Nuestra Naturaleza

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No puedo soportar ver cómo les arrebatan la vida, a pesar de presenciarlo innumerables veces, aun no puedo hacerlo.

Tengo que salir, debo de alejarme, me disculpo con mi acompañante y le anuncio al encargado que quizás debería ir a ver al hombre que se encuentra recostado a un lado de la ventana, donde ahora solo se encontraba un cuerpo sin vida. El hombre algo incrédulo me obedece, tengo que alejarme de esta esencia abrumadora mientras nadie pueda verme, aunque se con certeza que yo también estoy impregnada con ese olor, el olor de la muerte.

Me deslizo por los pasillos del hospital hasta que logre encontrar el camino que me lleve a la azotea, quizás ahí pueda liberarme de este hedor y llenar de nuevo mis pulmones con aire fresco. Mientras intento alejarme lo más rápido posible, me percato que esta no es una buena idea.

Pero ya es demasiado tarde, porque en todo el hospital se está repitiendo una vez más la escena de la que estoy huyendo. Era inútil tratar de escapar y antes de arrepentirme y volver con mis compañeros, por fin logro encontrar el camino hacia la azotea.

Pero para mí mala suerte no me encontraba sola, ya que en este mismo lugar está un hombre que no desearía conocer.

—No esperaba encontrarte aquí, Elizabeth — me cuestiona Ernest, un hombre alto y varonil, quien se encontraba sentado en el alfeizar del edificio con ambas piernas cruzadas, contemplando el cielo.

—Pensé que odiabas los hospitales —me comenta Ernest burlonamente.

—Y así es— digo mientras comienzo a acercarme a él, aspirando el aire limpio que me rodea, tenía razón el olor es casi imperceptible aquí.

—Estoy aquí por una tonta actividad escolar—

—Pobre de ti, no deber de ser agradable —- responde con un tono burlón, mientras me mira con una sonrisa dibujada en su rostro.

—Sabes que odio esto– replico mientras me coloco nuevamente los lentes.

—Recuerda que es nuestro trabajo y condena – comenta mientras observa al mismo tiempo su mano derecha, que se encuentra repleta de miles de hilos sobrenaturales.

—Arrebatar las almas de los que deben morir, eso nos convierte en lo que somos... —

—No lo digas... — lo detengo levantando mi mano.

—Odio esa maldita palabra, odio lo que hacen... —

—Hacemos. — me interrumpe Ernest, quien no ha dejado de contemplar el cielo.

— Pero... ¿Qué hay de mí? ¿También lo soy? — Replico mientras lo miro.

—Tienes nuestros ojos y eso nos hace iguales — dice mientras se levanta.

— ¿Por qué los ocultas? — me pregunta algo molesto, mientras da ligeros golpecillos a mis lentes.

—Los odio — respondía mientras me alejaba de él.

- Aunque los ocultes a otros, tu sabes que tienes un trabajo que cumplir, no debes de engañarte a ti misma – lo dice de una forma tan segura que me irrita.

—Por cierto, no mandes a alguien más, a hacer mi trabajo — Le reprocho algo molesta.

— ¿Disculpa? —Me pregunta de pronto confundido por lo que acaba de escuchar.

—Ese anciano, era mi trabajo, ¿no es así? — pero antes de que pueda responder mi pregunta una vez más siento aquel molesto tirón, era el hilo llamándome otra vez.

No podía entenderlo, ¿Porque mi mano de nuevo comenzaba a moverse?, sí aquel hombre ya había muerto.

Ahora entendía todo, no era el anciano al que debía arrebatarle la vida, todo este tiempo había estado equivocada, solo trataba de escapar de ese maldito hedor y no logre percatarme bien de esta situación, no era el lugar en donde me encontraba la causante de esta abrumadora esencia, era la chica, esa chica muy pronto perecerá.

Una vez más mi brazo comenzó a moverse con una fuerza brutal, provocando que fije la mirada en las puertas del hospital, al parecer la víctima se encontraba abajo.

—Tiene que ser un error—murmuro, mientras observo a las distintas personas de la clase que se hallan ahí y entre ellas se encontraba Alondra.

—Al parecer ella es tu verdadero trabajo — me susurra Ernest al oído, contemplando el fino hilo que nos unía.

—Pero es demasiado joven... está sana – replico mientras trato de buscar alguna lógica a lo que escucho.

—Sabes que nosotros solo somos recolectores, su destino ya lo tiene marcado — comentaba Ernest señalando el filo hilo que ahora me unía a Alondra.

—No, No lo voy a permitir — respondo tratando de no pensar en el dolor que sentiría, había tomado una decisión.

—No, no lo hagas, sabes lo que sucederá... te va a doler— lo escucho decir mientras trata de convencerme.

Pero ya era demasiado tarde... ya había saltado al vacío. 

NOTA DE LA AUTORA: Lo emocionante esta por comenzar.

La condena anticipada - Angeles de la muerte (CA libro 1) ¡¡TERMINADA!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora