Malec Una Historia de Amor

Ave Atque Vale

Alec

Una vez dentro del Salón de los Acuerdos, Alec notó que su padre seguía donde lo había dejado. Jace se encontraba detrás de Robert e Isabelle se había acomodado a un lado de su padre , pero su madre no se veía por ningún lado.

— ¿Dónde está mamá? Preguntó Alec al llegar con ellos.

—Fue a buscar otra casa para quedarnos. –contestó Isabelle con la voz ronca de tanto llorar. —No quiso volver a la casa de los Penhallow.

Alec respiró profundamente y se marchó a buscar a su madre. La encontró hablando con una mujer de pelo gris que le ponía unas llaves en las manos.

—Mamá, -dijo Alec. — ¿Qué haces?

Su madre dio la vuelta para encararlo dejando a Alec en shock al verla. Su cara estaba totalmente transparente y su rostro como si hubiese envejecido diez años más en la última hora. —He arreglado todo para quedarnos en otra casa. –le dijo. Su voz, sin emoción alguna. —Podremos llevar a Max para dar nuestro último adiós antes del funeral.

Le paso un listón plateado. Era costumbre de los Cazadores de Sombras colocarlo sobre los ojos de los muertos.

— ¿No se supone que debe permanecer aquí con el resto de los cazadores? –le cuestionó, indicando los cuerpos de los demás caídos. La gente estaba atareada colocando los cuerpos de los demás cazadores en una línea.

Maryse hizo una mueca. — ¿Crees que voy a dejar a mi hijo quedarse ahí en el piso frío del Salón, solo? -Ella negó con la cabeza. —Él vendrá con nosotros. Haremos nuestro ritual familiar hoy mismo.

Alec asintió y le pidió indicaciones de la casa en la que se iban a quedar. Ella le dijo la dirección y volteo a ver al resto de su familia por detrás de Alec. Estaba exhausta. Su cuerpo estaba dejando de responder.

—Traeré a los demás. –se ofreció Alec, mirando al mirar el cansancio de su madre.

—Gracias Alexander, -le dijo. Él sabía que su madre estaba agradecida con él por guardar la compostura. Parecía que él era el único capaz de lograrlo en ese momento. ¿Qué diría ella, si supiese que fue gracias a Magnus que él lo había logrado?

***

Alec se encargó de trasladar a su familia a la nueva casa temporal en Alicante. Esta se encontraba muy cerca de la de Angel's Lane. También se dio tiempo para ir a la de los Penhallow con Jace y retirar todo el equipaje. Encontraron a sus padres tan pronto como entraron a la casa. Estaban sentados lado a lado en el sofá. Max estaba tendido en un pequeño otomán a un lado del sofá. Ya se encontraba vestido completamente de blanco, el color para la muerte en la cultura de los Cazadores de Sombras. Sus manos entrelazadas a la altura de su estómago y sus ojos cerrados. Alec caminó hacia ellos y tocó el pelo de su hermano.

— ¿Dónde está Izzy? –preguntó.

Robert no dijo nada, solo volteo a ver a Max. Maryse no levantó la mirada pero contestó en voz baja, "Arriba."

—Yo iré por ella. –dijo Jace y subió las escaleras llamando a Isabelle para que bajara al ritual.

Era un ritual simple el de los Cazadores de Sombras. Se llevaba a cabo solo con los familiares directos y antes del funeral. Todos se acomodaban en círculo, alrededor del cuerpo y una runa de luto era dibujada en la mano derecha de cada familiar. Entonces, el de mayor edad, colocaba el listón plateado sobre los ojos. Para dar fin a la ceremonia, el mayor de los jóvenes debía recitar el poema Catullus. Poema oficial de despedida a los muertos entre los cazadores de sombras. Ave Atque Vale.

Isabelle bajó y cada uno de ellos tomó su lugar alrededor del otomán. Maryse a la cabeza de Max. Robert a la derecha, enseguida Alec, después Jace y al último Isabelle. Alec miraba a su hermana frente a él. Se veía exhausta. En su cabeza se podía ver el golpe que recibió de Sebastian. Alec sabía que se estaba culpando. Ella estaba en la casa con Max y Sebastian cuando todo había pasado. No había podido evitarlo. Alec sabía que era inútil tratar de convencerla de que no era su culpa. Ella no lo aceptaría de todos modos.

Estuvieron en silencio hasta que su madre tomó su estela. Maryse tomó la mano derecha de Robert y marcó la runa. Robert hizo una mueca al sentir el roce de la estela. Alec le extendió la mano a su padre al terminar su madre. Sentía las callosidades y lo rasposo en sus manos. Su padre se inclinó un poco y con mucho cuidado trazó la Runa. Suaves líneas de luto apareciendo en la piel de Alec.

Alec tomó la estela de la mano de su padre y giró hacia Jace, tomando la mano que este tenía ya dispuesta. Miró a su parabatai a los ojos. Lágrimas de dolor brillaban contenidas. Jace podía lucir como una estatua sin sentimientos algunas veces, pero Alec sabía que estaba sufriendo tanto como lo hacía él. Dibujo la Runa tan cuidadosamente como lo había hecho su padre en él. Al terminar apretó la mano de Jace ligeramente antes de pasarle la estela. Jace tomó la mano de Isabelle y Alec vio las lágrimas caer a través de su rostro, goteando en su cuello hasta llegar a costurilla de su playera mientras Jace terminaba la runa.

Finalmente, Isabelle tomó la estela y se paró frente a su madre. Sus manos temblaban al tomar las de su madre, pero se forzó a dibujar la runa. Maryse guardo la estela en su bolo y tomó el listón plateado. Se inclinó ante su hijo y lo colocó cuidadosamente sobre sus ojos. Con el cuidado que solo una madre puede tener al tocar el rostro de un hijo. Se levantó hasta quedar muy firme y miró a Alec a los ojos, "Tu turno."

Alec pasó saliva y empezó a recitar el poema. Normalmente este se hacía en Latín, pero él prefería el inglés para que todos entendieran.

A través de muchas ciudades y muchos mares

He venido, hermano con estas rimas de melancolía

Para brindarte este último adiós, en las puertas de la muerte

Y hablarle a las silenciosas cenizas con propósito

Ahora que el destino te lleva, aun a ti, de mi

Oh, hermano te arranca de mí de forma cruel

Ahora al menos esta última ofrenda

Bendecida por la tradición de nuestros padres como regalo a los muertos

Acepta por costumbres las lágrimas que un hermano te brinda

Y para la eternidad, hermano, saludos y buenaventura.

"Atque in perpetuum frater ave atque vale," -dijeron Jace e Isabelle.

"Ave atque vele," –repitieron Maryse y Robert. Entonces llegó el silencio.