12. DUODECIM

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No me gustaría decir que morí. Con la clara idea de que no le iba a dar el gusto a los demonios y dejar que tomaran la tierra, mataran a todos los humanos y mis amigos murieran, sabía que eso no podía ser así. Sobreviví gracias a la astucia de mi amigo vampiro Samid.

Justo a unos metros de caer, romperme la cabeza y morir, tal vez desangrada, contra el suelo, él envolvió su cuerpo con el mío y amortiguo la letal caída, haciendo que se sintiera como si cayésemos sobre un campo repleto de plumas suaves.

—Diana, ya puedes soltarme —murmuró Samid sobre mi cabeza.

Cuando él me agarró, tuve el instinto de cerrar los ojos y orar para que la caída no fuera grave.

Como toda una niña asustadiza.

—Lo siento —dije separándome de él.

Sonrió, comprensivo, poniéndose su sombrero otra vez. Su cabello estaba intacto y su chaqueta brillando bajo la luz del sol. Casi pude ver cierto humo emanando de su piel y me dije a mí misma que debía apurarme sino quería que él se quemara.

—Ya estamos a los pies del Everest, ahora solo hay que buscar la espada —susurró mirando hacia todos lados.

Estábamos algo lejos de la montaña y los pájaros volaban sobre nosotros; el frío hacía que el bosque se viera algo tenebroso aun estando a la luz del día. Aún así, no podía negar lo hermoso que se veía todo.

—Eso va a ser un problema, porque no sabemos dónde está exactamente —dije yo tratando de no temblar por el frío que hacía, a Samid en cambio no parecía afectarle en lo absoluto.

Ventajas de ser vampiro.

Él comenzó a caminar hacia el centro del bosque, y le seguí antes de que lo perdiera de vista. Sin pensarlo, un montón de preguntas cruzaron mi mente a medida veía la espalda del chico frente a mí.

—¿Puedo saber por qué tú y Belfegor están ayudándome a encontrar la espada de mi padre y a detener la guerra? —pregunté sin retener mi curiosidad.

—No lo sé, el amo casi nunca me cuenta sus propósitos. Solo me dijo: "Samid, ayudaremos a Diana". Obviamente no me opuse, no tenía nada que perder yendo contra el bando malvado. La persona que me crió nos enseñó a Reyna y a mí que no porque fuéramos monstruos, debíamos ser malvados —dijo mientras caminábamos entre árboles, avanzando hacia la gran montaña.

Criado. Entonces trabajaba para un demonio, pero alguien más lo crió.

—Entiendo, pero él debe querer esto por algo. ¿No crees? Pienso que busca algo a cambio —dije mirándolo y él negó.

—Belfegor nunca pide nada a cambio, pero te creo. Siento que está escondiendo por qué los ayudamos. Además, me dijo que, en un futuro, no tan lejano, esa espada serviría mucho.

Iba a decir otra cosa más, sin embargo, ocurrió en ese instante algo que me dejó un tanto sorprendida. Una corriente recorrió todo mi cuerpo, trance si consigo un cosquilleo en mi nuca y mis brazos, como cada vez que un ángel estaba cerca o cuando Ahmm se activaba.

—Samid —me detuve llamándolo, él me miró—. Está cerca.

Él sonrió y me indicó que caminara hacia donde sentía con más fuerza la sensación de cosquilleo que intenté explicarle.

Los murmullos en mis oídos se hacían más fuertes y la fuerza incrementaba a medida pisaba con determinación el suelo. Fui a parar al pie de un pino solitario entre un campo de margaritas. La tierra debajo de mis pies vibraba, arrastrando mi cuerpo y que mis sentidos se agudizaran aún más.

Empíreo (Celestial 1#) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora