La razón de existir de la Hermandad del Sello es llegar a realizar el Ritual Maestro Final de Liberación. Para eso necesitan dos elementos fundamentales: el Sello y la presencia del Marcado. Después de mucho tiempo, las piezas han comenzado a acomod...
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CAPÍTULO 62
Augusto se cambió de ropa, tomó un poco de efectivo del cajón de su mesa de noche y bajó a la cocina a tomar un vaso de agua antes de irse. Su mirada se vio atraída por un papel sostenido con un magneto en la puerta del refrigerador. Era el número del teléfono de Liam, escrito con la letra de su madre. ¡Liam! ¿Cómo no lo había pensado antes? Él debía saber algo de esto. Tal vez podría darle más detalles de cuándo y cómo sus padres habían desaparecido.
Sin titubear, tomó el auricular del teléfono fijo y digitó los números con premura.
—¿Sí?— escuchó del otro lado.
—¿Liam?
—¡Gus!— lo reconoció su amigo—. ¿Desde dónde me llamas? ¡No me digas que el monasterio chino tiene teléfono!
—Liam, no estoy en China, estoy aquí, en la ciudad.
—¿Tan rápido te echaron?
—Liam, no estoy para tus bromas. ¿Tienes idea de dónde están mis padres? La casa está toda revuelta y...
—¡Oh, Gus! ¡No me digas que estás ahí! ¿Estás ahí? ¿En tu casa?
—Sí, te estoy llamando del teléfono de casa.
—Sal de ahí inmediatamente, Gus.
—¿Qué pasa?
—Esa línea no es segura. Encuéntrame en el lugar dónde hicimos tu despedida. ¿Lo recuerdas?
—Sí, pero...
—Solo ve allá. Sal de esa casa, ¡AHORA MISMO, GUS!— le gritó Liam y cortó la llamada.
Con la mano temblorosa, Augusto colgó el auricular en la base amurada a la pared. Algo estaba mal, muy mal. Respiró hondo, tratando de calmarse. Al menos Liam sabía algo. Sí, Liam lo ayudaría.
Salió de la casa, mirando en todas direcciones, observando disimuladamente a todos los coches estacionados en la cuadra para dilucidar si alguien había estado vigilando el lugar. Examinó a cada transeúnte con el que se cruzó mientras se alejaba de la casa, desconfiando de sus intenciones. Todos le parecían sospechosos.
En un estado de obsesiva paranoia, caminó varias cuadras, yendo en zigzag para perder a cualquiera que lo estuviera siguiendo. Cuando juzgó que se había alejado lo suficiente, se atrevió a hacer señas a un taxi para que se detuviera. No le dio la dirección del pub, sino una dirección cercana de una estación de servicio que recordaba de la zona. El taxista intentó entablar conversación con preguntas que a Augusto le parecieron demasiado personales, y por lo tanto, sospechosas. Le espetó que solo guardara silencio y condujera, que no estaba de humor para charlar. El taxista pareció ofenderse bastante, y Augusto se disculpó, diciendo que estaba teniendo un muy mal día del cual no quería hablar. El taxista se encogió de hombros y se mantuvo en silencio por el resto del trayecto.