CAPÍTULO 38
—No sé si quiero volver a casa— murmuró Lyanna con los ojos llorosos.
—No te llevaré a casa— le anunció Llewelyn, secando las lágrimas de ella con su pañuelo.
—¿Entonces?— preguntó ella, desconcertada.
—Que sea una sorpresa— le sonrió él—. ¿Tienes todas tus cosas?
—Sí— le mostró ella su mochila.
—¿Te despediste de Maira?
—Hace un rato, sí, y también de Julián.
—Bien— asintió Llewelyn, reacomodando su capa y su espada, y colgándose un bolso del hombro—. Toma mi mano.
Ella lo hizo y cerró los ojos, dejando que su hermano la llevara a su nuevo destino.
Cuando abrió los ojos, vio que estaban en un camino ancho y bien cuidado en medio de una llanura de verdes pastizales.
—¿Dónde estamos?— le preguntó a su hermano.
—Este es el camino que lleva a Kildare— explicó él.
—¿Vamos a Kildare?
—No, vamos hacia el sur— señaló Llewelyn con la mano.
Lyanna miró en la dirección que él indicaba y percibió una formación oscura a lo lejos. Enseguida se dio cuenta de que era un bosque, el bosque más grande que había visto en la vida.
—Es el bosque de Medionemeton— explicó Llewelyn—. En su corazón, viven unas exquisitas criaturas aladas llamadas mitríades.
—¿Vas a llevarme a conocerlas?— sonrió Lyanna entusiasmada, su congoja olvidada por completo.
—Así es— le confirmó él—. Considéralo tu regalo de cumpleaños.
—Mi cumpleaños es en tres días.
—Lo sé. Eso es lo que seguramente tardaremos en llegar hasta las mitríades, así que yo diría que vas a recibir tu regalo justo a tiempo.
—¿Por qué simplemente no nos teletransportamos hasta allá?— inquirió ella.
—Porque nunca he estado allí. No conozco el lugar, y por lo tanto, no puedo visualizarlo para hacer el traslado. Lo más cercano que pude lograr es este punto entre Medionemeton y Kildare, así que nos aguardan tres días de excursión por el bosque.
—¡Y qué estamos esperando!— aplaudió ella, y salió corriendo hacia el sur. Llewelyn suspiró, aliviado al verla tan feliz, y corrió tras ella.
El bosque era majestuoso, con aromas y sensaciones que pronto hicieron que los dos hermanos olvidaran toda angustia pasada. Lyanna era la que más disfrutaba. Cada árbol, cada planta, cada pájaro, eran para ella motivo de continua fascinación. Llewelyn estaba cada vez más convencido de que poner a su hermana bajo la protección de Merianis, la reina de las mitríades, había sido la mejor de las ideas, no solo porque Lyanna estaría a gusto y por lo tanto aceptaría quedarse, sino también porque al estar rodeada por el conjunto de balmorales que se levantaban en la ciudad de las mitríades, nadie podría rastrearla y descubrir su paradero. Ahora solo necesitaba convencer a Merianis para que refugiara a su hermana en contra de las órdenes del Señor de la Luz. No sabía cómo le iba a ir con esa parte del plan. Nunca había tratado con las mitríades y no estaba seguro de cómo abordar las cosas con ellas, pero confiaba en que al conocer a Lyanna, estas criaturas verían en ella a un alma gemela en inocencia y dulzura, acogiéndola sin problemas.
Caminaron por muchas horas, deteniéndose apenas para comer unas frutas que Llewelyn había cargado en su bolso. Lyanna no parecía cansarse nunca, maravillada como estaba por aquel bosque casi encantado. Pero al caer la noche, Llewelyn la convenció de que debían detenerse y dormir un poco.
La noche se presentó más fría de lo que Llewelyn había calculado, y se lamentó de no haber traído más mantas:
—Encenderé un fuego para calentarnos— le dijo a su hermana.
—Eso no es necesario— dijo ella, sentándose en el suelo, la espalda apoyada contra un árbol, las piernas cruzadas por el frente.
Lyanna cerró los ojos y respiró profundamente varias veces. Al cabo de unos tres minutos, Llewelyn empezó a notar cómo cambiaba la temperatura en aquella parte del bosque. El lugar se volvió tan cálido, que él tuvo que sacarse la capa.
—23,5 grados. Mi temperatura favorita— sonrió ella.
—¿Desde cuándo puedes hacer eso?— preguntó su hermano, asombrado.
—Desde siempre, supongo— se encogió de hombros ella—. La primera vez que sentí frío, decidí que no quería sentirlo y entonces arreglé el asunto.
—¡Eres increíble!— rió Llewelyn.
Después de una cena que consistió en más frutas y un trozo de queso compartido entre los dos, Lyanna se recostó en la suave hierba y se durmió plácidamente. Llewelyn eligió quedarse despierto, haciendo guardia bajo las estrellas, pero la burbuja que sostenía la temperatura parecía también mantener alejados a los predadores y no hubo ningún sobresalto durante la noche.
A la mañana siguiente, Llewelyn despertó a su hermana con una taza de té caliente y unas galletas que ella devoró con gran apetito. Pronto recogieron sus cosas y reemprendieron la marcha.
Llewelyn notó que su hermana recogía un guijarro del suelo de vez en cuando, lo miraba fijamente en la palma de su mano por unos minutos y luego lo arrojaba lejos con cierta frustración. La vio repetir la operación varias veces y decidió preguntarle:
—¿Qué pasa con los guijarros?
—Nada— dijo ella con un tono que no admitía insistencia sobre el tema.
Él decidió no importunarla más con el asunto y siguieron caminando en silencio.
—Estaba pensando— dijo ella de pronto—, si no sabes dónde queda la morada de las mitríades, ¿cómo vamos a hacer para encontrarla?
—Este es su territorio. Tengo la esperanza de que ellas nos salgan al encuentro para investigar nuestra intrusión.
—¿Crees que les moleste que nos metamos en su bosque sin permiso?
—No tenemos intenciones hostiles, así que espero que no se enojen ante nuestra presencia.
Al tercer día de caminata, comenzaron a encontrarse con enormes árboles rojos. Los balmorales de Medionemeton eran mucho más robustos y añejos que los de las Marismas en el sur. Su follaje era más espeso y las hojas reflejaban el sol de una forma extraña, volviendo todo rojizo en derredor.
—Ya debemos estar cerca— anunció Llewelyn.
Lyanna asintió.
—Estos son los mismos árboles que estaban en el lugar que Augusto eligió para hacer el duelo— comentó ella.
—Sí.
—¿Qué tienen de particular?
—Anulan las habilidades especiales, pero no las tuyas.
—¿Por qué las mías no?
—No lo sé. Como en muchas otras cosas, eres singular en esto también— le sonrió su hermano.
Unos pasos más adelante, los dos se detuvieron en seco de repente. Ante ellos, habían aparecido como de la nada, dos criaturas aladas de delicados rasgos que aleteaban sin cesar, flotando ante los dos hermanos.
—¿Quiénes sois y qué buscáis en este bosque?— preguntó una de ellas.
—Mi nombre es Llewelyn, soy hijo de Lug y Dana. Y esta es mi hermana, Lyanna— hizo él las presentaciones—. Venimos en paz. Deseamos hablar con la reina Merianis.
Las dos mitríades parecieron conferenciar telepáticamente por un momento, luego asintieron con sus delicadas cabecitas.
—Si queréis ver a Merianis, deberéis permitir que os guiemos a ella— dijo una de las mitríades.
—Claro, por supuesto— asintió Llewelyn.
—Bien— sonrió la mitríade.
Acto seguido, las dos se desataron sendas fajas de seda que ajustaban sus vestidos a sus diminutas cinturas y se acercaron a los dos hermanos, usando las fajas para vendarles los ojos. Los hermanos se dejaron hacer, sin oponer resistencia. Las mitríades los guiaron por el bosque, llevándolos de la mano.
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EL SELLO DE PODER - Libro V de la SAGA DE LUG
FantasiaLa razón de existir de la Hermandad del Sello es llegar a realizar el Ritual Maestro Final de Liberación. Para eso necesitan dos elementos fundamentales: el Sello y la presencia del Marcado. Después de mucho tiempo, las piezas han comenzado a acomod...