III.

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Milena no quería escuchar a nadie. Un mes después de la operación vio los cambios y las molestias. Su casa era la misma pero ella no la sentía igual, los espacios se habían reducido, la impotencia de no poder caminar a su gusto; no poder caminar en general la estaba matando. Los primeros días tuvo ayuda de su hermana Zoellia y nunca estuvo tan agradecida con Dios como en esos días cuando trataba de hacer algo por si sola y su hermana estaba allí para ella.

Pero Zoe ya no estaba. Ella era una chica casada y tenía que cumplir con sus propias responsabilidades. Ahora tenía que apañárselas sola, aunque tuvo una enfermera los primeros días, los días venideros dejo de venir. Ahora tenía que enfrentar su discapacidad ella sola. Entre lágrimas, molestias y tropiezos pero poco a poco lo lograba.

Su impotencia crecía por actividades. Lo más difícil fue aprender a convivir con la discapacidad, porque no era fácil y después convivir con las miradas de la gente de lastima y tristeza. Odiaba que las personas le miraran con lastima, no estaba muerta para que la miraran de dicha manera o no había pasado nada del otro mundo; pero sí, había pasada algo. Pero ella seguía siendo la misma Milena.

En el fondo de su corazón aun había un poco de resentimiento, pero se negaba a darle la espalda a Dios, porque para ella su fe era lo que la mantenía viva. Sus charlas con el psicólogo no fueron buenas, hubo terapias y demás, hubo oraciones y muchos ayunos antes, durante y después de la operación, pero eso no cambio la condición en la que se encontraba. Así que acepto que esa era la manera en la que iba a ser usada para impactar a otros.

Era difícil y nunca pensó encontrare en dicha situación pero ahora lo estaba. Se levantó de la cama e hizo fuerza con sus brazos para llegar hasta la silla de ruedas y con dificultad pasar hasta ella. Todo era conforme a los días, aun tenia recaídas y lloraba a por montón, otras veces simplemente se la pasaba feliz por la oportunidad de seguir con vida, otras veces se llenaba de ira y se preguntaba así misma si todo algún día acabaría. Pero otras veces pensaba en el amor y esos eran los peores momentos: porque a pesar de que aún tenía vida, aún tenía fe y aún tenía la capacidad de vivir muchas cosas; había perdido por completo la esperanza de poder ser amada de nuevo. Sí, en tan solo meses lo había perdido.

Fue hasta el baño que ahora había sido remodelado con total rapidez y lavo sus dientes y su cara. Se puso una balaca para evitar que algunos risos de su afro le dieran en la cara y salió de su habitación en la búsqueda de sus padres.

Hubo muchas cosas que tuvo que dejar de hacer, como sus caminatas en las tardes. O las escapadas que una vez pensó pero nunca intento por el patio trasero en una noche; era algo que siempre quiso hacer pero que ahora no lo haría nunca según ella. Lo único que seguía allí sin pedir nada a cambio, aparte de Dios y su familia, eran sus hijos: los gatos.

En cuanto la chica apareció en la sala. Sus dos gatos se subieron a sus piernas. Martin Luther King ronroneo antes de que Abraham Lincoln hiciere lo mismo. Milena se los acerco a ambos y movió su nariz sobre ellos. Estos ronronearon rápidamente a su dueña y luego la aruñaron. Porque no había amor como el de los gatos, tierno y salvaje a la vez.

El gato blanco bajo de las piernas de la chica antes de desaparecer al escuchar la puerta de entrada. Era quien prácticamente recibía a los visitante, todos pensaban que era un gato con cerebro de perro porque recibía a todos. La voz de su padre fue de mucha felicidad y Milena pensó que sería algún chico de la iglesia para visitarla pero las palabras de su padre la hicieron acelerar su corazón.

— ¡Simon, que bueno tener aquí! —exclamo con mucha felicidad.

—Señor Romanueve—Simon jamás llamaba a su padre por su apellido y ella tuvo que confirmar que era el tonto que ella conocía. Lo era, porque reconocía su voz, pero tenía que verlo—. Hola, Abraham...ven aquí—escucho a su gato maullar y se movilizo rápidamente antes de aparecer en la puerta.

En cuanto sus ojos se encontraron el corazón de Milena estuvo a punto de salirse de su pecho. Ella espero que él la viese con lastima o con tristeza pero no fue así, simplemente era él, con su increíbles ojos azules, mirándola como lo hacía siempre. No había esa chispa característica en él y lloró internamente, pero por primera vez se sintió como si fuese ella, la de siempre. Él la hacía sentir así.

—Hola, Milena—Pero escucharlo hablar le dolió. Porque él no la llamaba Milena y si la llamaba así venía acompañado de un apodo tonto, pero eso tampoco llego. Y entendió que no solo ella había cambiado, alguien a quien apreciaba mucho, también le había cambiado la vida.


ARRIÉSGATE CONMIGO | LIBRO #3 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora