27. VIGINTI SEPTEM

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Desperté sobresaltado al sentir que alguien tocaba mi hombro. Primero pensé que era alguno de los chicos con quien compartía habitación, luego recordé que no compartía habitación con nadie y el miedo se apoderó de mi cuerpo.

Lleno de adrenalina tomé mi espada y la apunté a la persona que me había tocado. Mi ceño se frunció al ver a Abigaíl mirarme desde arriba.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunté molesto.

No me gustaba que me despertaran en plena noche, menos de una manera tan macabra que se me erizaran los vellos.

—Es hora de levantarse para entrenar —murmuró soplando su cabello para que se quitará de sus ojos.

La mire mal, pero no rechiste. No sabía en qué problemas podría meterme si no iba a entrenar. Tomé a Muerte y caminé detrás de ella hacia el pasillo. Había un silencio espectral en el Palacio y aunque era de noche, podía ver el cielo iluminado como si el sol no se hubiera ocultado.

—Tu mes de entrenamiento le hará ver a Gabriel en qué puesto puede ponerte. Ya seas ángel custodio o legionario. Aunque dudo mucho que te den a una legión, no tienes tanto potencial —dijo ella amargamente y por un segundo olvidé que era mujer.

Apreté mis labios para tragarme una palabrota y la seguí hasta salir del Palacio.

¿A dónde rayos vamos?

—Correras veinte vueltas alrededor de eso —espetó señalando algo con su dedo.

Apuntó hacia una enorme fuente con un ángel en medio. La fuente literalmente era colosal, medía al menos el tamaño de un campo de fútbol. El agua que caía parecía irreal y pude notar que no hacía ruido al caer de los ojos del ángel.

Daba repelús.

—Está bien —dije.

Por supuesto que no estaba bien, odiaba que ella fuera mi entrenadora. No tenia piedad y parecía disfrutar el hacerme sufrir.

Me preguntaba si ella iba entrenar a Diana también, suponiendo que antes no se matarían entre sí. Por el carácter de Abigail no creía que pudieran hacerlo, al menos no de una manera pasiva.
Ella parecía tranquila, pero a la vez nada compasiva; mi hermana si acaso era compasiva con quienes quería, muy rebelde, descarada y atrevida.

Sí, por supuesto, se llevarían bien.

Hice lo que me ordenó, seguía en pijama pero me daba igual, no era tan reveladora. A la vuelta diez comencé a sudar aun con el insistente frío y las estresantes hojas de los árboles chocando entre sí. Al terminar las veinte vueltas, sin siquiera dejarme respirar, ordenó que hiciera lagartijas.

¡Que me vea musculoso no significa que tenga buena resistencia! Es como decirle a un mudo que leyera poesía en voz alta. Sabías que no debías esperar mucho.

—Bien, ahora abdominales. —Suspire y conte. Uno, dos. Ella me miraba desde arriba. Cinco, seis. Como la odiaba. Ocho, nueve.

—Corre otra vez. —Aprete mis dientes y corri como un idiota en círculos. Mi cuerpo no daba más y ya hasta veía borroso—. Basta, quince minutos de descanso.

Me desplome en el suelo y ella me miró desde arriba con sus ojos bien abiertos y atentos.

—Vamos a desayunar —murmuró caminando hacia el pueblo, casi olvidaba que no había desayunado. ¿Cómo es que aun no me desmayo?

Caminando por las calles pude ver a Uriel y Remiel desde el techo de la cafetería. Ambos bajaron y sonrieron. Uriel murmuró mientras caminábamos dentro del local.

Empíreo (Celestial 1#) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora