Capitulo 25

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Durante cuatro días, samuel paseó por su casa como si fuera un prisionero. Su
humor, peor que el de un oso al que hubieran despertado de su sueño invernal.
Estaba seguro de haber hecho lo mejor al dejar que andrea y Nathaniel salieran
de su vida, pero no podía apartar el arrepentimiento de su cabeza. Y tampoco de su
corazón.
Aunque la había empujado a marcharse, ella seguía en cada habitación de la
casa. El sonido de su risa sonaba cada mañana mientras tomaba café. La visión de su
expresivo rostro bailaba frente a su cara mientras hacía el almuerzo. Samuel imaginaba
que olía su perfume cada noche, dando vueltas en la cama.Y no solo era el recuerdo de andrea el que lo perseguía. También el de
Nathaniel. Los ojos azules del niño y su preciosa sonrisa se negaban a abandonar su
memoria.
Cuando estaban vigilando a jack Jacobson y tuvo a Nathaniel en los brazos,
había sentido una paz que no había sentido desde que Bobby desapareció de su vida.
En aquel momento, de pie en la terraza, con una taza de café en la mano,
observaba el sol levantándose en el horizonte sobre la playa. Incluso allí, bajo el sol,
oliendo a mar, la sombra de andrea lo llenaba de una sensación de soledad que
nunca antes había experimentado.
Nunca podría recuperar los años perdidos con Bobby. Aunque Barbara Klein lo
llamase al día siguiente para decir que habían encontrado a su hijo, los cinco años
anteriores se habrían perdido para siempre.
Era curioso que Nate tuviera casi la misma edad que Bobby cuando Sherry se lo
había llevado. Era casi como si el destino le estuviera dando una segunda
oportunidad.
Y a andrea. También era una segunda oportunidad para ella en el amor.
Andrea  Criswell era la primera mujer que le había importado de verdad. Sentía
pasión por ella… sentía amor.
Mientras tomaba un sorbo de café, observó a una gaviota lanzarse de cabeza al
agua para buscar su comida y volar después hasta el cielo. Eso era lo que andrea
había hecho por él. Lo había sacado de las profundidades de su infierno y lo había
llevado arriba, al cielo, hacia la esperanza.
Y eso lo había asustado de muerte. ¿Víctima o superviviente? La pregunta que
ella le había hecho seguía dando vueltas en su cabeza.
Samuel se volvió al escuchar el timbre. Unos segundos después, apoyándose en
una muleta, abrió la puerta. Era María.
—Hoy no es día de limpieza, ¿no? —preguntó, sorprendido.
—No, pero he venido a decirte que no puedo limpiar tu casa la semana que
viene —dijo la mujer, pasando a su lado con una sonrisa.
—¿Por qué no? —preguntó samuel , siguiéndola.
María se dejó caer en el sofá, con la gracia de una reina.
—Porque la próxima semana, mi marido y yo nos vamos al Caribe.
Él la miró, incrédulo.
—María, ya te he dicho muchas veces que esa propaganda que echan en los
buzones sobre cruceros baratísimos es un robo.
—No estoy hablando de eso —replicó la mujer, con los ojos brillantes—. Es que
ha pasado por fin.
—¿Qué ha pasado? —preguntó samuel , atónito.—¡La lotería! —exclamó ella, sacando un billete del bolso—. Sabía que algún día
tendría suerte y por fin, la he tenido. Cinco números de seis. ¡Diez mil dólares!
María saltó del sofá y se puso a bailar por el salón.
A pesar de su mal humor, samuel soltó una carcajada. La alegría de la mujer era
contagiosa.
— Me alegro mucho por ti, de verdad —dijo, abrazándola.
—No es una fortuna, pero es una ayuda. Y cuando vuelva de mi viaje, un día te
limpiaré la casa gratis.
—No tienes que hacer eso —dijo samuel , mientras la acompañaba a la puerta—. Te
pago lo que vales. Bueno, en realidad, te pago mucho más —añadió, de broma.
María dejó de sonreír y lo miró muy seria.
—Esa chica es buena para ti, samuel . Las sombras han desaparecido de tus ojos.
Ella y ese niño pequeño son tu billete de lotería.
Samuel  no se molestó en decirle que había sido un loco y había tirado su billete de
lotería a la basura. Cuando María se despidió y samueñ cerró la puerta, de nuevo el
arrepentimiento se apoderó de él.
Imágenes de andrea y Nathaniel pasaban por su cabeza, llenándolo de un
doloroso anhelo por lo que habría podido ser y no había sido.
¿Víctima o superviviente? Las palabras de andrea se repetían en su cabeza.
¿Estaría de luto toda su vida por lo que no había podido ser, en lugar de
abrazar lo que podía ser su futuro? ¿Dejaría que sus recuerdos se interpusieran en el
camino de la felicidad?
Su eterna tristeza tenía la comodidad de ser algo familiar, algo a lo que se había
acostumbrado. Pero la tristeza que sentía en aquel momento al pensar en una vida
sin andrea era… insoportable.
Él era el único que podía decidir cuál era su papel en la vida. Solo él podía
controlar su futuro y tenía que decidir si quería permanecer solo con sus recuerdos o
construir un futuro con la mujer y el niño a los que amaba.
De repente, se sintió lleno de energía. Y de miedo a la vez. Porque empezó a
temer haber recuperado el sentido común demasiado tarde.
Samuel  se movió tan rápido como pudo hacia la puerta.
—¡María! ¡María! —gritó, cuando salió al porche. La mujer estaba a punto de
arrancar la furgoneta y lo miró, sorprendida—. Necesito que me hagas un favor.
Ella sonrió.
—Pues va a costarte.
Samuel  soltó una carcajada, sintiéndose más alegre y libre que nunca.
—Créeme, cueste lo que cueste valdrá la pena.

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora