38. Por ti

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–Aoi–

–Aoi, no te muevas –la voz casi de susurro por parte de Miyavi atrajo mi atención justo cuando miraba aquel aparato plateado en mis manos.

¿Uruha estaría bien? Mi mente ahora se inundaba de imágenes de Uruha. Cómo deseaba estar a lado de él.

Escuché un crujir de las hojas secas del suelo y un susurro proveniente de las ramas. Miré a Miyavi con un gesto de confusión y noté claramente como la luz de su linterna se enfocaba a dónde provenían los ruidos de ramas.

Apunte la luz de mi propia linterna en esa dirección y me quedé petrificado.

Una esbelta figura encabezaba una formación de figuras similares, no más de quince. Todas eran mujeres.

La primera figura alzó la mirada del piso, dejando ver el rostro de una mujer pálida y bella a pesar de que la piel la tuviese pegada a los huesos. Los labios de un rojo profundo y bien delineados, unas ojeras casi moradas bien marcadas en sus ojos. Sus ojos parecían ser totalmente pupila.

Sus cabellos eran negros y largos, caían pesadamente como si estuviesen mojados, pegandose al rostro de cada una de ellas. Llevaban puestas todas largas togas negras. Cubriendo desde su cuello hasta sus tobillos.

Miré a Miyavi sin apartar la luz de aquellas mujeres. Miyavi me miró a la vez e hizo una pequeña mueca. Mueca parecida a una sonrisa y a un gesto de pesar.

Articuló una palabra entre sus labios. Palabra que no identifique. Volví al frente mi vista justamente para corroborar yo mismo que eran esas figuras.

Un grito aberrante salió de varias figuras y levantando sus brazos entendí que no eran togas. Aquellas "ropas" negras eran en realidad plumas negras. Sus brazos no eran eso, si no alas; su cuerpo cubierto de plumas gruesas y negras, y, sus pies no eran eso, sino largas y filosas garras manchadas de verde y rojo.

Volvieron a chillar pero esta vez fueron más. No eran simples mujeres... Eran arpías.

Suspire pesadamente mientras las arpias volvian a gritar. Mire a Miyavi de reojo y noté claramente como dirigía su mano a uno de los bolsillos de su pantalón y como, con mucha suavidad extrajo una daga pequeña, casi del tamaño de la mitad de su mano. 

  – No... – murmuré en tono afligido.

  – Mira al frente, no las pierdas de  vista... cuida tu cabeza, si comienzan a cantar ignoralas y sobre todo, si vas a atacarlas... directo al corazón.

Una sonrisa que nunca antes había visto en Miyavi apareció en su rostro. Enseguida apagó la luz de su linterna dejando solo mi luz.

Volví mi vista al frente solo para captar como aquellas mujeres cambiaban de rostro. Adoptando un pico alargado y levantando las alas alzaron el vuelo.

Justo para atacar.

Dejé caer mi linterna y la luz que ilumino el piso dejó ver a una sombra ágil correr hacia la arpía más cercana.

Un chillido salió del animal. Y en mi rostro algo le salpicó. Algo caliente.

–¡Vamos Aoi! ¡Muévete! –la voz de Miyavi me despertó del trance.

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