Epílogo

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—¿Seguro que estoy bien? —preguntó Samuel
—Cariño, por enésima vez, estás estupendo —sonrió andrea, dando un
golpecito en la silla—. Siéntate. La señora Klein dijo que tendríamos que esperar
unos minutos.
Samuel  se sentó, intentando controlar los latidos de su corazón. Estaban en Miami,
donde unos minutos después vería a su hijo Bobby por primera vez en muchos años.
Habían tardado tres meses en encontrarlo y solucionar todos los problemas
burocráticos, pero por fin había llegado el día que samuel pensó no llegaría nunca.
—¿Y si no le gusto?
Andrea  sonrió, tomando su mano.
—Le vas a encantar, como a mí. Como a Nathaniel.
Samuel apretó su mano y cerró los ojos, sobrecogido de emoción.
Andrea  y él se habían casado un mes antes y se habían instalado en Masón
Bridge. Ella trabajaba en la consulta del doctor Edmund Hall y samuel había vuelto al
cuerpo de policía. Cada día era un regalo, cada día su amor por andrea y Nathaniel
crecía un poco más.
Samuel  miró entonces a Nate, que estaba jugando en una esquina de la habitación.
Nate era un regalo del destino y el lazo que había entre ellos era cada día más fuerte.
Demasiado nervioso como para permanecer sentado, samuel empezó a pasear por
la habitación. ¿Y si Sherry, antes de morir, le había dicho al niño que su padre era un
canalla? ¿Y si Bobby no quería saber nada de él?
Lo único que deseaba era una oportunidad para querer a su hijo, una
oportunidad de ser un buen padre. Esperaba… rezaba para no haber llegado hasta
allí y llevarse la mayor desilusión de su vida.
La puerta se abrió en ese momento. Barbara Klein entró y, tras ella, un chico de
pelo oscuro y ojos marrones. El corazón de samuel se paró durante una décima de
segundo al ver a su hijo.
—Bobby, este es el hombre del que te he hablado —dijo Barbara—. Es samuel
Coffey.
—Hola.
Bobby le ofreció una tímida sonrisa y samuel tuvo que resistir el impulso de tomar
a su hijo en brazos y apretarlo tan fuerte que nada ni nadie pudiera volver a
separarlos nunca.
—Hola —dijo samuel , luchando contra una emoción tan intensa que amenazaba
con ahogarlo.
—Voy por una taza de café —dijo Barbara entonces.—¿Le importa si Nathaniel y yo vamos con usted? —preguntó andrea . samuel la
miró, asustado, pero ella sonrió—. Necesitas estar a solas con tu hijo.
Samuel  sabía que era verdad y la quiso aún más por saber lo que necesitaba y
permitirle estar a solas con el hijo que había amado… y perdido.
Un momento después, andrea , Barbara y Nate se habían marchado, dejándolo
solo con Bobby.
—¿Quieres sentarte? —preguntó, señalando una silla.
—Vale —dijo el niño.
—¿La señora Klein te ha dicho quien soy?
Bobby asintió.
—Dice que eres mi padre biológico.
«Padre biológico». Aquello sonaba tan impersonal, tan frío.
—Sí, soy tu padre biológico y he estado buscándote, rezando para encontrarte
durante los últimos cinco años.
—¿Ah, sí?
Bobby lo miró y en los ojos del niño, samueñ vio confusión y recelo.
—Claro que sí —contestó samuel . Durante todos estos años, ha habido una
habitación para ti en mi casa. Cada año, te compraba un regalo el día de tu
cumpleaños. Y en Navidad también. Te compraba algo que pensaba que te gustaría.
—¿Dónde vives?
—En un pueblo pequeño, a unas cuatro horas de aquí. Se llama Masón Bridge.
Mi casa está en la playa y cuando eras pequeño, te sentaba en mis rodillas y el sonido
de las olas te hacía dormir.
Bobby frunció el ceño, pensativo.
—Me parece que recuerdo eso.
Samuel  hubiera deseado rodearlo con sus brazos para sentir su calor. Pero también
sabía que tardaría tiempo en conseguir la confianza de su hijo. Y que tendría que
ganarse su cariño.
—La mujer que estaba aquí contigo… ¿es tu mujer?
— Sí. Y tiene un hijo de dos años que se llama Nate.
Bobby pensó un momento.
—¿Y vamos a vivir todos en la misma casa?
—Sí —contestó samuel . Bobby, sé que todo esto debe ser abrumador para ti,
pero te diré una cosa. Te quiero mucho. Te he querido desde el día que naciste y si
nos das una oportunidad, creo que seremos felices juntos. ¿Quieres darnos una oportunidad samuel contuvo el aliento, temiendo los días, meses, años perdidos. ¿Sería
demasiado tarde? Sabía que para un niño, un día podía ser como toda una vida.
¿Habrían pasado demasiadas vidas para Bobby?
El niño lo miró y detrás de las dudas, detrás de la confusión, samuel vio un brillo
de anhelo y en ese anhelo vio esperanza.
Tiempo y cariño.
Samuel  sabía que esos eran los ingredientes que borrarían el recelo y las dudas de
sus ojos, el escudo que Bobby había levantado para protegerse. Tiempo y cariño. Y
Samuel  tenía mucho de las dos cosas.
—¿Qué dices? ¿Nos darás una oportunidad? — volvió a preguntar, ofreciendo
su mano.
Bobby se quedó pensando un momento y después estrechó la mano que le
ofrecía.
—Vale.
El mundo había dejado de girar y samuel sintió que volvía a hacerlo cuando su
hijo pronunció aquella palabra.
Un minuto después, Bobby y él salían de la habitación. Andrea se puso de pie,
preocupada. Samuel no la había amado nunca tanto como en ese momento.
Ella era la guardiana de sus sueños, de su corazón, de su alma. Cuando él
sonrió, la expresión preocupada desapareció de su rostro.
—Bobby quiere que nos vayamos a casa.
Los ojos de andrea se llenaron de lágrimas.
—Eso es maravilloso.
En ese momento, Nate se acercó a Bobby y se abrazó a sus piernecitas.
—¡Bubi! —exclamó.
—Me parece que a Nathaniel le gusta tener un hermano mayor —dijo andrea
Nate empezó a dar palmaditas, encantado porque su madre había entendido el
mensaje. ¡Un hermano mayor! Era lo mejor que le había pasado nunca, además de
tener a Papá samuel
Mientras los cuatro se dirigían al coche, Nate le dio la mano a Bobby con la más
encantadora de sus sonrisas. Se daba cuenta de que su hermano estaba un poco
nervioso y le hubiera gustado poder decirle que todo iba a salir bien. Pero como no
conocía las palabras de los adultos, hizo lo que se le daba mejor, sonreír.
Bobby sonrió también, tímidamente, pero era suficiente. Nate supo que no
tardaría mucho tiempo en darse cuenta de que Papá samuel era el mejor papá del
mundo y su mamá, la mejor mamá del mundo. Y Nate pensaba ser el mejor hermano
pequeño que Bobby hubiera podido desear.
Nate soltó una carcajada infantil. Sí, la vida era estupenda. No solo había
conseguido un padre, sino algo mucho mejor. Una familia. FIN

Simplemente un beso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora