Capítulo 9

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«¿Por qué tengo yo que encargarme de esto?» en eso piensa Axel, en cuanto ve el reloj marcando las siete menos cuarto de la mañana.

En la cama descansan Adela y Wanda de forma cómica, una con los pies cerca de la cara de la otra, luego de batallar por más de treinta minutos en donde decían que no compartirían la misma cama.

«Quiero que investigues algo por mí» le ordenó Evandro antes de encomendarle que buscara en esa casa unos papeles.

Chasquea la legua dándose cuenta de que no le queda otra cosa que no sea hacer lo que Evandro le encargo.

Bajando discreto por las escaleras, bosteza, su mirada se dirige a la ventana, nublado ha comenzado el día.

—Espero que me pague estas horas extras—susurra, algo ve moverse por el reflejo de la ventana, volteó viendo una cámara colocada detrás del armario de la cocina.

«¿Y esto qué?» considerando el hecho de que haya una cámara en ese lugar, se encoge de hombros.

—De ser por seguridad...

Camina dirigiéndose al patio, pero se detiene dándose cuenta de que si hay cámaras verán que Evandro vino a esa casa el día anterior.

«Ese no es mi problema» sigue caminando, aun así, se detiene otra vez.

«Si se dan cuenta, ese desgraciado lo tomaría de excusa para no querer pagarme la semana» recuerda eso, no le sería extraño viniendo por parte de Evandro.

Otra cámara lo sorprende en el patio, a pasos lentos sale, buscando alguna otra y encontró dos más, un tanto sorprendido considera que han de haber estado muy paranoicos para poner tantas cámaras.

«Ya van veintiocho, ¿qué tantas cámaras compraron?» se estremece un poco y se rasca la nuca, mientras reposa una mano en sus caderas.

Topándose con el cobertizo, vuelve a bostezar, desearía estar durmiendo, en esa noche no pudo dormir bien, pues Wanda repetía que podía irse, mientras que Adela por su parte se aferraba a su brazo para que las acompañara.

A esa hora de la mañana la brisa fría solo inspira a que permanezca en la cama cobijado.

Esa casucha descartaría hasta un pequeño estruendo escuchar.

«¿Tienen un perro?» sacude la cabeza, pues Wanda es alérgica.

Allí no debería haber uno.

Toca sus caderas, ha dejado la pistola, quitándose los anteojos, remanga su camisa y avanza hacia el cobertizo con planes de patear la puerta, sin darse cuenta de que al otro lado un hombre yace empuñando un hacha lista para golpear al primero que entre.

•••

Los gritos jubilosos llenan el casino, el sonido de las fichas rodando en las mesas aturden a Robert.

Lleva toda la noche jugando y con una sonrisa de oreja a oreja abraza a la mujer a su lado.

—¡De verdad que eres un símbolo de la suerte! —la mujer le devuelve la sonrisa.

No muy lejos de ellos un grupo de hombres cuchichean.

—Esa es Verónica, parece que hoy la han mandado a destruir a ese hombre.

—¡Pobre miserable! Si supiera lo que le espera, Verónica solo aparece cuando el jefe personalmente nos indica embaucar a alguien.

—¡Caballeros! Vayan a cumplir con su deber—de manera burlesca, un señor robusto fumando un tabaco envía a esos cuatro hombres vestidos de manera formal, al igual que manda a las siete mujeres a su lado alentar el partido que está a punto de comenzar.

La ruta de escape, no funciona. +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora