—He estado pensando en seguir tu consejo y ponerme de nuevo en contacto
con los Servicios Sociales de Miami.
Samuel la sorprendió diciendo aquello mientras limpiaban los platos.
—¿De verdad? —preguntó andrea , ilusionada—. ¿Cuándo?
—No lo sé. Cuando vaya a Miami. No quiero hacerlo por teléfono. Es muy fácil
ignorar una llamada telefónica.
—Yo te llevaré a Miami. Solo se tardan cuatro horas. Podríamos ir mañana.
—No puedo pedirte que hagas eso —dijo samuel , incómodo—. Esto es asunto mío,
mi vida. Y ya has tenido que perder mucho tiempo conmigo.
Andrea metió los platos en el lavavajillas.
—No me importa, samuel. De verdad. Además, había pensado ir a Miami.
El la miró, incrédulo.
—¿Y para qué pensabas ir a Miami?
—Pensaba llevar a Nathaniel al acuario.
Era cierto. Había leído información sobre el acuario de Miami, en el que
ofrecían un espectáculo con delfines y pensaba ir, aunque no tenía decidida la fecha.
Samuel la miró a los ojos.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué estás perdiendo tus vacaciones conmigo?
Andrea hubiera querido responder frívolamente, pero no se le ocurría nada.
«Porque aunque parezca una locura, me importas». Aquellas palabras aparecieron en
su mente, aunque no las dijo en voz alta.
—No lo sé —contestó por fin—. Supongo que porque, a pesar de tus defectos,
me caes bien.
Samuel tomó el bol de la ensalada.
—Pues eso prueba que estás como una cabra — dijo, guardándolo en la
nevera—. A veces me pongo insoportable durante los viajes largos —le advirtió.
—Pues entonces te meteré en el maletero.
Samuel sonrió y en aquella sonrisa juvenil, andrea vio algo frágil y precioso que
los conectaba.
Y eso la emocionaba y la asustaba a la vez.
Él también pareció sentirlo. Podía verlo en sus ojos.
La sonrisa del hombre desapareció.
—Voy a darte lo que he guardado para ti. Supongo que es hora de que
Nathaniel se duerma y querrás volver al hotel.—Sí, se está haciendo tarde —murmuró andrea
—Espera. Vuelvo enseguida.
Samuel desapareció por el pasillo y ella se sentó en una silla a esperar. Nunca
había conocido a nadie tan extraño como él. Un segundo antes parecía invitarla a
acercarse y después la rechazaba.
Le importaba samuel Coffey. Esa era la verdad. ¿Cómo podía haberse convertido
en alguien tan importante en tan poco tiempo?
Se daba cuenta de que la decisión de ir a Miami y reanudar la búsqueda de
Bobby era un paso muy importante. Y si estuviera en sus manos, andrea se
encargaría de que no cejara hasta encontrar al hijo que había perdido.
Pero no estaba en sus manos.
En menos de dos semanas, ella estaría de vuelta en Kansas, inmersa en la rutina
de una mujer trabajadora con un hijo, luchando por darle a Nathaniel la vida que
soñaba para él.
Samuel entró entonces en la cocina, con dos cajas de cartón en la mano.
—¿Qué es eso?
—Echa un vistazo.
Andrea abrió una de las cajas y cuando vio los juguetes, los reconoció
inmediatamente. Eran los que había visto en la habitación de Bobby dos días antes.
—¿Seguro que quieres regalarme todo esto? — preguntó, sorprendida.
Samuel se encogió de hombros.
—No tiene sentido que guarde estas cosas. Aunque Bobby apareciera mañana
mismo, sería demasiado mayor para estos juguetes.
Nathaniel se levantó y miró hacia arriba, como si supiera que los regalos eran
para él. Cuando su madre sacó un coche de bomberos, sus ojitos azules se
iluminaron.
—Tamión —exclamó, dando palmaditas.
Con Nathaniel ocupado, andrea apartó la primera caja y miró en la segunda.
Era ropa de niño. Todas las prendas llevaban la etiqueta puesta y eran de calidad.
—Hay varias tallas, sobre todo la dos y la tres, así que te vendrán bien.
—No sé qué decir —murmuró andrea. Gracias.
De nuevo, samuel se encogió de hombros.
—Si no te lo diera a ti, se lo daría a alguna institución. Ya era hora de
deshacerme de algunas cosas.
Aunque lo había dicho con aparente tranquilidad, andrea sabía el enorme
dolor que debía haber sentido mientras guardaba las cosas de Bobby en cajas.Y, por un momento, el dolor del hombre se convirtió en el suyo propio. Andrea
tomó un par de diminutos vaqueros y acarició la tela, esperando que la emoción
dejara de ahogarla.
—Quizá en Miami puedas encontrar alguna respuesta. Quizá puedas encontrar
a Bobby por fin —dijo cuando pudo hablar.
Los ojos del hombre se volvieron fríos.
—No lo creo. Pero sí creo que debo hacer un último intento antes de dejar atrás
el pasado definitivamente. Al contrario que tú, yo hace tiempo que dejé de creer en
los finales felices.
—Sé que a veces no hay finales felices, samuel . Sé que la vida no es justa y que a
veces ganan los malos.
Samuel la miró, irónico.
—Tú mantuviste una mala relación con un hombre que te defraudó cuando
quedaste embarazada. ¿Qué sabes tú del auténtico dolor?
Andrea lo miró, perpleja.
—¿En serio crees que tú eres el único ser humano que sufre? Cuando tenía diez
años, mi madre murió. Mis padres estaban divorciados, así que mi hermana y yo
tuvimos que ir a vivir con mi abuela porque mi padre no quería saber nada de
nosotras.
—No me lo habías contado.
—¿Y por qué tenía que hacerlo? Hay muchas cosas que no sabes sobre mí —
replicó ella, furiosa—. Aprendí muy joven que hay dos opciones en la vida. O eliges
ser feliz o eliges no serlo. O luchas o te rindes. Tú tienes que decidir qué clase de
hombre eres, samuel . Un superviviente o una víctima.
—¿Has terminado? —preguntó él entonces, con una sonrisa en los labios.
—No estoy segura —contestó andrea . Unos segundos después, sonrió
también—. Bueno, supongo que sí.
—Me alegro. ¿Quieres un café? Podríamos sentarnos en la terraza y tomar un
café mientras Nathaniel juega con el coche de bomberos.
Andrea vaciló un momento. Le encantaría tomar un café, mirar la luna bailando
sobre el agua y pasar un rato más con samuel . Pero la escena era demasiado
romántica… demasiado peligrosa.
—Será mejor que me vaya al hotel. Son casi las once y hace horas que Nathaniel
debería estar durmiendo. Además, si mañana vamos a Miami, habrá que levantarse
temprano.
—Sí, tienes razón —asintió samuel, su mirada de nuevo inescrutable.
Andrea miró las cajas y después a Nathaniel, que seguía jugando en el suelo
con el coche de bomberos.
—¿Te importa vigilarlo mientras yo llevo las cajas al coche?Sí. Perdona que no pueda ayudarte.
Ella sonrió.
—No pasa nada. Puedo hacerlo yo sólita.
Mientras guardaba las cajas en el maletero, andrea intentaba no pensar cuánto
le gustaría quedarse un rato más.
Sin saber cómo, durante las últimas setenta y dos horas, su relación con samuel se
había transformado en algo más serio.
Si fuera sensata, saldría corriendo. Si fuera sensata, se echaría atrás en sus
planes de llevarlo a Miami y no volvería a verlo nunca.
Y cuando cerraba la puerta del maletero, se preguntó por qué no tenía intenciónde ser sensata.
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Simplemente un beso
RomanceSamuel Coffey evitaba las relaciones sentimentales desde el día en que dejó de creer en el amor. Pero tropezó con un pequeño Cupido en pañales... y cayó a los pies de su preciosa mamá. Ahora, Jack tenía una pierna rota, y su corazón estaba en pel...