9- Un Largo Camino.

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Todo. Lo había perdido todo.

La piel hirviendo y manchada de sangre de mi padre hacía que mis piernas flaquearan. No podía perderlo a él también, no tan rápido. Sus ojos miraban a la nada y su respiración era casi un zumbido.

—Quiero que salgas de esta habitación y no entres, no importa lo que escuches —dijo en un murmuro.

—No, no puedo perderte a ti también —dije sosteniendo su mano con fuerza, temiendo que si la soltaba se iría de mi lado.

—Prométeme que seguirás adelante —dijo mirándome sin verme en realidad —Prométeme que serás fuerte.

—Te lo prometo —contesté sin resistir que las lágrimas cayeran —Sólo... sólo no me dejes, papi.

¿Cómo había pasado esto? Solo una semana atrás Hal había enfermado, y unos días después lo habían incinerado, con todos los demás cuerpos que habían muerto. Dos malditos días y había perdido a mi tío. Tony, dios... ahogo un sollozo. No, no podía perder también a papá. ¿Por qué yo tuve que seguir con vida? Yo también me había enfermado, ¿porque no había muerto?

—Sal de aquí, y nunca mires atrás

— Papi... —me ardían los ojos y sentía viscosas las mejillas a causa de las lágrimas.

Él se rió débilmente. Lo miré sin entender.

—Te amo, pajarito —acaricio mi cabello.

—Yo también —dije con un nudo en la garganta.

—Sal... —fue una orden, su última orden.

Y así lo hice. Sabía lo que haría, lo que había planeado desde que supo cómo terminaría. Era un hombre orgulloso, tomaría la decisión de cuándo morir por sus propias manos. Así que al escuchar el arma cargarse, tuve que aferrarme al suelo de fuera de su cuarto para no entrar y tratar de hacer algo estupido. Tape mis oídos al escuchar el disparo, y después se escucharon los gritos. Mis gritos.

Se esfumó. Sentí el dolor desgarrar todo mi ser. No tenía voz. No tenía aire. Por segundos que parecieron horas todo fue silencio, no escuchaba ni mi propia voz, no tenía nada. Yo seguía aferrada al suelo con la espalda en su puerta.

Se había ido y con él todo de mí. Sentí un nudo en mi garganta y mis ojos ardían con lágrimas saliendo sin poder controlarlas. Nunca me había sentido tan indefensa y frágil. Me sentía como una inútil cucaracha y los malditos extraterrestres me estaban aplastando.

Me habían arrebatado a mis amigos, haciendo que me sintiera sola. Me quitaron a mi tío, la felicidad de mi día a día. Me quitaron a mi hermano, mi otra mitad. Y ahora me arrancan a mi padre, la persona que me hacía sentir valiente y fuerte. Mi héroe sin capa.

Me los habían arrebatado de la forma más cruel. Hacerlos sufrir hasta que no dieran más, una tortura constante dentro de sua propios cuerpo y sin forma de curarse. La selección natural había sido una perra desalmada. Y todo por una miserable gripe.

Una parte de mí quería gritar, quería llorar, quería quebrarme como no me había permitido toda mi vida. No sé cuánto tiempo estuve acurrucada frente a su puerta, deseando morir también, pero las palabras de papá seguían en mi mente. "Sal de aquí y nunca mires atrás" "Prométeme que seguirás adelante" "Prométeme que serás fuerte". Tal vez le mentí... no sabia como hacer eso. Solo quería morir.

Pero estaba la otra de mí, la parte quería tomar el arma más grande que había en la colección del ejército y dispararle a los desgraciados que me quitaron la razón para seguir viviendo. Y esa era la parte de mí que le prometí a mi padre que sería de ahora en adelante, aunque no tenía ni idea de como seguir, y no sentía un suelo sólido en el cual podría pararme.

Por alguna razón seguía respirando y tenía que aprovechar cada segundo de esto. Quería ir a su ridícula nave en la punta del endemoniado Empire State y golpearlos en las pelotas si es que tenían. ¿Qué hicimos nosotros? ¿que había hecho yo? Vacié mi mochila de los libros de la escuela y la dejé en la cama. Tome lo básico para dejar la casa y seguir adelante.

Tenía una misión y era acabar con esos mal nacidos. No tenía ni idea de como lo haría, pero era un largo camino, y lo descubriría en el proceso.

Guarde las cosas que quedaban en los botiquines. Fui a la reserva de la casa y tomé botellas con agua y suficiente comida enlatada y barras de granola como para alimentarme durante los siguientes días de viaje, me aseguré de que mi mochila no pesara tanto como para no poder con ella.

Guardé una linterna en mi cinturón, baterías y fósforos por si acaso. Guardé un libro de química por si necesitaba hacer una fogata, era para lo único que servía ahora. Aunque papá fingía no tener ningún arma en la casa, sabía perfectamente donde las guardaba. Fui a su despacho y abrí el armario. Empecé a toquetear el fondo de este hasta que encontré un borde que sobresalía. Tire de él y encontré las supuestas armas que no había, solo hacía falta una.

Conocía como pensaba papá, él nunca hubiera dejado la casa sin protección. Tome dos y sus respectivas municiones. Guardé la pistola en el estuche en el que venía y la enganché a mi cinturón y la otra la guardé en mi bolso y guardé unos cuchillo en lugares de fácil acceso. ¿Qué más me podía llevar? Nunca había salido de la ciudad en una situación que llevará más de un día. No había salido a acampar nunca y menos había salido de la casa por una situación como esta. Guardé todo lo qué pensé necesitar cuando entré a mi habitación. Si se me olvidaba algo tendría que conseguirlo en el camino.

Rellene los bolsillos restantes con comida de perro, no dejaría atrás a mis bebés. Tenía un largo camino que seguir y era mejor si los llevaba conmigo. Después pasaría por la biblioteca y tomaría un mapa, era mejor ir por lo seguro.

Mire por última vez la casa, la que alguna vez fue un cálido y hermoso hogar. Solté un suspiro y pasé la puerta dejándole la traba puesta. Mire al frente, la casa de los Talbot se veía sin vida y vacía, como la mía. Lamí mis labios y silbé. Mis dos perros siempre responden a ese llamado. Corriendo pude ver el pelaje dorado y rojizo con blanco de mis dos perros. Les di un poco de comida y empecé a caminar con ellos pisándole los talones. Tomé tres rocas, las más bonitas que encontré y las coloque una al lado de la otra en la escalera de la puerta principal. Una por cada pérdida.

La chica popular con una vida normal se había ido por el desagüe, ahora solo estaba Robin Murphy, una chica dispuesta a destruir a los que la destruyeron.

AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora