La razón de existir de la Hermandad del Sello es llegar a realizar el Ritual Maestro Final de Liberación. Para eso necesitan dos elementos fundamentales: el Sello y la presencia del Marcado. Después de mucho tiempo, las piezas han comenzado a acomod...
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CAPÍTULO 47
Augusto aspiró profundo y sonrió, cerrando los ojos un momento.
—¿Estás bien?— escuchó la voz de Humberto.
—Más que bien— dijo Augusto, echando una mirada hacia atrás, hacia la cúpula de energía de la cual acababa de emerger—. No sabes cuánto me alegro de estar de vuelta.
—Aquí se te extrañó mucho también, muchacho— le dijo Humberto, palmeándole la espalda—. Llewelyn está esperándote en la cueva de Gov para llevarte a la escuela.
—Gracias.
—Sé que Llewelyn va a explicártelo todo, pero solo por si acaso, si te encuentras con Lug, asegúrate de mantener la boca y la mente cerradas— le aconsejó Humberto.
—¿Qué?— frunció el ceño Augusto, desconcertado.
—Como te dije, Llewelyn te va a informar sobre el tema, solo apresúrate. Está en la cueva.
—Claro... sí...— vaciló Augusto, poniéndose en marcha.
¿Qué habría pasado en su ausencia para que debiera cuidarse de Lug? Tal vez era lo del duelo, tal vez Lug estaba furioso con él por haber puesto a su hija en peligro. Sí, eso debía ser. Tal vez Llewelyn no había logrado explicar con claridad los hechos, pero él lo haría, convencería a Lug de que sus motivos habían sido proteger a Lyanna, que en ningún momento habría dejado que la lastimaran, y que mucho menos la lastimaría él mismo.
Mientras iba por un sendero entre formaciones rocosas, cavilando sobre cómo exponer su caso a Lug, una hermosa joven de unos veinte años, de largos cabellos rubios y ojos azules como el cielo y el mar, apareció frente a él de la nada. Augusto dio un salto hacia atrás, sorprendido, e instintivamente llevó su mano a la empuñadura de su espada.
—Lo siento, no quería asustarte— le dijo ella con una sonrisa—. Solo quería darte la bienvenida. Te extrañé, Gus.
Augusto retiró la mano de su espada y admiró a la increíble chica que tenía enfrente, sus rasgos eran delicados y refinados, su cuerpo tenía todas las curvas perfectas, y él no pudo evitar quedarse mirándola embobado por un largo momento. Ella rió, divertida ante el escrutinio de la mirada de él.
—¿Te agrada mi aspecto?— le preguntó, dando una vuelta y haciendo flamear su blanco vestido.
—Sí, claro, eres muy bonita. ¿Nos conocemos?
Augusto esperaba que ella no se ofendiera ante la pregunta. Ella lo había tratado con la familiaridad de una vieja amiga, pero él estaba seguro de no haberla visto nunca antes, es decir, si la hubiera visto, ¿cómo podría no recordarla?
—Nos conocimos brevemente en la escuela— explicó ella—. Nuestra relación no empezó muy bien que digamos, y cuando quise arreglar las cosas entre nosotros, te expulsaron de la escuela y no me permitieron verte. Desde entonces, he pensado mucho en ti.