Capitulo 23

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Lo más difícil que Samuel había tenido que hacer en su vida fue mirar los ojos
de andrea, acariciar su piel de seda y después darle la espalda a lo que ella le
ofrecía.
¿Cómo una caída en la playa se había convertido en tal conflicto emocional?
¿Cómo su mísera y simple vida se había vuelto tan complicada?
Había sabido desde el principio que andrea no era la clase de mujer que puede
ser un barco pasando en la noche. Había reconocido la clase de mujer que era en
cuanto se inclinó para ayudarlo en la playa.
Entonces, ¿por qué no había salido corriendo? Porque no podía correr. Su hijo le
había roto una pierna.
El humor de aquel pensamiento no consiguió levantar su espíritu. Sabía que
Andrea estaba tras él, sentía sus ojos clavados en la espalda. Cuando consiguió
endurecer su expresión, samuel se dio la vuelta.
Sabía que la luz de sus ojos  lo perseguiría durante mucho tiempo. Pero
también sabía que él no era el hombre de sus sueños, que nunca podría ser el hombre
que se merecía.
—De modo que ya está —dijo ella entonces—. Has decidido que eres una
víctima de la vida.
—Soy realista. Y no pienso arruinar tu vida formando parte de ella.
Andrea  iba a decir algo, pero en lugar de hacerlo tomó su bolso del sofá y salió
al pasillo.
Samuel  suspiró, aliviado. Si hubiera permanecido allí un minuto más, con aquellos
enormes ojos llenos de amor, podría haber hecho una estupidez. Podría haberse
dejado atrapar por las fantasías, por los sueños que ella despertaba, en los que casi le
hacía creer.
Un momento después apareció con Nathaniel en los brazos, aún dormido.
— Supongo que esto es un adiós.
— Supongo que sí —dijo él.samuel  la miró durante largó rato, intentando memorizar todos sus rasgos… las
pecas de su nariz, su barbilla de punta, aquellos preciosos ojos que brillaban como
estrellas.
Si hubiera podido contentarse con la pasión, con el deseo. Si hubiera querido
acostarse con él, sin compromisos, sin ataduras. Sin los riesgos del amor y sus
expectativas. Él no podría estar a la altura de esas expectativas.
—Espero que todo te vaya bien, samuel—dijo andrea , antes de volverse hacia la
puerta—. Espero que encuentres a Bobby y que los dos construyáis una maravillosa
vida juntos.
Antes de que pudiera replicar, andrea había desaparecido.
Hubiera deseado ir tras ella, pero luchó contra ese impulso, sabiendo que, al
final, los dos acabarían con el corazón roto.
Samueñ volvió a la terraza. Andrea lo amaba. ¿Cómo era posible? ¿Cómo una
mujer como ella podía haberse enamorado de un hombre como él?
El destino tenía sentido del humor. Un sentido del humor enfermizo y patético.
Y lo peor de todo era que él también amaba a andrea
Samuel  cerró los ojos y dejó que ese amor lo llenara por un momento. Le encantaba
el tacto de su piel, la suavidad de su pelo. Pero su amor iba mucho más allá. Amaba
su ingenio, su sentido del humor, la dulzura de su carácter, la candidez de su
corazón.
Pero si empezaban una relación, si se casaban, ¿cuánto tiempo tardaría andrea
en perder el optimismo que había guiado su vida? ¿Cuánto tiempo antes de que sus
ojos perdieran el brillo por vivir con un hombre cínico y amargado como él?
¿Y Nathaniel? El niño se merecía un padre con el corazón entero. Y el suyo no lo
estaba.
Samuel  se quedó mirando las olas. Era mejor así. Andrea estaba mucho mejor sin
él.
Algún día encontraría a su príncipe azul, un hombre que creería en las mismas
cosas que ella, un hombre que podría amar a Nathaniel sin dolor.
Samuel  frunció el ceño al notar que su corazón latía a un ritmo extraño.
Latía arrepentido.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora