Sexta Parte: LUG - CAPÍTULO 77

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CAPÍTULO 77

—Firma estos papeles— le indicó Allemandi a Juliana.

—¿Para qué son?

—Para poderte sacar de aquí. Dicen que tomas la responsabilidad de cualquier cosa que te pase por retirarte del hospital sin el acuerdo de los médicos— explicó él.

Ella asintió y firmó.

—¿Cómo está Gus?— preguntó ella.

—Bien, no tuve problemas para sacarlo. Está esperando afuera, en mi coche. Me pareció conveniente que no mostrara su cara por aquí.

—Gracias, Allemandi.

—De nada. Traeré una silla de ruedas.

—No, no es necesario. Puedo caminar— dijo ella—. Solo ayúdame a vestirme— le pidió.

—Claro, por supuesto— respondió Allemandi, sacando un vestido que le había traído desde su casa de una bolsa, y guardando en la misma bolsa la ropa ensangrentada con la que ella había llegado al hospital.

Allemandi acomodó con cuidado el brazo izquierdo de Juliana en el cabestrillo y la ayudó a pararse de la cama. Los dos salieron de la habitación, y al llegar a la recepción del hospital, el abogado entregó los papeles a una empleada administrativa, que los examinó concienzudamente. La misma empleada fue hasta un armario y trajo una bolsa plástica con unos frascos que contenían una prescripción de analgésicos para Juliana.

—¿El doctor ya le explicó cómo debe tomar esto?— preguntó.

—Sí, gracias— asintió Juliana.

Allemandi tomó las píldoras y guió a Juliana hasta el estacionamiento del hospital.

Augusto salió del automóvil y corrió hacia su madre al verla llegar del brazo del abogado.

—¡Gus! ¿Estás bien?

—Perfectamente mamá— respondió él, aunque su ojeroso y demacrado rostro dijera otra cosa—. ¿Cómo estás tú?

—Bien, querido, bien— trató de sonreír ella.

—Anoche no tuve oportunidad de decirte que papá está bien, que Lug lo sanó.

—Allemandi me lo dijo recién— asintió ella.

—Lamento que...— comenzó él, pero ella le hizo una seña con la mano para detenerlo.

—Todo lo que importa ahora es rescatar a Lug— dijo ella.

Augusto asintió y ayudó a su madre a entrar al coche. Allemandi condujo fuera de la ciudad, hacia el bosque de Walter.

—¡Por fin!— exclamó Walter, abriendo la puerta de la cabaña para dejar entrar a Juliana, Augusto y Allemandi.

—¡Juli!— exclamó Luigi con una sonrisa, la cual se apagó cuando vio su brazo—. ¿Qué pasó? ¡Mia dolce! ¡Qué pasó!— exclamó, abrazándola por un costado para no rozar el brazo herido. Juliana tuvo que hacer un gran esfuerzo para no largarse a llorar.

EL SELLO DE PODER - Libro V de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora