Capituló 19

419 46 3
                                    

Andrea  no solo tenía pecas en la nariz, sino en el escote. Samuel se fijó en ellas
cuando se inclinó para acariciar la cabecita de Nathaniel.
El movimiento le permitió ver no solo las pecas, sino la suave curva de sus
pechos bajo el vestido. Por un momento, sintió que tenía mucho en común con los
filetes que se estaban haciendo en la barbacoa. Estaba ardiendo, quemándose.
Besarla dos días antes había sido un tremendo error. Por mucho que lo
intentara, no podía dejar de recordar el sabor de sus labios, el roce de sus pechos
aplastados contra su torso.
Samuel  se concentró en los filetes, preguntándose por qué demonios la había
invitado a cenar. Era una locura. Lo único que había querido era darle la caja con los
juguetes de Bobby. Pero se había encontrado a sí mismo invitándola a cenar. Era
como si las palabras hubieran salido de sus labios sin querer.
Samuel  le dio la vuelta a los filetes. Le había resultado más fácil de lo que pensaba
guardar las cosas de Bobby en una caja. Mientras lo hacía, los recuerdos lo
envolvían… recuerdos de sus años con Bobby, de su cariño por él, del cariño del
niño.
Al principio, luchó contra esos recuerdos, tesoros de un tiempo que ya no
existía. Pero, al final, se rindió y lo sorprendió descubrir que unido a ese dolor había
una gran alegría.
En algún momento, sin que se diera cuenta, la herida había empezado a
cicatrizar. Aunque su corazón sangraría siempre por su hijo perdido, el dolor
empezaba a ser soportable.
—Estás muy callado —dijo andrea entonces—. ¿Te duele la pierna? Quizá no
deberías ir todavía sin muletas.
—No me duele. Estoy bien —dijo él, golpeándose la escayola—. Es que estoy
concentrado para que no se me quemen los filetes.
Andrea  sonrió y esa sonrisa lo calentó por dentro.
—Seguro que sueles quemar la comida.
—Te sorprenderían las cosas que me pasan cada vez que intento cocinar.
—¿Tan malo eres? —rió ella.
—Terrible, el peor —sonrió samuel . Los perros no se comen la basura de mi casa
porque tienen miedo a envenenarse.
Andrea  tomó la copa de vino, riendo.
—Pues entonces, quizá será mejor que yo supervise estos filetes.
—Sí, claro.Estaba tan cerca que, a pesar del olor de la carne, samuel podía oler su perfume. La
proximidad de aquella mujer lo ponía nervioso. Y él nunca se había puesto nervioso
al lado de una mujer.
Sí, desde luego besarla había sido un error. Antes del beso, andrea no era nada
más que una chica irritante, una ayuda necesariadadas las circunstancias. Pero en
aquel momento, solo podía pensar que era una mujer muy atractiva y que besaba con
una pasión conmovedora.
—samyel , será mejor que les des la vuelta —la voz femenina interrumpió sus
pensamientos, pero samuel la miró sin entender—. Los filetes. Se te van a quemar.
—Ah, es verdad.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó andrea , con expresión preocupada.
—Estoy perfectamente. Solo un poco distraído.
—¿Pensando en alguno de tus casos? Si necesitas que te lleve a alguna parte o
que pase algún otro informe al ordenador, no dudes en pedírmelo.
—No, ya me he aprovechado de ti suficiente —dijo samuel , añadiendo una
salchicha a la parilla—. Me he aprovechado de que te sentías culpable cuando la
verdad es que solo fue un accidente.
Andrea  sonrió.
—No podías aprovecharte de eso, porque no me sentía culpable. Aunque sí me
sentía responsable —dijo, mirando a su hijo—. Debería haber estado vigilándolo.
Normalmente, es un niño muy tranquilo. Lo pones en el suelo y se queda jugando.
No sé qué le pasó el otro día.
Samuelb miró a Nathaniel, que estaba jugando con un montón de bloques de
plástico.
—Sí, la verdad es que parece más tranquilo que otros niños de su edad.
—En mi experiencia, hay dos clases de niños: los exploradores y los filosóficos.
Nathaniel es filosófico —dijo andrea , inclinando la cabeza a un lado. Sus ojos eran
entonces del color de las hojas recién cortadas—. ¿Cómo era Bobby?
Por un segundo, las viejas defensas de samuel se levantaron y estuvo a punto de
decirle que no era asunto suyo, que ese era un tema que no quería tocar.
Pero tan rápido como apareció, el instinto desapareció. Durante cinco largos
años no había hablado de Bobby con nadie. Además de comprar los regalos el día de
su cumpleaños y en Navidad, era como si no existiera, como si nunca hubiera
existido porque así le resultaba más fácil seguir viviendo.
De repente, por primera vez desde el día que Sherry se llevó a su hijo, samuel
quería hablar de lo que había perdido.
—Bobby era un explorador. No podías dejarlo solo ni un minuto —dijo por fin,
colocando la salchicha y los filetes en sus respectivos platos.
—Mi hermana tiene un niño así —dijo andrea cuando estuvieron sentados a la
mesa, cortando la salchicha para Nathaniel.—¿Cuántos hermanos tienes?
—Solo una hermana pequeña.
—¿Y es una eterna optimista, como tú? —preguntó samuel
—Es peor que yo —rió ella. De nuevo, samuelvsintió ese calor que lo recorría
entero—. Sandra se casó con su novio del instituto y son muy felices. Se quieren
muchísimo y están locos por sus dos hijos.
Tenía una expresión dulce, soñadora, y samuel supo que estaba imaginando a su
príncipe azul y la maravillosa vida que disfrutaría con él.
Por un momento, sintió envidia al pensar en el hombre que tendría su amor, el
hombre que pasaría la vida riendo con ella, amándola.
—Debe de ser genético —murmuró, irritado consigo mismo por aquellos locos
pensamientos.
—Yo creo que tú también tienes tus defectos, samueñ Coffey.
Él hizo una mueca.
—Será mejor que no hablemos de eso.
—Si tú no hablas de los míos, yo no hablaré de los tuyos.
—Trato hecho —sonrió samuel
La cena fue muy agradable. Samuel  le contó algunos de sus casos, exagerando los
elementos humorísticos solo para oírla reír.
Y habló de Bobby. Le contó como a su hijo le encantaba el sonido de las olas,
cómo le gustaba que le hiciera cosquillas en la barriguita y cuánto le gustaba bailar.
Era un placer y un sufrimiento hablar de él, pero samuel intentó olvidar el dolor y se
sumergió en la alegría que esos recuerdos llevaban a su corazón.
Nathaniel se comió su salchicha y después señaló el plato de samuelb
—Más.
—Toma, Nathaniel, come un poquito de mi patata —dijo andrea , cortando la
patata asada en trocitos.
—No —dijo el niño, señalando el plato de samuel . Papá más.
Papá. Como siempre, la palabra hacía sangrar el corazón de samuel
—Nathaniel, ¿qué quieres? ¿Quieres un poco de filete? —preguntó su madre,
cortando un trocito de carne.
—¡No! —exclamó el niño—. Mamá, no. Papá. Samuel tuvo que hacer un esfuerzo
para disimular el nudo que tenía en la garganta.
—Parece que quiere un trozo del mío.
Cuando le cortó un trocito de filete y lo puso en su plato, Nathaniel le regaló
una sonrisa beatífica y alargó la manita para tocar su brazo.samuel  se emocionó. Aquel crío necesitaba un padre y, por alguna extraña razón,
parecía haberlo elegido a él. El roce de la manita del crío en su brazo lo había dejado
sin aire.
En otra vida, quizá samuel habría podido convertirse en el padre que el niño
deseaba. Pero no en aquella. El corazón de samuel estaba demasiado lleno por el
recuerdo de otro niño.
Cuando Sherry se había llevado a Bobby, también se había llevado su corazón y
no dejó atrás nada que mereciera la pena.
En otra vida, podría haber querido  a Nathaniel, pero en esta, a samuel no le quedaba amor que dar.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora