Sexta Parte: LUG - CAPÍTULO 84

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CAPÍTULO 84

—Oh, no, no, no, no. ¿Lyanna? ¡Lyanna!— gritó Nora, paseando la mirada desesperada por el vacío patio.

Corrió y abrió la puerta de la biblioteca, entrando como tromba. Juliana, Luigi y Augusto, que estaban hablando con Bruno en teleconferencia, se volvieron hacia ella. Dana, que estaba sentada a la enorme mesa, revisando unos papeles que Juliana le había dado de su investigación, levantó la vista.

—¡Lyanna se fue!— gesticuló Nora con nerviosismo hacia el patio.

—¿Qué quieres decir con que se fue?— la cuestionó Luigi.

—¡Se fue! ¡Desapareció! ¡Puf!— trató de explicar Nora.

Fue Augusto el que primero reaccionó y salió corriendo al patio para cerciorarse. Los demás lo siguieron enseguida.

—¿Te dijo algo antes de irse?— urgió Augusto a Nora.

—Dijo que había descifrado la profecía, que sabía lo que tenía que hacer y que lo tenía que hacer sola. Dijo que no se preocuparan por ella.

—Oh, no, no. Esto fue mi culpa— murmuró Augusto.

—¿Por qué?— inquirió Juliana.

—Le di el cuaderno de Marga, pensando que podría ver cosas que a nosotros se nos habían escapado— explicó Augusto.

—Obviamente lo hizo— respondió Juliana.

—No pensé que iba a irse sin nosotros, no pensé... Debí quedarme con ella, vigilarla...— se culpó Augusto.

—Augusto— le dijo Dana—, debes saber que nada ni nadie puede detener a Lyanna cuando decide hacer algo. Aun si hubieses estado a su lado, se habría ido igual.

—Pero al menos me habría dado la oportunidad de disuadirla— meneó la cabeza Augusto.

—¿Qué crees que haya descubierto acerca de la profecía?— inquirió Luigi.

—No lo sé— negó Augusto con la cabeza, y luego a Nora: —¿Dijo algo más? ¿Dijo a dónde iba? ¿Dio alguna pista sobre lo que se proponía hacer?

—No, lo siento. Todo fue muy repentino, solo me dijo lo que les comuniqué— respondió ella.

Augusto tomó el cuaderno negro del banco donde Lyanna lo había dejado y lo hojeó, buscando algún mensaje, algo que Lyanna hubiese escrito en sus páginas. No encontró nada.

—¿Dónde pudo haber ido?— se preguntó Nora.

—No pudo ser a Praga, no conoce el lugar así que no pudo haberlo visualizado— dijo Dana.

—Bueno... tal vez sí— comentó Augusto—. Ayer le mostré unas fotos de la ciudad, pudo haber usado eso.

—Si es así, no tenemos más remedio que esperar a que Allemandi arregle nuestro viaje para poder buscarla— dijo Luigi.

—No necesariamente— intervino Juliana—. Bruno ya está allá y es el mejor detective de Europa, tal vez pueda encontrarla.

—Buena idea— concedió Augusto.

Todos volvieron a la biblioteca, donde Bruno los esperaba pacientemente en línea.

—¿Qué pasó?— preguntó Bruno por la pantalla.

—¿Recuerdas la niña de la que te hablamos? ¿Lyanna?— le dijo Juliana.

—Sí, la hija de Lug.

—Acaba de teletransportarse por su cuenta, pensamos que a Praga. ¿Crees que puedas encontrarla? ¿Protegerla hasta que nosotros lleguemos allá?

—Puedo intentarlo, sí. Necesito saber todo lo posible sobre ella: aspecto físico, hábitos, gustos, acciones que ustedes creen que podría tomar— respondió Bruno.

—Bueno...— dudó Augusto—. Puede tomar distintos aspectos físicos...

—Sus hábitos y preferencias varían mucho de acuerdo a sus fases— aportó Dana.

—Lo único que sabemos de seguro es que estará buscando a Lug, tal como nosotros— dijo Juliana.

—Eso no ayuda mucho— protestó Bruno.

—No conoce mucho de este mundo, así que es posible que se meta en problemas por no seguir las reglas— intervino Luigi.

—O que termine atropellada por un automóvil— murmuró Bruno.

—No— dijo Augusto—. Si eso pasara, creo que detendría el coche con su mente o se teletransportaría antes de ser atropellada.

—Así que debo buscar incidentes de sucesos paranormales— comprendió Bruno—. Igualmente, ¿cómo voy a reconocerla sin saber su aspecto físico?

—Espera, creo que tengo algo que puede ayudar— dijo Augusto, abriendo el cuaderno de Marga—. Estos son los aspectos que una profetisa vio en el Círculo. Es posible que tome alguno de estos. Te enviaré unas fotos.

Augusto sacó su teléfono y comenzó a tomar fotos de las páginas del cuaderno, enviándolas enseguida al detective.

—¿Las tienes?— le preguntó Augusto.

—Sí— respondió Bruno, pasando las fotos en la pantalla de su teléfono—. Un momento...— se detuvo en una—. Esta ya la he visto antes.

—¿Cuál?

—La del anciano oriental. Esperen...— comenzó Bruno a revolver sus papeles—. Mientras investigaba a la Hermandad del Sello y su conexión con Praga, encontré una referencia a China. Algo sobre un monje que... Aquí está— dijo, levantando un dibujo hacia la cámara para que los demás lo pudieran ver.

—¡Es él!— exclamó Augusto—. ¡Es el mismo que vio Marga!

—¿Qué sabes de ese monje?— quiso saber Juliana.

—No mucho— respondió Bruno—. Se hacía llamar Shenmen, aunque ese no era su verdadero nombre.

—¿Crees que esté en Praga?

—Lo dudo, vivió en el siglo diecinueve en un monasterio en China del que solo quedan ruinas.

—¿Cuál es la conexión con la Hermandad?

—Aparentemente, quién fundó la Hermandad, robó unos manuscritos de la tumba del monje o algo así, y perpetuó sus enseñanzas.

—¿Qué son...?

—Ni idea. Solo encontré el incidente del robo.

—Supongo que tampoco sabes quién fue el fundador de la Hermandad.

—No, lo siento, pero parece ser que fue un inglés.

—Tal vez Lyanna tenga idea de tomar la forma de Shenmen para engañarlos y obligarlos a revelarle el paradero de Lug— opinó Augusto.

—¿Pero cómo sabe ella de Shenmen?— preguntó Juliana.

—No lo sé— se encogió de hombros Augusto.

—Bruno, trata de encontrar a Lyanna y averigua todo lo que puedas sobre el tal Shenmen, creo que allí está la clave de todo— le pidió Juliana.

—Claro, lo haré, no se preocupen. Les informaré de los progresos.

—Gracias.

Bruno asintió y cortó la comunicación.     

EL SELLO DE PODER - Libro V de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora