18. DUODEVIGINTI

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Seis semanas habían pasado, seis semanas de puro tormento y tristeza. Seis semanas desde que Azafeth había sido raptado.

Eldric nos ayudaba, pero no era fácil abrir un portal hasta el Seol. Debías casi morir en el intento o tener sangre sobrenatural al cien por ciento. Esperábamos que, de algún forma Eldric encontrara la manera de poder llegar al Seol antes de que fuera muy tarde.

Se nos había pegado la mala suerte como chicle.

—¿Diana? Diana, ya basta —dijo Drew impidiendo que le diera otro golpe más al árbol.

Se preguntarán, ¿quién en su sano juicio golpearía un árbol sin protección? Yo soy tan idiota como para hacerlo. Durante los últimos días había descargado mi ira en el tronco del árbol, sin protección, sin ropa calentita, sin importar el dolor.

Praga era fría, habíamos estado ahí todo este tiempo. Los doce meses del año solía hacer frío, el sol salía a las ocho de la mañana y las noches a veces eran, muy pocas veces, calurosas. Y en esas semanas lo único que hizo fue nevar como nunca; y sentía como si el clima me acompañara en mi desgracia.

—No, debo seguir. Debo seguir entrenando —susurré dándole un puñetazo al árbol.

Mis nudillos sangraban, incluso creí que me rompí los metacarpianos en algún punto del entrenamiento. Aunque aquello no me detuvo, mi hermano si parecía muy inquieto. Drew me alejó del árbol y me cogió de los hombros para sentarme en el césped.

—Diana, basta, te haces daño —murmuró poniéndose en cuclillas frente a mí.

Su mirada estaba preocupada y triste. ¿Yo era la causante de que él sufriera? Había estado ocupada no queriendo pensar que no note que preocupaba al resto de los que estaban en la casa.

Miré mis nudillos y supe que Drew estaba en lo cierto. Sangraba mucho y estaban rotos, tenían las marcas del tronco sobre la piel. Pero no me dolían y no sentía el típico calor de la sangre.

Tomó mis manos entre las suyas, las besó y luego se levantó.

—Ven, vamos a vendarte las manos —murmuró y me ayudo a levantarme.

Entramos a la casa de Eldric.

Praga era lindo, la casa del brujo también. Era mucho más enorme que la de Los Ángeles, dándole esta vez un aire medieval con escaleras largas y candeleros de cristal. Debía admitir que Eldric tenía gustos increíbles, no me sorprendía que sus hijos fueran iguales.

Samid y Reyna no estaban tan bien como para siquiera levantarse, no después de todo lo que pasó en la fiesta.
Después de matar al chico hada, al menos unos cuantos vampiros murieron, pero lo más seguro es que reencarnarán en algún otro siglo, si están en la posibilidad de tener un nuevo cuerpo.

Volviendo al presente, Drew me pidió que me sentara en el sofá mientras él subía al baño y buscaba el kit de primeros auxilios. Regreso con la caja entre sus manos y se sentó frente a mí, en el suelo para quedar a mi altura. Sacó unas vendas y alcohol, con un par de algodones.

Tranquilamente mojo de alcohol los algodones y los pasó por mis nudillos sangrientos. Ni siquiera sentí el ardor del alcohol, cuando supo que estaban limpios vendo ambas manos con suma delicadeza. Apenas tenía los nudillos rotos, tenía ampollas también en las palmas de mi mano. Vida había cortado unos cuantos troncos también y las marcas eran la prueba de que lo había hecho durante muchos días.

—Listo, por favor no vuelvas a pegarle a los árboles. Te romperás las manos si sigues así —dijo guardando todo en la caja. Miré mis manos ensangrentadas. —Diana, sé que lo extrañas demasiado, pero descargando tu ira contra un árbol no va a funcionar. Vas solo a lastimarte.

Empíreo (Celestial 1#) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora