Sexta Parte: LUG - CAPÍTULO 88

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CAPÍTULO 88

—¿Qué necesitas para convencerte de que te digo la pura verdad?— le preguntó Lug a Liam.

—¿Para empezar? Que rompas esas cadenas, escapes de aquí y decapites a mi tío. Eso me volvería un creyente devoto de ti.

—No puedo hacer eso, Liam— suspiró Lug.

—Obviamente— le replicó el otro con sorna—. Aquí estás, el Marcado, un hombre tan poderoso que hace temblar al propio Meldek, a merced de una secta de asesinos inescrupulosos pero baratos, retenido por unas simples cadenas, tu poder bloqueado por unas cruces dibujadas con sangre sobre tu piel. Tal vez a ellos los impresionas, viejo, pero no a mí, lo siento.

—Ya te expliqué que tienes más poder del que crees, Liam, y también te dije ya que hay algo en este mundo que me bloquea— expresó Lug con paciencia.

—¿Y qué es lo que te bloquea? ¿Eh? No puede ser Meldek, pues él está atrapado y su influencia es pobre.

—En el otro mundo, donde mi poder logró florecer, solo había una de estas entidades causando estragos. Sus congéneres lo llamaban el Viciado y tenían tanto interés en sacarlo del juego como yo. Pero ese mundo posee una población muy escasa, no más de tres millones de personas. Compáralo con los siete mil quinientos millones de personas que habitan este planeta: aquí hay muchos más caramelos, chocolates, torta y helados para estas entidades. Imagínate el enorme festín gratis que se pueden dar con todas las guerras, masacres, genocidios, bombas atómicas y todas sus consecuencias. Sin hablar de las angustias cotidianas de la enfermedad, los problemas económicos, o el alcohol y las drogas que parecen ser tu cóctel personal favorito. ¿Crees que Meldek es el único Viciado? ¿La única entidad que se beneficia de rituales secretos o masivos de hermandades u organizaciones como la de tu tío? Meldek es solo uno más, uno que por alguna razón ha sido marginado por sus congéneres, castigado porque tal vez se atrevió a invadir alguna zona donde reinaba alguno de sus malditos colegas. Son los demás, seguramente actuando en equipo por mutuo beneficio, los que han logrado bloquear el poder humano de forma masiva en todo el planeta, dominando a toda la humanidad. Meldek los está engañando, él no puede proporcionar lo que prometió porque no es de él y no tiene ningún control sobre el dominio de los congéneres que lo exiliaron.

—Tanto si lo que dices es verdad como si no, los dos estamos totalmente jodidos y enterrados en un pozo de mierda.

—Veo que empiezas a entender la situación— suspiró Lug.

—¿Alguna sugerencia que no implique que yo juegue el papel de héroe salvador que no me queda para nada?

—Lo lamento, Liam, pero el único con capacidad de acción en este asunto eres tú. Yo tengo las manos atadas, literalmente.

—Yo no puedo hacer nada, Lug. Mis manos no están atadas con cadenas, pero sí con cámaras de seguridad. Tengo guardaespaldas armados que me siguen a todos lados con la excusa de preservar mi vida, pero que solo están allí para vigilar que no me escape, y hasta me pusieron una de esas malditas tobilleras que monitorean la posición de los criminales con arresto domiciliario— protestó Liam, levantándose el pantalón para mostrar el dispositivo alrededor de su tobillo derecho—. Ya te lo dije, no puedo salirme del guión de esta película, no tengo libertad ni para respirar. Es posible que este sea el único y último momento que tengamos para conversar en privado, y eso solo porque logré negociar hacer esta parte del ritual sin público a cambio de abstenerme de tomar éxtasis por las siguientes cuarenta y ocho horas.

—Si te tienen tan vigilado, ¿cómo es que ellos no pueden impedir que te drogues?

Liam sonrió:

—Hay dos cosas que ni la Hermandad ni nadie en este mundo puede forzarme a hacer: cambiar mi forma de pensar y dejar de drogarme. Y créeme, ya lo han intentado hasta el cansancio. Siempre termino encontrando la forma de conseguirme una dosis. Y si no estás convencido de que lo que digo es verdad, piensa que pude contrabandear una botella de agua para ti y una petaca de licor para mí el día de hoy, bajo las narices del mismísimo Círculo de Praga, y su poderoso y petulante Maestre, durante el ritual más sagrado de la Hermandad. Así que la única forma de que no me meta substancias es si lo hago por mi propia voluntad, lo cual aproveché para negociar esta entrevista.

—¿Y el alcohol no entró en el trato? Pensé que te querían sobrio.

Liam rió de buena gana:

—No lo entiendes, no me quieren sobrio, solo necesitan que no tome éxtasis para que no interfiera con la droga que ellos van a inyectarme para el ritual esta noche. ¿Crees que una persona sobria y en su sano juicio puede llevar a cabo lo que ellos quieren que haga esta noche?

—¿Por qué no me lo explicas? Así podré juzgar por mí mismo.

—No, no, no, no quieres saberlo. No te envenenaré la mente para que pases tus últimas horas atormentado con el terror de lo que te va a pasar.

—No quiero que la experiencia me tome por sorpresa, quiero prepararme.

—Son ellos los que van a prepararte: también van a drogarte. Aunque lo que van a inyectarme a mí es diferente a lo que van a meterte a ti. Mi dosis contiene una substancia que me hará dócil y manipulable para el Maestre, mientras que la tuya es un agente paralizante para que no puedas moverte cuando estés sobre el altar.

—Sin analgésicos, supongo.

—Sin analgésicos— confirmó Liam.

—¿Y luego qué? ¿Cómo lo harás?

—Basta, Lug, no puedo decírtelo.

—Si no puedes siquiera decirlo, ¿cómo vas a hacerlo?

—¡Ya te lo dije, viejo! ¡Voy a estar drogado!— le gritó Liam, disgustado. Inclinó nuevamente la petaca sobre sus labios, y cuando recordó que estaba vacía, la arrojó con furia contra la pared.

—Creo que has estado drogado toda la vida para no tomar responsabilidad de tus actos, Liam— le dijo Lug con seriedad.

Liam rió con amargura:

—¿Crees que eres el primero que me da ese sermón?

—No, pero ojalá que yo sea el primero al que escuches.

—¡Vete al infierno!

—Ya estoy en el infierno, Liam. Y tú estás allí conmigo también. ¿No lo entiendes?

—¿Entender qué? ¿Qué mi vida es una porquería? No necesito que el Señor de la Luz venga de otro mundo para decírmelo. Soy un drogadicto, pero tengo la suficiente claridad mental para conocer bien mis circunstancias.

—Tal vez conozcas tus circunstancias, pero no te conoces a ti mismo.

—No te pongas filosófico conmigo, viejo, no es el momento.

—Solo contéstame una pregunta: si drogarte es tan importante para ti, ¿por qué negociaste una abstinencia para hablar conmigo?

Liam no contestó.    

EL SELLO DE PODER - Libro V de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora