Samuel había pasado la peor noche de su vida. No se le daba bien estar enfermo.
Edmund le había dicho una vez que era el peor paciente del mundo, pero no
podía evitarlo. No soportaba sentirse débil, inútil. Samuelcerró los ojos, el ruido que le
llegaba desde la cocina era extrañamente reconfortante.
Había estado a punto de echar a andrea de su casa cuando la vio en la puerta.
Solo había ido a visitarlo porque se sentía responsable de su situación. Y debía
sentirse culpable.
Ese hijo suyo lo había hecho caer al suelo a propósito.
Pero ese primer impulso de decirle que se fuera, se había disipado cuando ella
ofreció hacerle el desayuno. No había comido nada desde que volvió del hospital y
estaba hambriento.
Andrea había dicho que no tenía marido. Entonces, ¿dónde estaba el padre del
niño? Aunque eso a él le daba igual. No quería saberlo. Samuel miró hacia la cocina.
Quizá debería ir allí a supervisar.
Después de tomar la decisión, se incorporó y fue hasta la cocina apoyándose en
las muletas. Andrea estaba lavando los platos y el niño, en el suelo, seguramente
pensando en su próxima víctima.
Ella se volvió al oírlo entrar.
—¿Tiene miedo de que me lleve la plata, señor Coffey? —preguntó, con una
sonrisa.
—No —contestó él, dejándose caer sobre una silla—. Además, si está buscando
objetos de plata, este es el sitio equivocado. Solo he venido para comprobar que
«Billy el niño» no le prende fuego a la casa.
Nathaniel empezó a golpear una cacerola con una cuchara de madera. La
golpeó varias veces y después sonrió a samuel , como esperando que el hombre lo
felicitara por su sentido del ritmo.
Samuel miró a la mujer que estaba lavando los platos.
—No tiene que limpiar toda la casa solo para preparar un desayuno.
Andrea se volvió, sonriendo de nuevo.
—No me importa. Además, me siento un poco responsable de que haya
despedido a su señora de la limpieza.
—¿Porqué?
—No la habría despedido si esta mañana no se sintiera particularmente
irascible. Supongo que no ha dormido bien.
Samuel la miró, sorprendido de que tuviera valor para decirle que estaba irascible.
—Eso es ridículo. No estoy más irascible esta mañana que cualquier otro día.
Además, esta es la sexta vez que despido a María en los últimos tres años. Me saca de
quicio. La mayoría de la gente me saca de quicio.
—Sigo sintiéndome parcialmente responsable —repitió ella, dándose la vuelta.
Después, sirvió una taza de café recién hecho y lo puso sobre la mesa—. Tome. A lo
mejor el café lo anima un poco.
—No tengo que animarme. Me gusta estar enfadado.
—Fadado —dijo Nathaniel entonces, mostrando unos dientes diminutos. El
niño parecía muy contento. Claro, él no tenía una pierna rota.
Samuel tomó un sorbo de café mientras observaba a andrea . Llevaba unos
vaqueros cortos y una camisa azul. El color oscuro de la camisa contrastaba con el
rubio de sus rizos y con el sol entrando por la ventana, el pelo parecía un halo
alrededor de su cabeza.
Un ángel.
Un ángel de la guarda con un demonio a su lado, pensó samuel . Pero debía
admitir que el niño no estaba molestando. No abría los armarios, ni se subía a las
mesas como harían otros crios. Parecía muy contento en el suelo, jugando con los
utensilios de cocina.
—¿Vive por aquí? —preguntó entonces.
Masón Bridge era un pueblo pequeño y samuel creía conocer a todos los
habitantes, aunque solo fuera de vista.
—No. Estoy de vacaciones Somos de Kansas —contestó andrea, sin volverse.—¿Y por qué ha venido precisamente a Masón Bridge? La mayoría de la gente
suele ir a Miami o a playas más conocidas. Este es un sitio muy pequeño.
—Fue idea de mi abuela. Vino aquí de vacaciones una vez y le gustó —explicó
ella—. Llegamos ayer. La verdad es acababa de tumbarme en la playa cuando ocurrió
el accidente.
—Querrá decir cuando ese hijo suyo intentó matarme.
Andrea se volvió entonces, con los ojos brillantes de furia.
— Mi hijo no es «Billy el niño» ni es ningún monstruo. Se llama Nathaniel
Criswell. Y es infantil por su parte culpar a un crío de dos años de algo que solo fue
un accidente.
Estaba muy guapa cuando se enfadaba, con los ojos brillantes y las mejillas
rojas. Samuel se preguntó si sus ojos brillarían tanto cuando la besaban. Un segundo
después, se irguió en la silla, preguntándose de dónde había salido aquel
pensamiento.
Él no tenía intención de besar a andrea . No tenía intención de besar a nadie. Le
gustaba vivir la vida sin complicaciones… y las mujeres eran inevitablemente una
complicación.
Pero, aunque no tenía intención de besarla, no podía dejar de admirar sus
piernas y el redondo trasero, que se movía tentadoramente mientras batía los huevos
para echarlos en la sartén.
—¿Nathaniel? ¿Qué clase de nombre es ese? — preguntó samuel entonces.
Parecía estar buscando pelea, pero no le importaba. Podía permitírselo. Ade-
más, prefería eso antes que la punzada de deseo que se había despertado en su
interior.
—Es un nombre muy bonito. Se lo puse por Nathaniel Hawthorne, el escritor —
replicó ella, poniendo un plato de huevos con beicon sobre la mesa. Estaba sonriendo
y en esa sonrisa, samuel vio un cierto reto—. Al menos, es más original que samuel . ¿No le
parece?
Samuel soltó una carcajada.
—Tiene usted genio.
—¿No me diga?
—Le digo.
—Pues no sea tan impertinente y cómase el desayuno antes de que se enfríe —
dijo andrea , señalando el plato. Después de servirle otra taza de café, tomó a
Nathaniel en brazos y lo sentó en una silla—. Espero que no le moleste si le doy el
desayuno a mi hijo. Es un niño muy sociable. Si vea alguien comiendo, él también
quiere comer.
Samuel se encogió de hombros, observando cómo sacaba un cinturón de la bolsa y
lo ataba a la cintura del niño para que no se cayera de la silla.
Después, le dio una tostada, se sirvió una taza de café y se sentó a su lado.samuel se concentró en el desayuno, manejando torpemente el tenedor con la
mano izquierda. A menudo había pensado lo cómodo que sería ser ambidextro. Y
nunca más que en aquel momento.
Se relajó un poco al comprobar que ella no lo estaba observando, demasiado
ocupada dándole huevos revueltos al niño.
Durante unos minutos, el único sonido era la charla incomprensible de
Nathaniel entre bocado y bocado. Samuel intentaba no mirar a aquel renacuajo de
enormes ojos azules, pero eso lo obligaba a no quitarle ojo a andrea .
Estaba tan cerca que podía ver las pecas que tenía en la nariz y que le daban un
aspecto muy juvenil.
Andrea Criswell no era su tipo en absoluto. Aunque debía admitir que había
pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer que ya no
recordaba cuál era su tipo.
Aun así, lo intrigaba que sus gruñidos no parecieran afectarla lo más mínimo.
De hecho, ella era la única persona, junto con Edmund, que parecía no hacerle ni caso
cuando se ponía como un ogro.
—¿Y qué hace en Kansas? —preguntó abruptamente.
Imaginaba que lo mínimo que podía hacer a cambio del desayuno era darle un
poco de conversación.
—¿Quiere decir que hago cuando no estoy cuidando de «Billy el niño»? —
preguntó ella, con una sonrisa—. Soy auxiliar de clínica.
—¿Auxiliar de clínica?
Samuel sacudió la cabeza al recordar como había aplastado su mano sana con la
rodilla y cómo luego le había dado un golpe en las costillas. Pobres de sus pacientes.
—Ya me imagino lo que está pensando, pero soy muy buena en mí trabajo —
dijo ella levantando la barbilla con expresión retadora.
—No sé si eso es verdad, pero sí sé que es usted una cocinera fabulosa —
suspiró samuel , apartando el plato.
—Gracias. Me gusta cocinar, aunque no lo hago muy a menudo. Solo para mí y
para Nathaniel…
—¿Desde cuándo está divorciada?
—No estoy divorciada.
—Ah, es usted viuda. Lo siento.
Andrea se puso colorada.
—No he estado casada.
—Ah, pensé… —empezó a decir samuel , cortado.
—Es normal —sonrió ella. Y la sonrisa, de nuevo, consiguió calentarlo por
dentro—. No estoy particularmente orgullosa de ser madre soltera, pero andrea . avergüenza. Me quedé embarazada y pensé que mi novio estaría tan contento como
yo. Pero la idea de ser padre hizo que saliera corriendo despavorido.
No había ninguna amargura en su voz, pero a samuel le pareció tremendo. No
había nada que odiase más que a los hombres que huían de sus responsabilidades…
a menos que fuera a las mujeres que no permitían a esos hombres disfrutar de su
derecho como padres.
Samuel apartó de sí el recuerdo de un niño no mucho mayor que Nathaniel… un
niño con el pelo oscuro y los ojos marrones… un niño al que no había visto en cinco
largos años. No podía permitirse pensar en él, no podía soportar el dolor que eso le
producía.
En lugar de hacerlo, se concentró de nuevo en andrea . La sonriente andrea —Supongo que la experiencia con su novio ha hecho que odie a todos los
hombres. ¿No es eso lo que suele pasar?
Ella rió, un sonido alegre y musical que despertó el deseo en Samuel .
—No sé si eso es lo que suele pasar, pero yo no odio a los hombres —dijo
Andrea , soltando el cinturón y dejando a Nathaniel en el suelo. Cuando volvió a
mirar a samuel , sus ojos eran de un verde brillante, como un valle en primavera—. Soy
una mujer optimista y creo en el amor verdadero y en las promesas eternas. Pero
tengo que encontrar a mi príncipe azul.
Samuel sonrió cínicamente. Él no creía en ninguna de esas cosas. Ya no.
—¿Y si nunca encuentra a su príncipe azul?
Andrea empezó a apartar los platos del desayuno.
—Lo encontraré. O él me encontrará a mí. Y en cuanto nos miremos a los ojos,
sabremos que estamos hechos el uno para el otro.
El verde de sus ojos se intensificó y una sonrisa iluminó el rostro femenino.
Samuel apartó la mirada, incómodo.
—No creerá todas esas tonterías, ¿verdad?
—Claro que sí —replicó ella, colocando los platos en el fregadero—. ¿Y en qué
cree samuel Coffey?
—En nada. Absolutamente en nada —contestó él. Pero su voz había sonado
hueca, vacía. Y, de repente, se sintió abrumado de cansancio. Sin decir nada más, se
levantó pesadamente de la silla—. Voy a tumbarme un rato, así que puede marcharse
cuando quiera. Y gracias por el desayuno.
Samuel iba a dar un paso hacia el salón, pero se vio detenido por Nathaniel que,
repentinamente, se abrazó a la pierna escayolada. Andrea estaba llenando el. fregadero de agua y no se percató.
—Suéltame, niño.
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Simplemente un beso
RomanceSamuel Coffey evitaba las relaciones sentimentales desde el día en que dejó de creer en el amor. Pero tropezó con un pequeño Cupido en pañales... y cayó a los pies de su preciosa mamá. Ahora, Jack tenía una pierna rota, y su corazón estaba en pel...