Segunda Parte: AUGUSTO - CAPÍTULO 18

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CAPÍTULO 18

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CAPÍTULO 18

Humberto salió de la cabaña de troncos, construida recientemente y camuflada entre los árboles al norte del valle que contenía la cúpula de energía. Apretó los labios al ver llegar a los dos muchachos en silencio y con los rostros serios.

—¿Todo está listo?— le preguntó Llewelyn.

—Todo listo— asintió Humberto.

El ex-décimo Antiguo se volvió hacia el valle encerrado entre paredes de roca y extendió sus manos, cerrando los ojos por un instante. Después de un momento, el campo de desfasaje temporal, que protegía a la cúpula de ojos curiosos, se desvaneció, y la semiesférica masa de energía ondulante se hizo visible.

Llewelyn la observó con la misma fascinación de siempre, y los viejos recuerdos de Marga usurpando su cuerpo y forzándolo a entrar en esa masa de energía viva lo volvieron a turbar, aunque en menor medida que otras veces.

—Aquí tienes— le alcanzó Humberto un colgante con un cristal a Augusto.

Augusto se lo colgó del cuello sin decir palabra. Humberto paseó la mirada entre los dos amigos.

—¿No van a despedirse?— inquirió.

—No tenemos nada que decirnos— dijo Llewelyn con tono helado.

Humberto levantó una ceja, un tanto descreído.

—¿Cómo está tu brazo?— le preguntó a Augusto.

—Mucho mejor hoy, gracias— respondió el otro.

—Me alegro, muchacho— le sonrió Humberto—. Tu madre ya ha sido notificada de tu regreso, así que supongo que estará esperándote del otro lado.

—Gracias, Humberto.

—Bueno, ven, te acompaño hasta el umbral— le hizo un gesto con la mano, rozando imperceptiblemente el brazo herido de Augusto.

Augusto asintió y avanzó con él, dejando a Llewelyn atrás, junto a la cabaña.

—Dale mis saludos a tu madre y cuídate, Augusto.

—Lo haré, gracias— respondió el muchacho.

—Adelante— lo invitó Humberto—. Todo está ya programado.

Augusto asintió, tomó aire, como siempre hacía antes de internarse en aquel mar de energía aunque le hubieran explicado decenas de veces que no era necesario, y avanzó, desapareciendo entre destellos de energía blanquecina.

Humberto se volvió hasta donde estaba parado Llewelyn:

—¿Quieres explicarme por qué toda esta parodia?

—¿Qué parodia?— preguntó Llewelyn, tratando de sonar inocente.

—Vamos, Llewelyn, ya deja de actuar como si tú y Augusto se hubiesen vuelto enemigos mortales. Es claro que siguen siendo tan amigos como siempre.

EL SELLO DE PODER - Libro V de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora