La Cafetera Roja

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Alec

El teléfono vibró. Alec lo sacó de su bolsillo para checar. Un mensaje de texto de Magnus. Le echó una mirada de reojo a Jace, que estaba sentado a un lado de él en el banco de Taki's, comiéndose un gran plato de papas fritas. Perdido en sus propios pensamientos. Alec abrió el teléfono y leyó el mensaje.

Alexander, compré una cafetera. Ven a checarla cuando tengas tiempo. Magnus.

Alec sonrió ante el mensaje y escribió una respuesta. 

¿Mañana por la mañana? Tengo algunos demonios que cazar esta noche.

—Seguro. Te estaré esperando.

Martes, temprano en la mañana, Alec se encontraba en las escaleras que llevaban al departamento de Magnus. La puerta de abajo estaba abierta, tal y como él le había dicho, y la puerta de su departamento también se encontraba abierta. Alec camino al descanso y entró a la sala. La puerta del cuarto de Magnus estaba cerrada y Alec trataba de adivinar, tal vez el brujo aún se encontraba durmiendo. Por alguna razón, el pensamiento lo hizo ruborizarse. Se controló de nuevo y se dirigió a la cocina. Magnus había dicho que podía venir cuando él quisiera, así que ahí estaba.

Ya en la cocina pudo ver la cafetera roja instalada en el gabinete. En el piso se encontraba una bolsa llena de café, había leche, un aditamento para hacer cappuccino y una caja con cubos de azúcar. Magnus de verdad se tomaba todo en serio, pensó. Pero, después de todo, no creía que Magnus fuese de los que hacen algo a medias. Era una persona muy meticulosa, reflexionó, eso es algo que le fascinaba de él.

Tomó lo que necesitaba, puso el café dentro de la máquina, añadió agua; colocó una taza bajo la salida del café y presionó el botón. Está hizo ruido cuando el agua comenzó a descender y a moler el café; y entonces, el líquido negro empezó a caer en la taza, llenando la sala del rico aroma a café que tanto adoraba Alec. No cabía duda, este era un café de buena calidad.

—Eso luce perfecto, -escuchó una voz familiar, detrás de él, giró para encontrar a Magnus parado en el hueco de la puerta. Estaba vestido con un pantalón de pijama color azul oscuro de seda y un ropón verde que colgaba abierto dejando ver su pecho desnudo.

—Y el café huele rico también. -añadió, al mismo tiempo que entraba en la cocina con una gran sonrisa en sus labios y se caminaba en dirección a Alec. Esté le sonrió de vuelta, mientras Magnus colocaba sus manos alrededor de él y presionaba sus labios en un beso.

—Ésta es una linda escena familiar para despertar. -murmuró en los labios de Alec.

Alec le pasó el café e hizo una taza más para él. —Me gusta esta cafetera, -comentó- Es buena.

—Por supuesto que es buena, -replicó Magnus — Ya parece que te iba a comprar una porquería.

—Alec sonrió nuevamente. Magnus no necesitaba una máquina para hacer café. Él podía aparecer café de Starbucks o de cualquier otra cafetería que quisiera, y de todos modos, le había comprado la máquina. Alec se sentía halagado con el detalle.

—Tomemos café, -anunció Magnus caminando fuera de la cocina hacía el sillón.

Alec lo siguió hasta ahí, y mientras disfrutaba de su café le platicó a Magnus como había perseguido a un demonio a través de las calles de Nueva York durante la noche. — ¡Estuvo gruesísimo! -dijo, tallándose la nariz.

Magnus sonrió ante el comentario. —Me lo puedo imaginar, -comentó, poniendo su taza vacía en la mesa. — ¿Quieres ir por algo para almorzar? O podría ordenar algo si quieres permanecer aquí.

—Me gustaría salir, -dijo. —Algo de aire fresco y hotcakes.

—Chispas de chocolate, -terminó Magnus mientras se levantaba del sofá. —Voy a ponerme algo más adecuado para la aventura al exterior y luego nos vamos.

Cuando Magnus regresó a la sala le paso una pequeña llave plateada a Alec. —Está es para la puerta superior. -aclaró. —Dejaré la puerta de abajo abierta para cuando quieras venir, pero necesito la de arriba cerrada. Presidente Meow constantemente se me escapa por ahí. Se sonrió.

Alec rió tímidamente y guardó la llave en una de las bolsas de sus jeans. El hecho de que Magnus le estuviera dando una llave de su departamento lo había puesto de tan buen humor. Con un pequeño sobresalto en el corazón, se encaminó fuera del loft dejando salir a Magnus primero. El cerró la puerta y le echó cerrojo con su llave nueva. Escuchó a Magnus soltar una risita traviesa y encogió los hombros. —Es sentido común que cierres tu puerta. -dijo a modo de respuesta.

—Seguro. -dijo Magnus. —Me gusta que ya estés usando mi llave. Le sonrió a Alec tan perturbadoramente que éste sintió la necesidad de acariciarlo. Magnus se encontraba ya un escalón abajo en las escaleras, cuando Alec puso su mano en el hombro de él y lo hizo girar. Parado un escalón más arriba que él, Alec quedaba más alto. Movió su mano del hombro a la barbilla del brujo, levantando su rostro para poder besarlo. Magnus deslizó las manos alrededor de la cintura de Alec mientras éste se inclinaba, y le devolvió el beso separando los labios de él con los suyos y enrollando su lengua a la de él. Permanecieron allí parados, besándose. Las manos de Alec tomando el rostro de Magnus mientras éste presionaban sus dedos en la parte baja de la espalda de él. Finalmente, se separaron, teniendo que tomarse un momento más para recuperar el aliento. Alec presionaba sus labios en la frente de Magnus.

— ¿Desayuno? murmuró sobre la piel de él.

—Me encantaría. -respondió él, girando y descendiendo por las escaleras.

Una hora después se encontraban sentados en un comedor con los platos ya vacíos, platicando en la sobremesa. Magnus le narraba una aventura sobre una fiesta-desayuno que había organizado, en donde, había tenido una fuente de miel de maple que se había ladeado, y el contenido había salpicado a un hombre lobo que se encontraba sentado cerca de él. Los ojos de Magnus se iluminaban ante la actuación que estaba haciendo al narrar la historia.

—Debiste haberlo visto, la miel goteando de sus ojos. -Magnus levantó la cabeza y comenzó a reír sonoramente. Alec disfrutaba tanto oír reír a Magnus tan abiertamente, y se dio cuenta de lo relajado que se encontraba con él, como no se había sentido en mucho tiempo. Era todo tan fácil al estar con Magnus. Fácil hablar, fácil reír. No había necesidades ni pretensiones. Éste era realmente su verdadero yo, y lo amaba.

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Malec Una Historia de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora