4- La Ventana.

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Hoy era la fiesta de Jacob.

Daban casi las diez y media y se suponía que estaba dormida hace aproximadamente una hora.

Tenía la ropa puesta en una silla cerca de la cama. No voy a mentir, la moda me apasionaba, y no iba a dejar que una amenaza extraterrestre dejara eso de lado. Llamenme vanidosa, pero me gustaba que las personas comentaban lo que llevaba puesto. Solo en estas ocasiones, agradeció a mamá por sus ostentosos regalos para compensar su ausencia en las fiestas y cumpleaños, o su ausencia en general. Ella tenía buen gusto, no lo podía negar, y me gusta pensar que su exquisito estilo a la hora de vestir lo había heredado yo.

Desde esa tarde en el almuerzo donde se reveló el día de la fiesta he estado pensando en el plan perfecto para escapar sin que papá se enterase, y dado que mis anteriores escapadas fueron un éxito, no pensaba fallar en esta, no podía. No quería ser castigada, no otra vez. Le dije a papá que quería dormirme temprano en la cena, porque no me sentía de lo mejor, y él simplemente me creyó, como siempre hacía. Si sospecho algo, no lo hizo notar. Subí a mi habitación a eso de las siete y media u ocho y empecé a maquinar mi plan de escape.

El tío Hal se quedaría leyendo algo en su habitación, como siempre hacía cuando estaba obsesionado con un nuevo libro. Papá se dormía a las nueve y veinticinco, ni un minuto más, ni uno menos, ese hombre era un maldito reloj con sus horarios. Tony seguramente estaba en su cuarto o jugando en la sala algún videojuego, aunque conociéndolo, seguramente estaba esperando el momento perfecto para escapar también.

Asomé la cabeza por mi puerta para poder observar. Como era de costumbre, mi tío estaba con su libro en la mano y una taza de infusión de hierbas aromáticas en la otra. Cuando entró en su habitación, supe que era mi señal.

Me arregle rápido, usando la ropa que mamá había enviado para mi cumpleaños de hacía unos años, que seguía con la etiqueta, me maquillé haciendo un delgado y largo delineado y poniendo gloss rojo en mis labios. Me ondule el cabello largo y decidí dejarlo suelto. Una última mirada al espejo del baño me confirmó que todo estaba en su lugar y se veía bien. Desconecte mi teléfono de donde estaba cargando y lo guarde en la cazadora fina que me regaló papá.

Entré a mi habitación lista para salir por la ventana cuando alguien más la estaba utilizando como puerta. No me sorprendí en lo más mínimo. Aclaré mi garganta, haciendo que Tony se golpeara la cabeza con el marco de la ventana.

—No trataba de salir por la ventana —se excusó sobando su coronilla.

—Ajá —dije con una sonrisa en mi rostro —, está claro que estás vestido así —señala con la cabeza su, tambien regalo de parte de mamá, camisa negra y pantalones oscuros con un saco informal encima de color azul —porque quieres ver la entrada de la casa, porque mi cuarto es el único con ventana a la calle.

—Claramente —confirmó mi falsa y ridícula teoría, sonriendo como el idiota que era.

Reí tapando mi boca con una mano y lo miré con ternura. Me acerqué a la ventana. La abrí completamente y empecé a bajar. Me apoyé en el techo de la entrada y miré dentro del cuarto.

—¿No vienes? —le pregunté enarcando una ceja. Su rostro era una obra de arte, con los ojos abiertos y la mandíbula desencajada.

Salió haciendo lo que yo hice y cerró la ventana.

—¿Hiciste un relleno en tu cama? —pregunté.

Se golpeó la frente con la mano. Volvió a abrirla y unos minutos después regresó.

—Te debo una —dijo en voz baja.

—Dos, pero quién las cuenta.

Él bajó primero y luego me ayudó a bajar.

AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora