Capitulo 9

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Debía admitir que lo encontraba muy atractivo. Y también podría admitir que
había cierta tensión sexual cuando estaban juntos. Pero desde luego, samuel no era la
clase de hombre que quería en su vida.
Su relación con Bill había sido un error. Y tener una relación con samuel sería una
locura.
Andrea  sonrió para sus adentros, sorprendida de que una sencilla mirada
pudiera despertar tales consideraciones.
Pasaría los informes al ordenador, compartirían la pizza y después retomaría
sus vacaciones como si nada hubiera pasado. Con aquello en mente, puso las manos
sobre el teclado y empezó a trabajar.
Samuel  se echó hacia atrás en el sofá y estiró las piernas por debajo de la mesa,
tarea difícil porque para hacerlo tenía que apartar primero con el pie la basura que
había en el suelo.
No había querido pedirle a andrea que lo ayudara, pero después de una hora
intentando pasar los informes, estaba desesperado.
Cuando Nathaniel se acercó con un camión en la mano, samuel frunció el ceño.
Afortunadamente, era de plástico. Si hubiera sido de metal, se habría preocupado.
—Tamión —le dijo el niño, ofreciéndole el juguete.
—Sí —murmuró samuel , mirando a la mujer que estaba sentada frente a su
ordenador.
Un momento antes, cuando ella se había inclinado para ver la pantalla, estaban
tan juntos que en lo único que pensaba era en besarla. Había sido un lapsus
momentáneo y, afortunadamente, no había seguido su impulso.
Aun así, lo que ese impulso le había hecho pensar era en la vida de monje que
llevaba desde unos años atrás.
Lo que necesitaba era encontrar una mujer que creyera en las mismas cosas que
él: nada de compromisos, nada de relaciones estables, solo pasar buenos ratos juntos,
sexo y nada más. Samuel sabía bien que andrea Criswell no entendería esas reglas. Ella no solo
esperaría, sino que exigiría un compromiso. Además, solo estaría en Florida durante
unas semanas antes de volver a Kansas para seguir buscando a su príncipe azul.Con un poco de suerte, podría manipular su sentimiento de culpabilidad por el
accidente para que le hiciera un par de comidas antes de que volviera a casa. Pero
nada más.
Pensando en eso, tomó el teléfono y marcó el número del restaurante italiano.
Dos minutos más tarde, había pedido su pizza favorita, la que llevaba de todo.
Después de colgar, se sobresaltó al ver que Nathaniel había saltado al sofá y estaba
mirándolo con sus ojitos azules.
—Tamión —repitió el niño, ofreciéndole el juguete de nuevo. Sus ojos sostenían
los de samuel sin parpadear, completamente concentrado como solo podía estarlo un
niño pequeño.
Con un suspiro de resignación, luchando contra lejanos recuerdos que le hacían
sentir alegría y dolor al mismo tiempo, samuel tomó el camión.
Nathaniel sonrió.
— ¡Mami! —gritó, señalando a andrea
— Sí, ya lo sé. Es tu mamá — asintió samuel . Habían pasado casi cinco años desde
la última vez que tuvo cerca a un niño de la edad de Nathaniel.
Y durante ese tiempo, había tomado la decisión de no relacionarse con niños
nunca más. No comía en restaurantes familiares, no iba al zoo ni al parque de
atracciones y no solía ir al cine cuando la película era para menores de dieciocho
años. Pero no había forma de evitar a aquel crío que parecía decidido a conectar con
él de cualquier forma.
—Lus —dijo Nathaniel entonces, señalando la lámpara.
—Luz —asintió samuel , preguntándose si iba a tener que repasar el repertorio
completo de vocabulario mientras el crío señalaba cada objeto.
Nathaniel se puso de pie en el sofá y se apoyó sobre su pecho.
—Papá —dijo el niño entonces.
Sin previo aviso, apretó la nariz de samuel . Las diminutas uñas eran como pinzas
de cangrejo y samuel soltó un grito de protesta.
—¡Suéltame!
— ¡Papá! —gritó Nathaniel, sin soltar su presa. Andrea se volvió y al descubrir
la escena, se puso la mano en la boca.
— ¡Nathaniel, suéltalo! —gritó, levantándose de la silla.
Nathaniel le ofreció una sonrisa angelical.
—Papá.
—samuel  no es tu papá, cielo —dijo ella, inclinándose para soltar la manita del
niño.
Samuel sintió como una corriente eléctrica cuando los pechos de andrea rozaron
su cara. Casi podría creer que merecía la pena perder la nariz si podía disfrutar de aquel momento de placer. Cuando consiguió apartar al niño, lo puso en el suelo y lo miró muy seria.
—Eso no está bien, Nathaniel —lo regañó, antes de mirar a samuel . ¿Te ha hecho
daño?
De nuevo, se inclinó sobre él para inspeccionar la nariz. Estaba tan cerca que
podía ver los puntitos dorados en sus ojos verdes. Sus labios estaban entreabiertos,
como esperando el beso de un amante, y podía sentir la calidez de su aliento en la
cara.
De repente, estaba demasiado cerca. Y era demasiado atractiva.
—Estoy bien —dijo samuel , apartando la mirada—. A menos que necesite la
inyección del tétanos.
—No creo que sea necesario —replicó andrea , incapaz de disimular una
sonrisa.
—Pues será mejor que encuentres a tu príncipe azul cuanto antes. Ese niño tiene
una fijación con su padre.
—Papá —repitió Nathaniel entonces, señalando a samuel
—Debe haberlo aprendido en la guardería —dijo entonces andrea , con
expresión preocupada—. Es la primera vez que lo hace.
Antes de que pudiera seguir hablando, alguien llamó a la puerta.
—Debe de ser la pizza —dijo samuel , sacando un billete de veinte dólares de la
cartera—. ¿Te importa? —preguntó, ofreciéndole el dinero.
—Claro que no —contestó ella, tomando el billete. Unos segundos después,
volvía con la pizza—. ¿Dónde quieres cenar, aquí o en la cocina?
—¿Por qué no cenamos en la terraza?
Aún podía sentir el roce de sus pechos en la cara, seguía oliendo su perfume.
Dentro de la casa hacía demasiado calor y le parecía, de repente, demasiado
pequeña. Necesitaba salir, respirar aire fresco.
—¿Una terraza? —repitió andrea, mirando a Nathaniel—. No querrás
llevarnos a la terraza por alguna razón especial, ¿no?
—Te prometo que no tiraré al niño al mar —rió samuel . Además, la terraza no
tiene barrotes, así que no puede caerse.
—Ah, bueno. En ese caso…
—¿Por qué no llevas a Nate y vuelves después por la pizza? —sugirió samuel —.
La terraza está en uno de los dormitorios.
—¿Cuántos dormitorios tiene la casa? —preguntó andrea , mientras lo seguía por el pasillo —Tres.  Pasaron delante de dos puertas cerradas y luego entraron en lo que debía ser su
dormitorio. Era una habitación grande con una terraza de puertas correderas desde
la que se veía el mar.
Samuel solía sentarse allí, viendo cómo la tarde oscurecía el cielo azul, luchando
para no quedarse dormido porque a menudo sus sueños estaban llenos de pesadillas.
Aunque la cama no estaba hecha, la habitación parecía relativamente limpia. No
había signos de visitas femeninas, ni nada por el estilo.
—Es precioso —exclamó andrea cuando salieron a la terraza—. Tiene una vista
maravillosa.
—En Kansas no hay nada así, ¿eh?
Ella sonrió, mientras dejaba a Nathaniel en el suelo.
—Desgraciadamente, no. ¿Por qué no te pones cómodo mientras yo voy a
buscar la pizza y algo de beber?
—Cerveza para mí. Si tú no quieres cerveza, seguro que hay algún refresco en la
nevera —dijo samuel , sentándose en una de las sillas.
Había sido buena idea cenar en la terraza. Allí no podría oler el perfume de
Andrea . La brisa llevaba hasta su nariz el olor del mar y esperaba que el aire fresco
hiciera desaparecer la repentina oleada de deseo que había sentido unos momentos
antes.
Nathaniel se puso el dedo en la nariz.
—Nadiz.
—Sí, nariz. Pero no vuelvas a intentar rompérmela.
—Odeja —dijo el niño, tocándose la suya.
—¿Qué estás haciendo? ¿Intentando demostrarme lo listo que eres?
Antes de que Samuel pudiera evitarlo, una imagen apareció en su mente… la
visión de otro niño de ojos marrones.
Bobby. Su hijo. Bobby también jugaba a aquel juego. Se señalaba la barriga y
decía: Badiga, levantándose la camiseta para mostrar una oronda barriguita. Esa era
la señal para que Samuel empezara a hacerle cosquillas con las que el niño no podía
parar de reír.
La emoción surgió de forma inevitable, haciendo que Samuel sintiera un nudo en
la garganta. Intentando disimular, miró hacia la playa, con los ojos humedecidos.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora