8- Gripe.

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Un mes.

Un mes entero habíamos durado con solo seis horas de sol. Un mes en donde todo era miseria. Un mes en donde solo se utilizaba lo necesario y el resto estaba en reserva. Un mes en donde papá iba y venía para reuniones importantes de las que no podía sacarle palabra alguna. Un mes donde los visitantes no presentan nada nuevo. Un mes más que alimentaba la esperanza de que la segunda visión no sucediera. Un mes más de torura psicológica.

Estábamos todos en la sala pretendiendo que este fuese un día normal. Tony estaba jugando un videojuego, Hal estaba leyendo un libro con un título extraño, papá estaba atendiendo una llamada en el comedor y yo estaba escuchando música. Si no fuera por el silencio y la oscuridad de afuera, casi parecía un día normal.

Harold tosió rompiendo el silencio. Tosió otras dos veces y le siguió un estornudo.

—¿Estás bien? —le pregunté quitándome un auricular.

—Si, por supuesto —me sonrió —. Es solo un resfriado. O tal vez alergia.

Volvió a estornudar. Era raro que alguno de nosotros se enfermara alguna vez, pero al fin y al cabo, todos somos propensos a un resfriado. Tony carraspeó, para luego toser. Ok... esto empieza a ser raro.

Estornudó una vez, hizo una mueca antes de volver a estornudar dos veces más. Le siguió papá con un estornudo desde la cocina. Bien, esto es increíble. Una picazón en la garganta me invadió y después como si me hubieran metido una pluma en la nariz, una comezón me invadió en esa zona.

Esto pasó de raro a totalmente extraño. Mis párpados empezaron a sentirse pesados al igual que mis huesos. ¿Cómo demonios mi tío me había contagiado? La picazón en mi nariz no desistía. Me sentía como si tuviera gripe, lo cual era raro en nuestra familia. En mí más que nada, puesto que me alimentaba bien para mantener las defensas altas y alejar las enfermedades. Pero en ese momento sentía que si estornudaba una vez más, se me caería la nariz, y la garganta me empezaría a sangrar si volvía a toser.

Papá tenía una dieta alta en frutas y verduras aunque no era exactamente lo que adoraba comer. Sumado al ejercicio y un cóctel de vitaminas de la A, a la Z. Hacía mucho no me enfermaba. Recuerdo perfectamente la última vez que me enfermé, tenía diez, y me dio sarampión, desde entonces no me he resfriado. No gravemente.

Me dio frío, mucho frío. Sentía mis manos heladas, escalofríos en la espalda y malestar en el cuerpo. Me recosté en el sofá y cerré los ojos. La siguiente vez que los abrí estaba bañada en sudor pero seguía teniendo frío, una manta me cubría y tenía una toalla húmeda en la frente.

Giré mi cuello y vi la luz de la cocina encendida. Me quité la manta y la toalla húmeda de la frente, me puse de pie sintiendo todavía mis huesos pesados, y caminé arrastrando los pies hasta la cocina.

Tony no tenía mejor aspecto que yo, pero estaba haciendo la cena. Intenté preguntarle qué hora era pero estaba afónica. ¿Qué estaba sucediendo? Solo en la mañana me sentía perfectamente...

—Te despertaste —dijo al notar mi presencia, su voz estaba ronca y la nariz tapada e irritada por el constante roce del papel —. Dormiste unas horas, no queríamos despertarte.

—¿Cómo está el tío Harold? —cada palabra que pronuncié me pareció un incordio, y mi voz se escuchaba como un murmullo.

—No mejor que tú —dijo con una pizca gracia —,está dormido en su cuarto.

Incapaz de pronunciar otra palabra golpee levemente mi muñeca con dos dedos. Él me entendió, gracias a dios.

—Pasadas de las dos de la mañana —dijo apagando la llama del fogón.

AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora