Samuel estaba sentado frente a la ventana, mirando cómo el sol se levantaba en el
horizonte tiñendo el oscuro cielo de rosa y oro, los colores reflejándose en el agua.
Andrea estaba a punto de llegar y él había pasado toda la noche lamentando
haber aceptado su oferta.
Si no fuera porque llevaba casi un año buscando a jack Jacobson, nunca
habría aceptado.
Samuel suspiró, pasándose una mano por el pelo. Aquella noche había dormido
relativamente bien, pero su reposo había estado poblado de inquietantes sueños en
los que andrea era la protagonista.
En esos sueños, él la besaba y pasaba la mano por los cortos rizos . Sus
ojos eran del invitador verde del verano, prometiéndole placeres increíbles. ,
Samuel había caído prisionero de esos besos, de esas caricias. Y se había
despertado horrorizado, no por el sueño, sino por la alegría que lo había acompaña-
do. Una alegría que no había experimentado en mucho tiempo, una alegría que había
creído no volver a experimentar jamás.
Andrea , con su príncipe azul y su ideal de un amor eterno, se había mentido en
su inconsciente. Pero samuel sabía bien que no debía creer en tales fantasías.
—Ya he pasado por eso —murmuró para sí mismo. Y nunca más volvería a
creer aquella mentira.
Había tardado cinco años en recuperarse después de que su vida se hiciera
pedazos. Y no pensaba dejar que una rubia con ojos brillantes y locas esperanzas
destrozase la paz que había conseguido para sí mismo.
Lo que no podía entender era cómo una mujer a la que había conocido dos días
antes podía invadir sus sueños. Era ridículo.
Samuel miró su reloj y se levantó, apoyándose en las muletas. Eran exactamente las
seis y tenía la sensación de que andrea era una persona puntual. Efectivamente,
cuando salió a la puerta, acababa de parar el coche frente a la casa.
Bajar las escaleras del porche parecía mucho más difícil que subirlas, pero samuel
decidió hacerlo solo. Estaba harto de necesitar ayuda.
Había llegado al tercer escalón cuando andrea apareció a su lado.
—Deja que te ayude —le dijo. Antes de que samuel pudiera protestar, le quitó la
muleta y se colocó bajo su brazo—. Apóyate en mí.Los rizos le hacían cosquillas en el cuello. Olía a fresco, a limpio, a flores
y… ese olor, junto con el calor del cuerpo femenino, encendió una llamarada en su
interior.
—No necesito ayuda.
—Claro que la necesitas, cabezota. ¿Estás bien? —le preguntó cuando estaban
en el último escalón.
Samuel hizo una mueca.
—Tan bien como puede esperarse, considerando lo que tu hijo y tú me estáis
haciendo pasar —dijo, con un tono más hosco de lo que pretendía.
Samuel vio un brillo en los ojos femeninos, pero andrea no dijo nada. Casi
deseaba que se enfadara con él, que replicara algo para poder replicar a su vez y
quitarse de encima la energía negativa que sentía en aquel momento.
Mientras entraba en el coche y andrea guardaba las muletas en el maletero,
Samuel se sintió ruin y malvado. Nathaniel lo saludó desde su sillita en el asiento de
atrás.
—Papá —dijo el niño, sonriendo.
—Te equivocas, niño. Idiota es lo que deberías llamarme —dijo en voz baja.
Andrea se sentó frente al volante y arrancó sin decir nada.
—Venga, dilo.
Ella lo miró, con curiosidad.
—¿Decir qué?
—Di que soy un idiota.
—Vale. Samuel , eres un idiota. ¿Ahora te sientes mejor?
—Sí —contestó él, echándose hacia atrás en el asiento—. ¿Tú nunca te enfadas?
—No. Intento que esas cosas no me afecten —contestó ella—. Además, si me
enfadase cada vez que estás insoportable o dices alguna impertinencia, estaría todo el
día enfadada. Y no tengo tiempo para eso.
—De todas formas, quiero disculparme. Es que no soporto sentirme tan…
—¿Impotente?
—Sí.
—Ya me lo imaginaba.
Debía ser ese sentimiento de impotencia lo que lo había atacado en la escalera.
Su frustración no tenía nada que ver con un absurdo deseo por la «reina de los
cuentos de hadas», sentada a su lado.
—Cuando llegues al cruce, gira a la izquierda.Mientras andrea se concentraba en la carretera, samuel se concentró en mirarla.
La luz del amanecer le daba a su piel un color precioso. No parecía llevar maquillaje,
excepto quizá un poco de brillo en los labios.
Llevaba pantalones cortos y una camiseta verde un poco desteñida por los
lavados.
—¿Cuántos días vas a quedarte en Florida?
—Tres gloriosas semanas —contestó ella con una sonrisa—. Mi abuela me
regaló las vacaciones. Yo no tengo dinero para pagarme estos lujos.
En aquel momento, todo tenía sentido. Desde el primer momento, a samuel no le
había parecido la típica turista. Su abuela le había regalado unas vacaciones que
seguramente necesitaba y él estaba aprovechándose de su tiempo, haciéndola sentir
culpable por un accidente que, en realidad, no había sido culpa de nadie.
—Te prometo que después de hoy no volveré a aprovecharme de ti.
Ella sonrió de nuevo.
—No me importa. Si estuviera todo el día en la playa, me aburriría. Y con
Nathaniel, las diversiones están muy restringidas.
—Gira a la derecha —dijo samuel, señalando una calle. Después, se quedó
mirando su perfil—. Seguro que eres una buena auxiliar de clínica.
—¿Por qué dices eso?
—No lo sé. Es fácil imaginarte aleteando de paciente en paciente, ofreciendo
pastillas y alegría al mismo tiempo.
—Yo no aleteo —rió andrea . Pero me gusta pensar que soy una buena
profesional. Parte de mi trabajo consiste en hacerme cargo de las necesidades
emocionales de los pacientes, además de sus necesidades médicas.
Samuel tenía un par de necesidades que no le importaría ver atendidas por ella. Un
segundo después, señaló otra calle, intentando apartar de sí aquellos pensamientos.
Pero la realidad era que andrea Criswell le parecía la mujer más atractiva que había
conocido en muchos años.
—¿A quién vamos a vigilar? —preguntó ella entonces.
Samuel cambió de posición, intentando ponerse cómodo.
—Se llama jack Jacobson y vamos a una casa por la que no ha aparecido en
seis meses. Anoche me llamó un informador para decirme que Jacobson estaría hoy
aquí y lo único que quiero es ver si es cierto para llamar a un amigo del cuerpo de
policía. Él se encargará de arrestarlo —contestó samuel , mostrándole un móvil que
llevaba en el bolsillo.
—¿Arrestarlo? ¿Ese hombre es un delincuente? —preguntó andrea ,
preocupada.
—Sí, pero no te preocupes, no es peligroso — sonrió samuel . Puede que sea un
idiota, pero no soy un idiota sin conciencia. Nunca hubiera aceptado venir aquí con
Nathaniel y contigo si pensara que hay el más mínimo peligro.Ella sonrió, más tranquila. ¿Serían sus labios tan cálidos y suaves como
parecían?, se preguntó él tontamente. ¿Se abrirían bajo los suyos? ¿Enredaría los
brazos alrededor de su cuello, se apretaría contra su pecho? Samuel intentaba apartar
aquellos pensamientos de su mente, pero seguían apareciendo a pesar de sus
esfuerzos.
Andrea estaba allí de vacaciones y en menos de tres semanas volvería a Kansas.
Probablemente se casaría con un médico y viviría feliz para siempre.
Además, lo único que samuel quería de ella era una noche. Una sola noche de
placer sin complicaciones.
Nathaniel lanzó un grito desde el asiento de atrás, como si hubiera leído sus
pensamientos y quisiera protestar.
—Seguramente tiene hambre —dijo andrea , señalando una bolsa de plástico a
los pies de samuel . En la bolsa hay un par de plátanos. ¿Te importa pelar uno?
—Taño —dijo Nathaniel, asintiendo con la cabeza.
Samuel encontró plátanos, una bolsa de patatas fritas, caramelos, chicles y un
paquete de salchichas.
—¿Has comprado todo esto de camino a mi casa?
—Un espionaje no es espionaje si no hay chucherías. Por lo menos, en las
películas.
Samuel se volvió para darle el plátano al niño.
—Papá —sonrió Nathaniel, mordiendo la fruta.
—De eso nada —replicó samuel . Después, se volvió de nuevo—. Vale… ahora ve
más despacio. Nos estamos acercando a la casa.
En los últimos seis meses, samuel había estado en aquella zona muchas veces,
esperando encontrar algún signo de vida en la casa de Jacobson.
—Dime dónde tengo que parar.
—Es la casa pintada de, gris. Aparca ahí, bajo el árbol —le indicó él—. Puedes
apagar el motor.
Andrea obedeció y después echó el asiento hacia atrás para estirar las piernas.
Tenía unas piernas preciosas… largas, con la piel dorada y suave. Samuel se imaginaba
a sí mismo tocando aquellas piernas…
¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no podía dejar de pensar en aquella mujer?
Andrea le había dicho que él no era su tipo, que no era su príncipe azul. Y samuel
tampoco creía que pudiera encontrar nunca a la mujer de sus sueños.
Entonces, ¿por qué tenía aquel repentino deseo de convencerla de que, al
menos, podía ser su príncipe azul durante una noche?

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Simplemente un beso
RomanceSamuel Coffey evitaba las relaciones sentimentales desde el día en que dejó de creer en el amor. Pero tropezó con un pequeño Cupido en pañales... y cayó a los pies de su preciosa mamá. Ahora, Jack tenía una pierna rota, y su corazón estaba en pel...