Capitulo 21

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— Señor Coffey, ¿recuerda a la persona que llevaba el caso hace dos años? —
preguntó Barbara Klein—. No es necesario, pero si lo supiéramos, quizá podría
encontrar antes el informe.
Samuel frunció el ceño, intentando recordar el nombre de la persona que lo había
atendido la primera vez que acudió a los Servicios Sociales de Miami.
—Green. Su apellido era Green, pero no recuerdo el nombre de pila.
—Elizabeth —dijo Barbara entonces—. Solo estuvo con nosotros durante unos
meses. Me temo que tenía un problema con el alcohol.
Samuel  sonrió con tristeza.
—Supongo que era por eso por lo que nunca podía ayudarme.
En ese momento, andrea tomó su mano y samuel se sorprendió.
Y lo que más lo sorprendía era cómo agradecía el gesto. El calor, la fuerza que le
daba la mano femenina parecía llegarlo al corazón.
El teléfono sonó en ese momento y Barbara contestó. Cuando colgó, sonrió
como pidiendo disculpas.
—Tengo que atender un asunto urgente. Si no les importa esperar un momento,
volveré enseguida —dijo, saliendo del despacho.
Samuel  se levantó y empezó a pasear por la habitación.
—Tenía que pasarme a mí. Una asistente social con problemas de alcohol —
murmuró, sacudiendo la cabeza.
—Barbara Klein no parece tener ese problema, así que quizá puedas conseguir
alguna respuesta.
El intentó disimular su irritación. Una irritación que llevaba toda la mañana
intentando disimular. Y sabía lo que causaba aquella irritación. La frustración sexual.
Había pasado la mañana metido en el coche con andrea , envuelto en su aroma,
teniendo que soportar una proximidad que lo sacaba de quicio.Cuando le había preguntado si quería tomar un café la noche anterior, lo que
había querido en realidad era que se quedara a pasar la noche.
Había querido que durmiera en su cama, en sus brazos, después de haber hecho
el amor apasionadamente. Había querido ver el sol iluminando sus facciones al
amanecer mientras la despertaba con suaves caricias.
Samuel  se sentó de nuevo cuando Barbara volvió a entrar en el despacho.
—Necesito toda la información que pueda darme —dijo la mujer—. Y veremos
qué se puede averiguar.
Durante una hora, samuel le dio a Barbara Klein toda la información posible sobre
Sherry y Bobby y le explicó que quería recuperar a su hijo.
—Muy bien. Sé que ha esperado mucho tiempo y es una pena que Elizabeth
Green llevara su caso, pero imagino que sabrá que hacen falta al menos tres semanas
para averiguar algo —dijo la señora Klein, levantándose—. No damos información
sobre los niños acogidos en los Servicios Sociales a cualquiera que entre por esa
puerta.
Samuel y andrea se levantaron a su vez, con Nathaniel prácticamente pegado a la
pierna de samuel
—Entonces, ¿me llamarán en cuanto sepan algo?
—Se lo prometo —sonrió ella.
Cuando salían del despacho, samuel se sintió absurdamente desilusionado. Sabía
que no podía esperar nada de aquella visita, pero la energía y esperanza que había
llevado con él habían desaparecido.
—¿Estás bien? —preguntó andrea , cuando entraban en el coche.
—Sí. Esperemos que a Barbara Klein no le dé por beber de aquí a un par de
semanas.
—No creo que debas preocuparte por eso. Parece una persona muy profesional.
Quizá deberíamos volver a Masón Bridge —dijo andrea , mientras arrancaba—.
Supongo que esto debe haber sido difícil para ti.
—No —dijo él, haciendo un gesto con la mano—. Vamos al acuario. Nate quiere
ver a los delfines.
Samuel  hubiera deseado que ella dejara de mirarlo de esa forma, como si le
importara, como si estuviera preocupada por él. Cuando lo miraba así, solo podía
pensar en tomarla en sus brazos y besarla hasta que cerrara esos ojos que tanto lo
turbaban.
—Muy bien. Pues vamos al acuario.
Unos minutos después, dejaban el coche en el aparcamiento. Durante dos horas
disfrutaron del espectáculo de los delfines y las ballenas, aprendieron muchas cosas
sobre esos animales y comieron hamburguesas en una terraza.Eran casi las seis cuando subieron al coche para volver a Masón Bridge.
Durante una hora, se mantuvieron en silencio, roto ocasionalmente por Nathaniel,
que señalaba hacia la ventanilla, ejercitando su vocabulario.
De nuevo, samuel se encontró a sí mismo luchando contra el deseo que sentía por
Andrea . La había estado observando por el rabillo del ojo en el acuario.
Su risa lo excitaba, su entusiasmo por todo lo volvía loco.
Mientras miraba por la ventanilla, se preguntaba si el destino habría puesto a
Andrea  Criswell en su camino solo para hacerle perder la cabeza.
—Cuéntame algo de ti que yo no sepa —dijo de repente. Quizá si hablaban,
podría quitarse de la cabeza aquellos pensamientos.
—¿Perdona?
—Anoche dijiste que había muchas cosas de ti que yo no sabía. Cuéntamelas
ahora —dijo samuel , sin querer fijarse en cómo el sol que entraba por la ventanilla
iluminaba su rostro, dándole un brillo dorado.
—¿Qué es lo que quieres saber?
Quería saber por qué su usa era como una manta envolviéndolo en una noche
fría. Quería saber por qué el olor de su perfume lo mareaba de deseo. Quería saber
por qué estaba tan segura de que no era el hombre de sus sueños. Y querer saber
todas esas cosas lo asustaba de muerte.
—No lo sé… Háblame de tu abuela.
—Mi abuela nos crió a mi hermana y a mí. Pero yo siempre sentí un agujero en
el corazón por la ausencia de mi madre.
Samuel  asintió. Lo entendía muy bien. Él también tenía un agujero en el corazón
por la ausencia de Bobby.
—Y el padre de Nathaniel… ¿estabas muy enamorada de él?
Andrea  dudó un momento antes de contestar.
—Pensaba que sí, pero ahora sé que estaba enamorada de la idea de estarlo. Mi
hermana pequeña estaba casada y tenía dos niños preciosos y yo acababa de terminar
mis estudios y me sentía sola.
—Y entonces apareció el padre de Nate y tú supiste inmediatamente que era tu
príncipe azul.
Andrea  le sacó la lengua y samuel soltó una carcajada.
—Cuando conocí a Bill, tenía mis reservas. El salía mucho por las noches, le
gustaba el heavy metal y tenía un estéreo en el coche que atronaba a todo el barrio.
—Puedo imaginarme la clase de tipo que era.
Andrea  hizo una mueca.
—La verdad es que no era mala persona. Bill me hacía sentir preciosa y
deseada. Y no me sentía sola a su lado. Yo pensé que era amor, pero no lo era .—Ya.
Samuel  se preguntó si él la haría sentir preciosa y deseada. Y si con él no se sentiría
sola.
—¿Por qué no me hablas tú de Sherry? Dijiste que le habías pedido que se
casara contigo. ¿Estabas enamorado de ella?
—No —confesó él—. Me importaba y la quería como madre de mi hijo, pero no
estaba enamorado de ella. Yo creo que Sherry sabía que no lo estaba y por eso no
quiso casarse conmigo.
De nuevo se quedaron en silencio y samuel miró por la ventanilla, intentando
entender las conflictivas emociones que sentía por andrea
¿Tan sorprendente era que la deseara físicamente? Era una mujer muy atractiva.
Hacía mucho tiempo que él no estaba con una mujer y era lógico que la deseara.
Samuel  se negaba a pensar que su deseo por ella fuera más complicado que eso.
Eran las diez cuando llegaron a su casa y el cielo estaba cuajado de estrellas.
—¿Por qué no entras para tomar la taza de café que no tomaste anoche? —le
preguntó. Andrea apagó el motor y se volvió para mirar a Nathaniel, que dormía en
su sillita—. Podrías ponerlo en la cuna de Bobby.
Ella vaciló un momento.
—Muy bien. Pero solo un ratito.
Minutos más tarde, samuel observaba desde el umbral cómo ella colocaba a Nate
en la cuna en la que, una vez, había dormido su hijo.
Andrea  besó al niño en la frente y lo cubrió con una mantita. Al ver el amor en
los ojos femeninos, el corazón de samuel se encogió.
¿Habría alguien cubriendo a Bobby con una manta en ese momento?
¿Besándolo en la frente y dándole las buenas noches? Samuel esperaba que sí. La idea de
que su hijo estuviera solo o fuera infeliz lo atormentaba.
Angustiado, fue a la cocina para encender la cafetera. No podía seguir
pensando en Bobby o se volvería loco.
—Está completamente dormido —dijo andrea , entrando unos segundos
después.
—El café estará listo dentro de un momento.
Ella lo miró entonces, con aquellos ojos  que lo hacían desear ahogarse en
ellos.
—Debe ser difícil para ti estar con Nathaniel.
—Estoy aprendiendo a vivir con el miedo constante de algún asalto, pero no
importa —intentó bromear él.
—Lo digo en serio. Acabo de darme cuenta.
Samuel tomó dos tazas del armario y se volvió hacia la mesa.—Al principio, me resultaba difícil —admitió—. Nate tiene la misma edad que
tenía Bobby cuando lo perdí. Cada vez que Nate me miraba, me recordaba a mi hijo.
—Lo siento mucho. Debería haber pensado…
—Por favor, no te disculpes. Además del dolor, me ha hecho recordar muchas
alegrías. Y, de repente, no sé cómo, Nate ha dejado de recordarme a Bobby y se ha
convertido en Nathaniel, una persona diferente —sonrió samuel . ¿Cómo quieres el
café?
—Solo.
—Vamos a tomarlo en la terraza.
Ella asintió. Cuando entraban en el dormitorio, samuel intentó no mirar la cama,
intentó no imaginarse a sí mismo allí, con andrea desnuda entre sus brazos.
La noche era cálida, aunque la brisa del mar la refrescaba un poco. El cielo
estaba brillante de estrellas, que iluminaban la terraza.
Andrea  se sentó en una silla y samuel lo hizo a su lado. Estaba guapísima bajo la
luna y podía oler su perfume, mezclado con el olor a sal.
—Parece que, durante los últimos días, no he dejado de darte las gracias, pero
quiero dártelas de nuevo… por llevarme a Miami.
—Espero que obtengas algún resultado del viaje —suspiró andrea, poniendo
una mano sobre su brazo—. Me encantaría que encontrases a Bobby.
Samuel  se levantó para acercarse a la barandilla de la terraza. Se quedó mirando
las olas, sin atreverse a soñar que aquello fuera verdad algún día.
Ella se colocó a su lado unos segundos después.
—Esto es tan bonito —dijo en voz baja—. Debe ser precioso ver amanecer desde
aquí.
Samuel  se volvió para mirarla al mismo tiempo que lo hacía ella. No sabía quién de
los dos había dado el primer paso, solo que, de repente, andrea estaba en sus brazos
y él se hundía en sus ojos . Y después, en la dulzura de sus labios.
Andrea  no se apartó. Todo lo contrario, se apoyó sobre su pecho, tan ansiosa
como él.
Samuel  la estrechó entre sus brazos y acarició su espalda sin dejar de besarla,
haciendo que sus lenguas bailaran con un frenético ritmo de deseo.
La brisa del mar no podía calmar la fiebre que lo poseía, todo lo contrario.
Hambriento, metió las manos por debajo de la camiseta para acariciar la suave
piel femenina mientras seguía tomando posesión de su boca, comiéndosela,
permitiendo que su dulzura lo llenara.
Por fin, con desgana, dio un paso atrás y la miró a los ojos.
—Quédate conmigo, andrea . Quédate esta noche y por la mañana los dospodremos admirar el amanecer samuel vio el deseo en los ojos femeninos y de nuevo buscó sus labios. No
recordaba haber deseado a una mujer como la deseaba a ella. Y sabía que andrea lo
deseaba con la misma intensidad.
Cuando se apartaron, los dos estaban sin aliento.
—Quédate —susurró, acariciando su cara. Andrea cerró los ojos. Las caricias
del hombre eran más de lo que podía soportar—. Deja que te haga el amor, deja que
te abrace. Quédate esta noche, andrea .

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora