Sexta Parte: LUG - CAPÍTULO 80

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CAPÍTULO 80

Lyanna observó fascinada el vehículo de metal azul, iluminado por los últimos rayos del sol de la tarde que se filtraba entre los árboles del bosque de Walter. Nunca había visto un carruaje como ese. De su interior, emergió un hombre entrado en años que le sonrió amablemente.

—Hola, tú debes ser Lyanna— dijo el hombre—. Yo soy Mercuccio. Solía ser el chofer de tu padre, y es un honor poder ser el tuyo y el de tu madre en esta ocasión.

—Gracias, señor Mercuccio— le sonrió ella y luego se volvió a su madre: —¿Qué es un chofer?

—Es como un cochero, conduce el vehículo— explicó Augusto.

—Oh, entiendo— dijo Lyanna.

—¿Mamá te envió a buscarnos?— le preguntó Augusto a Mercuccio.

—Sí, se trasladaron todos a la casa de Nora. Necesitaban computadora y acceso a internet, y les pareció que nosotros éramos los únicos en los que podían confiar en este momento.

—Ya veo. ¿Mamá te contó todo?

—A grandes rasgos, sí— respondió Mercuccio, abriendo la puerta trasera del coche: —Si son tan amables de subir, señora Dana, señorita Lyanna— las invitó con un gesto de la mano, haciendo una reverencia.

Lyanna fue la primera en trepar al interior.

—Gusto en conocerlo, Mercuccio— le dio la mano Dana—. Lug me ha hablado muy bien de usted.

—Es un honor y un placer para mí— le respondió él.

Cuando Dana hubo subido al coche, Mercuccio cerró la puerta y se ubicó en el asiento del conductor. Augusto subió del otro lado y Mercuccio encendió el motor.

—¿Puedo ir adelante?— preguntó Lyanna.

—Lo siento— le respondió Mercuccio—. Los niños deben ir en el asiento trasero.

—¿Por qué?

—Porque es más seguro.

—Si es así, ¿por qué no vamos todos en la parte trasera?

—Porque no hay espacio y el puesto de conducción está adelante.

—¿Por qué?

—Porque sí— respondió Mercuccio que ya no tenía más argumentos.

—Pero si la parte delantera es más peligrosa, ¿para qué diseñar el carruaje de esa forma? No tiene sentido.

—No lo sé...— dudó él.

—¿Y por qué son los niños los que deben ir protegidos y no los adultos? Cualquier vida es valiosa— siguió Lyanna con sus cuestionamientos.

—¿Siempre es así de difícil?— le murmuró Mercuccio a Augusto.

—Normalmente no— rió Augusto—. Casi siempre es mucho peor. Creo que hoy está en uno de sus días buenos.

—Toma, será mejor que llames a tu madre, estaba muy ansiosa y querrá saber que ya vamos en camino— le entregó Mercuccio un teléfono a Augusto.

Augusto asintió e hizo la llamada, tranquilizando a su madre y asegurándole que estaban en camino con Lyanna.

—¿Realmente está hablando con su madre?— le susurró Lyanna a Dana al oído.

—Sí— le confirmó su madre.

—¿Cómo? Creí que sus habilidades no funcionaban en este mundo. ¿Cómo pudo abrir un canal? Esa ni siquiera es una de las habilidades que Augusto ha desarrollado.

—No lo sé exactamente, pero aparentemente, lo hace con ese aparato que tiene apoyado en el oído. Creo que en este mundo se han desarrollado instrumentos muy complejos y sofisticados para suplir la falta de habilidades especiales.

—¡Qué interesante!— opinó Lyanna.

Al llegar a la casa de Nora, ella los recibió en persona, con gran alegría, y enseguida los hizo pasar a la biblioteca, donde Juliana y Luigi discutían frente a la pantalla de una computadora. Juliana parecía estar al borde del colapso nervioso, espetándole palabras vehementes a su esposo, su rostro cansado y con visibles muestras de ansiedad. Hizo un gran esfuerzo por controlarse al ver a la niña rubia que entraba con Dana y su hijo:

—Tú debes ser la famosa Lyanna de la que Augusto habla tanto— la saludó Juliana—. Gusto en conocerte. Soy Juliana, la mamá de Augusto.

—El gusto es mío— sonrió Lyanna—. ¿En verdad Gus habla mucho de mí?

—Todo el tiempo— le respondió ella.

—Hola, soy Luigi, el padre de Augusto.

—Hola— lo saludó Lyanna, y luego se volvió a Juliana: —Gus dijo que le habían cortado la mano...—le dijo, dirigiendo su mirada al brazo en cabestrillo.

—Sí— admitió ella con una mueca de incomodidad—, pero estoy bien. Estoy organizando el rescate de tu padre, eso es más importante ahora...— intentó, quería evitar el tema.

—Su mano es importante— la cortó Lyanna—. Mi abuelo perdió su puesto como jefe de su clan por no tener su mano.

—¿Crees que no puedo manejar esto porque me falta una mano?— inquirió Juliana con un tono más irritado del que hubiera querido.

Se hizo un silencio entre los presentes. Nora trató de suavizar la incómoda situación:

—Lyanna, querida, ¿por qué no me acompañas a la cocina? Te prepararé cocoa, ¿te gustaría eso?

—Las trivialidades pueden esperar— respondió Lyanna.

—Tengo conocimientos sobre este mundo que pueden ayudar a rescatar a Lug, conocimientos que no he perdido porque me falte una mano— se defendió Juliana.

—Mamá...— la llamó Augusto con suavidad—. Creo que estás malinterpretando las cosas. Lyanna no está cuestionando tus capacidades para ayudar a Lug.

—¿Entonces? ¿De qué se trata esto?

—¿Por qué no se lo explicas, Ly?— se volvió Augusto hacia Lyanna.

—Mis palabras la ofenden porque las ha convertido en el espejo de sus propios sentimientos de impotencia ante su mutilación. Sus emociones están a punto de explotar y salirse de control por toda la furia acumulada en contra de quién la lastimó, y por el gran esfuerzo que está haciendo para negar que algo está muy mal con su cuerpo. Su angustia y su frustración no le permiten pensar con claridad, pero yo puedo ayudarla— explicó Lyanna.

—¿Cómo? ¿Quieres darme terapia psicológica?— le espetó Juliana de mal humor. No podía creer que esta niña de once años que acababa de conocerla le estuviera hablando así.

—No, eso tomaría mucho tiempo y sería impráctico— le respondió Lyanna—. Lo que le propongo es algo más rápido y efectivo: restaurar su mano.

Juliana se la quedó mirando con la boca abierta.

—¿En verdad puedes hacer eso?— intervino Luigi, esperanzado.

—Sí— confirmó ella—. La malla electromagnética que interfiere con las habilidades en este mundo no me afecta.

—¿Qué necesitas para hacerlo?— preguntó Luigi.

—Nada, pero tal vez sería conveniente que Juliana se acostara en una cama para estar más cómoda mientras trabajo, pues tendré que sedarla.

—Vengan, las guiaré hasta mi dormitorio— ofreció enseguida Nora.    

EL SELLO DE PODER - Libro V de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora