Episodio treinta y cinco.

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King's Landing se volvió un campamento de soldados para antes del amanecer; así que los aldeanos se vieron obligados a abandonar su hogar tras ser enviados a un salón de refugio que se hallaba debajo del castillo de los reyes.
Todo parecía ir de acuerdo con el plan, y lo único que faltaba era la presencia de los reinos enemigos en el campo de batalla.

Cora contemplaba a todo el reino bajo sus pies al enviar su atención desde el balcón. La situación le traía recuerdos vagos de los sucesos de hacía 13 años atrás, cuando se desató la guerra contra los Argent en búsqueda de venganza para su familia. Aquella guerra en la que creyó, junto a su hermano, haber acabado con todos sus enemigos, y en donde aseguraron que su tío Peter era el ser más fiel en la Tierra.

Pero se equivocaron...

– Majestad – interrumpió Deaton, poniéndose de pie detrás de la chica –. La ballesta está lista.

Cora soltó un suspiro, viéndose obligada a abandonar su labor como observadora para poder atender al Maestre.

– Lléveme a verla – ordenó la loba, entrando en la habitación de nuevo.

– Enseguida, Majestad – rápidamente el Maestre caminó fuera de la habitación con la reina siguiéndole –. Le aseguro que le encantará el resultado.

– Eso espero – respondió con algo de interés.

Andaron por un par de pasillos hasta que Deaton se detuvo frente a las puertas del patio, entrando allí después de ella. En el lugar, varios herreros trabajaban en crear armas de ataque, mientras que otros se dedicaban a crear armaduras de diferentes materiales. Cada uno de los presentes saludó a la reina conforme ella caminaba entre ellos, y algunos hasta se quitaron sus boinas para mostrar respeto.

– Aquí está – habló Deaton, poniéndose de pie frente a un extraño objeto que yacía al final del patio, tapado con una sábana –. Tardé un par de días en volverla más letal – le explicaba al tiempo en que se deshacía de la sábana. Poco después de descubrir el objeto que se hallaba oculto, Cora no pudo evitar sonreír vagamente.

Una ballesta de acero puro se encontraba ante sus ojos; pero no era una ballesta cualquiera, sino una ideada para matar dragones. Aquella arma parecía medir aproximadamente los dos metros de alto, y las flechas con las que se cargaría medían casi los seis metros de largo.

– Le he enseñado a los hombres cómo usarla – siguió hablando Deaton, señalando el 'gatillo' de la ballesta –. Es igual que con una ballesta del tamaño normal, sólo que esta necesita más fuerza.

– ¿Matará a un dragón? – preguntó ella, interesándose por lo más esencial.

– Depende de dónde apunten – el Maestre apuntó su torso –. Los dragones son casi iguales a nosotros, a diferencia de que llevan alas – señaló –. Si una flecha se clava en una de sus alas, lo único que el dragón hará será tirarse al suelo, y tal vez la caída bruta pueda matarlo, pero las probabilidades de que eso suceda son más bajas que cero.

– O sea que nunca es probable – Deaton asintió –. ¿Y qué pasa si le disparas en el pecho?

– Entonces eso sí será mortal – apoyó el mayor –. Como dije, ellos son igual que nosotros, sus puntos débiles siempre serán las extremidades que contengan más órganos.

– El torso – dijo Cora con obviedad.

– Exactamente – Deaton volvió a asentir –. Pero si usted quiere hacer todo el trabajo, le sugiero que sólo le dispare en las alas hasta tumbarlo...lo demás ya será cosa suya.

– Lo entiendo.

– ¡Oh! Una cosa más – enunció el Maestre, acercándose a la ballesta una vez más para señalar un extraño barril que se encontraba unido a la base de la arma –. Tuve una excelente idea mientras armaba a esta bestia.

The winter is coming...(Sterek)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora