Mi vida nunca fue normal. O al menos, me gusta pensar que si lo fue por temporadas.
Desde niña habíamos sido solo mi papá y yo. Fred Hale era el tipo de hombre que daría la vida por ti, no solo paternalmente, sino en todo el sentido de la palabra. Y lo experimenté cuando un año antes de entrar a la universidad, lo asesinaron.
Había llegado del colegio, como todas las tardes esperando poder verlo sentado en el sofá o haciendo emparedados libres de grasa, pero lo único que encontré fue su cuerpo inerte en medio de la sala y un terrible olor a azufre que inundaba cada rincón de la casa.
Por supuesto, en mi interior sabía que fueron las sombras. Las veía siempre, desde que tenía memoria, me acechaban todas las noches, pero nunca me llegaron a hacer daño, al contrario de lo que le pasó a papá. Las sombras lo habían matado.
Me quedé sola, prácticamente, la única otra persona que podía tener mi custodia era mi tía, Sarah Hale, hermana de papá, pero ella nunca respondió las llamadas de la policía. Poco después nos enteramos que se había mudado de estado y no sabíamos cómo contactarla.
Mi vida a partir de ahí fue dura. Huérfana y sin ningún otro familiar, no me quedó de otra que irme meses antes a la universidad, que pagaba el gobierno, y adaptarme a una vida en la que no tenía a nadie más.
Un año más había pasado y ahí estaba yo, un lunes, mitad del quinto semestre de mi carrera. Sentada en mi cama, en la habitación que compartía con mi ahora mejor amiga, Paola. Odiaba que dijeran su nombre completo, así que la llamábamos Lola.
Faltaban veinte minutos para las ocho de la mañana, sin embargo en la esquina de la habitación podía ver como una sombra comenzaba a desplazarse para llegar a mis pies. Ellas solo aparecían en las noches, cuando me sentía sola y mi mente imaginaba que un hombre pelinegro acariciaba mi sien.
Y justo cuando creí que una mano iba a jalar mis cordones, un grito de Lola la hizo desaparecer.
Mi amiga me estaba gritando desde el baño y al principio no supe la razón, después noté que había dejado la toalla sobre su cama. Torpemente me levanté de la cama y le pasé la toalla.
No podía creer que apenas comenzaba el día y ella ya estaba gritando como desquiciada. Apostaba a que medio edificio se despertó con ese sonido.
La puerta abriéndose de golpe captó mi atención y vi como entró Shawn envuelto en sudor, con una bolsa de papel en sus manos y su mochila colgando de su antebrazo.
—Aquí traje sus desayunos. Ya vamos tarde, no puede ser —murmuró, mi otro mejor amigo, en voz baja mientras cerraba la puerta y se sentaba en la cama de Lola, no sin antes dejar la bolsa de papel en la mesita de noche.
Nuestro amigo había sido asignado hace unos meses en otro edificio que estaba algo lejos del nuestro, por lo que deduje que su sudor se debía a la caminata, o posible corrida, que había tomado hasta aquí.
—Eh, gracias, Shawn —dije, asintió frenéticamente y se tiró de espaldas en el cómodo colchón de Lola.
Tomé la bolsa, que había dejado en la mesita de noche, que estaba entre mi cama y la de Lola, y vi su contenido. Dentro había dos jugos de naranja y tacos.
Eso no era un desayuno, era un almuerzo. Instintivamente, miré a Shawn con una sonrisa ladeada.
—¿Qué onda con este desayuno? —le pregunté, en un acento parecido al suyo cuando hablaba español.
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Empíreo (Celestial 1#) ✔
Fantasy༺Libro uno de la saga Celestial༻ «Diana, una joven universitaria como cualquiera otra, con dos mejores amigos un poco locos, empieza a presenciar sucesos que le harán ver que no era para nada ordinaria. No era una chica normal, no era quien creyó se...