03. TRIBUS

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Sentí mi mejilla mojada y unas hojas revolverse. Estaba tirada en mi cama y todo estaba callado. ¿Cuándo me había dormido? Ni siquiera lo noté.
No había soñado nada, pero dejé mucha baba sobre mi almohada y las tareas que había estado haciendo.


Era el segundo día que no iba a clases y comenzaba a sentirme mucho mejor. Solo esperaba que no me pasara algo parecido que en la piscina.

El sol aún estaba visible y soplaba una brisa fresca. Supe que debía ser ya por la tarde, porque el cielo estaba comenzando a tornarse en un tono rojizo y amarillo.

Me dirigí hasta la ventana que dejé abierta y observé el jardín del campus. No había ni un alma rondando por los jardines, ni aceras, ni las calles o edificios. El campus parecía estar desierto. Ni siquiera estaban los gatos que siempre rondaban por ahí, no había nadie y aquello me pareció muy extraño.

Traté de terminar mi tarea, pero no tenía ganas. Eso alertó mis sentidos, últimamente estaba muy floja. Decidí mirar alguna película, mientras me tragaba los tacos y soda que Lola me había dejado esta mañana.

Estaba tan concertada en mi laptop que no vi que sobre mi taco había una mosca. Estaba fea, podía ser del tamaño de mi lóbulo y era completamente verde. Sus ojos parecían estar mirándome, de pronto, minutos después llegaron más y más moscas. Parecían un enjambre de abejas que buscaban miel, solo que las abejas eran lindas, y estas moscas no lo eran. Por la ventana estaban entrando muchas, volví mi mirada a mi segundo taco a medio comer. Ya había larvas en él.

Asqueada me pregunté qué tan rápido una mosca podía dejar una larva y esta se convirtiera en una mosca. Cuando menos lo esperé, las moscas comenzaron a posarse en mis brazos, cabello, piernas y cara. Comencé a gritar porque las malditas me estaban picando. Trataba de quitármelas, pero parecían estar pegadas a mi piel. Era horroroso.

Había dejado puntos rojos en mi piel, los puntos rojos se estaban abriendo como pequeños huecos; en esos huecos había huevos. Recordé el taco de hace un rato, había visto una larva sobre él.
Grité tratando de quitar los huevos de mi piel, pero no podía. Sentía fiebre, de nuevo, y que los huevos me quemaban la piel. No quería tener larvas sobre mí. No llegaría a quitarlas, eran demasiados huevecillos.

Una sombra se dejó entrever cerca de la ventana, casi formando una figura humanoide a partir de moscas.

Es mi imaginación. No es real.

—Un regalo para ti, pequeña princesa. —Escuché una voz susurrar a través de la ventana, pero no había nadie.

Había escuchado esa voz antes. Era de Belcebú.

Un mareo me golpeó en cuanto la sombra se fue y mis ojos se cerraron.

—¿Diana?

Escuché que llamaban mi nombre, después de lo que me pareció una eternidad, pero parecía que no podía separar mis párpados. Estaban pegados.

–Diana, soy yo, Azafeth. ¿Diana?

Quería decirle que estaba bien, pero sería mentir. Oí como él cerraba la puerta y como su mano buscaba algo sobre mi piel y algo pinchó mi brazo.

—Auch —dije abriendo mis ojos.

Ahí sobre mi cabeza, estaba un Azafeth mirándome preocupado, tenía unas pinzas pequeñas en su mano y en la otra un algodón mojado con alcohol.

—Gracias a... Me alegro de que estés bien. ¿Te sientes bien? ¿Tienes dolor de cabeza? ¿Náuseas? —En cuanto preguntó vomité el taco que me había comida esta mañana. Él hizo una mueca—. Bueno, veo que sí. Ya casi termino, solo aguanta un poco más.

Empíreo (Celestial 1#) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora