samuel levantó una mano—. Vale, vale. Ya veo que eso estáfuera de cuestión. Yo lo vigilaré, pero como se acerque a mí llevando en la mano algo
que se parezca remotamente a un arma, llamo a la policía.
Andrea  soltó una carcajada. Bajo esa fachada antipática y huraña, había un
sentido del humor que estaba empezando a gustarle.
Pero debía ponerse a trabajar. Sería mejor concentrarse en el ordenador y ponerla mayor distancia posible entre ella y samuel Coffey.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora