30. Cabeza de Puerco

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Creo que buscarte
Es menos digno que pensarte,
Más difícil que encontrarte
Y menos triste que olvidarte.

Obsesionario en la mayor - Tan Biónica

Tal como su director lo había prometido, un liviano paquete estaba los pies de su cama el viernes por la tarde con una guía de indicaciones.

Metió todo, junto con varias mudas de ropa para sobrevivir aquel fresco fin de semana en el bolso que había encantado el año anterior. También preparó su varita y dinero, por si las dudas. Leyó el primer punto, debía escapar de Hogwarts y buscar un lugar llamado Cabeza de Puerco, en Hogsmade. Nunca había oído mencionar de él pero no debería ser muy difícil de encontrar, el pueblo no era muy grande. Corrió por los jardines esquivando entre las sombras a los estudiantes de Durmstrang que estaban haciendo una fogata y cantando a orillas del lago donde se encontraba su barco. Fue al escondite donde no pisaba desde el curso anterior, se quitó la ropa, la guardó en el bolso y se transformó.

Una extraña calidez le dió la bienvenida, y solo en ese momento se dió cuenta cuanto había extrañado aquella sensación. Había sido una tonta. Quiso lanzar un rugido al aire de placer, pero se percató que los de Durmstrang parecía pero no eran tan tontos.

Echó a correr por el bosque, bordeando los límites para llegar hasta la entrada del castillo, llena de adrenalina. Al fin no se sentía completamente devastada e inútil.

Tal como Dumbledore había escrito en el papel, solo le bastó tocar con su pata las rejas de entrada que estas se abrieron mágicamente dejándole un hueco para pasar.

-Recuerda, domingo por la noche –se asustó cuando los cerdos alados de hierro que adornaban los costados de la verja le hablaron.

Hogwarts nunca dejaría de sorprenderla.

Corrió hasta Hogsmade con la tira del bolso entre sus dientes y cuando comenzó a ver las primeras casas, se fue hasta las flores detrás de un jardín y se transformó otra vez. Se abrigó rápidamente y sacó su varita. Hubiese conjugado un lumos, pero no quería levantar sospechas. Se tapó por el frío  la cabeza hasta la nariz con una bufanda gris, lo cual agradeció minutos después al ver a todo el pueblo colmado de gente del ministerio y de prensa, por la segunda prueba del torneo. Se hizo la que volteó para ver una vidriera al ver al señor del trabajo de su padre pasar por allí lleno de papeles, dando indicaciones a sus empleados sobre la prueba de mañana y las medidas de seguridad.

Le preguntó a una viejita que pasaba lentamente, a la cual a juzgar por su manera de vestir era habitante de allí, donde quedaba Cabeza de Puerco.

-Niña, ¿Que vas a hacer tu en un sitio como ese?

Luego de mentirle un poco nerviosa, por la gente del ministerio pululando a su alrededor y de conseguir la dirección del lugar continuó caminando entre las sombras.

Al llegar entendió porque la anciana la miraba horrorizada al marcharse, la taberna tenía como cartel una cabeza de puerco chorreando sangre y las ventanas estaban tan sucias que no se podía ver a ciencia cierta que había dentro.

Pero Dumbledore no pondría su vida en riesgo.

Tocó la puerta y al ver que nadie atendía entro. A pesar del mal aspecto, el lugar estaba lleno de gente bien vestida,  supuso por la cara del tabernero que no era algo habitual allí. También se observaban algunos duendes sucios que Annie supo que ellos si eran la clientela habitual del lugar.

-¡Por mi hijo y su suerte para mañana! –vio como Amos Diggory chocaba su vaso de cerveza contra otro grupo de diez personas.

Tal como decía el manual de instrucciones, se acercó hacia el tabernero que tenía cara de pocos amigos y lo saludó.

-Buenas noches –el apenas la miró y siguió pasándole un trapo a los vasos limpios, secándolos –mi nombre es Anastasia –le dijo en un susurro.

-El mio Abeforth –le comentó de mala gana este.

Ella se quedó en silencio unos segundos, al parecer al hombre no le gustaban las vueltas y los buenos modales.

-Yo vengo por un asunto –él la miró y enarcó una ceja, ella rodó los ojos sintiéndose una niña diciendo la contraseña que le había indicado Dumbledore –Caramelos de rosa.

La expresión de aquel hombre cambió, pero no dejó de parecer menos molesto. Le hizo un gesto para que la siguiese. Se adentraron en lo que parecían las cocinas del lugar y él tocó con su mano una trampilla que al tacto cambió de color y se escuchó un click. Estaba abierto.

-Te esperan abajo –le dijo el hombre y ella miró hacia abajo con desconfianza –es el único lugar completamente seguro.

Contuvo la respiración al adentrarse en la oscuridad, comenzando a bajar unos escalones de madera que crujían. Al fondo unos diez metros más abajo vio una débil luz.

Al llegar, vio que era una puerta de vidrio esmerilado, tocó la puerta, nerviosa.

-¿Si? –oyó una voz que le pareció familiar, pero distorsionada, como si intentase ocultarse.

-Caramelo de rosa –respondió ella con desconfianza.

La puerta se abrió y se quedo boquiabierta por tres cosas.

Bajo de cabeza de puerco, había una especie de casa con una sola pequeña ventana como si fuese una especie de claraboya, muy bien equipada y con un hogar a leña, el cual la hacía reconfortante.

Su lechuza descansaba en el lechucero del lugar, hacia tan solo dos días ella había enviado la poción de ese mes para Remus.

Sirius, que al abrir la puerta por precaución la había apuntado con su varita, la miraba sorprendido pero contento.

-¡Sirius! –dijo ella abrazándolo, también sorprendida.

Estaba bien vestido, bañado y se había cortado el pelo y afeitado. Fue extraño verlo así, pero la alegró.

Las llaman chispoteaban en la hoguera, dandole una cálida bienvenida a Annie. Olisqueó un rico aroma a comida que le hizo rugir su estomago.

Iba a preguntarle como estaba cuando vió salir de un pasillo serpenteante una figura que creía que nunca volvería a ver y oyó una voz que nunca creyó que volvería a escuchar.

-Canuto, iré hasta arriba a buscar...

Se quedó duro al verla de pie en la puerta del refugio. Fue como si hubiese sido ayer cuando la dejaba, pero sabía que no era así.

Annie estaba mucho mas delgada y pálida de lo que la recordaba, y su cabello rubio que el año pasado le llegaba por debajo de los hombros ahora casi tocaba sus caderas.

Se enfureció con Dumbledore, no por volverla a poner enfrente de él una vez mas, fue sanador aunque sea verle la cara, sino por haberle encomendado dicha misión. 

No debería estar allí, debería estar en el  Torneo de los Tres Magos disfrutando junto a gente de su edad, siendo una chica normal y sin problemas ni gente problemática, como lo había hecho el resto del verano.

Saber que se encontraba bien, al menos eso era lo que ponían sus cartas a Sirius le servía de consuelo para no intentar volver corriendo a sus brazos, lo cual pensaba al menos unas diez veces por día.

Vio el collar con la piedra de la luna que le había regalado brillante en su pecho y lo confirmó.

Nunca podría dejarla ir.

Out Of The Woods - Remus LupinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora