Cuarta Parte: LLEWELYN - CAPÍTULO 43

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CAPÍTULO 43

Alaris estaba tranquilamente sentado en uno de los bancos del jardín, observando con deleite a los estudiantes ir y venir por los senderos, charlando, retozando, jugando en su recreo, cuando vio a Humberto venir caminando decididamente en su dirección con el rostro duro y enfurecido. De inmediato supo que algo no estaba bien, de inmediato sospechó también de qué podía tratarse.

—¡Alaris! ¿Puedes decirme qué cuernos le pasa a Gov? Necesitamos a la niña y...— comenzó Humberto sin preámbulos.

—Aquí no— lo cortó Alaris abruptamente—, en mi oficina— le ofreció una mano para teletransportarse junto con él.

—No, gracias, caminaré— declinó Humberto.

Alaris se encogió de hombros, cerró los ojos y desapareció del jardín. Humberto llegó a la oficina unos minutos más tarde, con el rostro rojo y agitado pues había subido corriendo las escaleras, como si quisiera demostrar que podía llegar al mismo tiempo que Alaris.

—Maldito seas, Alaris— jadeó al ver al otro cómodamente sentado y perfectamente fresco.

—No tenías necesidad de correr hasta aquí— le retrucó el otro—, si hubieras aceptado...

—Ahórrate el sermón y dime por qué Govannon se niega a traer a la niña para que hagamos las primeras pruebas. He estado más de dos meses trabajando en el nuevo filtro, pero no puedo seguir avanzando si no probamos primero si la burbuja puede contenerla.

—Siéntate, Humberto— le pidió Alaris.

Humberto se sentó.

—Gov no se está negando a traerla por capricho, se está negando porque Lyanna no está en la escuela.

—¡¿Qué?! ¿Y dónde está?

—No lo sabemos.

—¿Ya se lo comunicaron a Lug?

—No, y no vamos a hacerlo tampoco.

—Ya veo— murmuró Humberto—. ¿Quién más está envuelto en este acto de rebeldía además de tú y Gov?

—Llewelyn, Dana y Cormac.

—No me sorprende de Llewelyn, Dana es su madre y puede tener el juicio nublado, pero, ¿Cormac? ¿Cómo lograste convencerlo?

—No fui yo, fue Dana.

—¿Y a quién más piensas meter en este asunto? ¿A Nuada? ¿Myrddin? ¿Tal vez Cathbad para completar el cuadro?

—Si es necesario, sí. Y si tengo que ir más lejos, también lo haré.

—Debí saber que finalmente te ganaría el sentimentalismo— le dijo Humberto con desdén.

—Tú lo llamas sentimentalismo, yo lo llamo humanidad.

—¿Humanidad?

—¿Cómo piensan hacerlo, eh? ¿Cómo piensan matarla? ¿Será que morirá de inanición? Esa sería una agonía bastante larga y penosa. ¿O tal vez por deshidratación? Eso sería un poco más rápido, pero igual de horrible encerrada allá abajo.

—Los detalles no me conciernen, yo solo...

—¿Los detalles no te conciernen, dices? ¡Pues deberían!

—Tal vez Lug le deje agua y comida, no creo que sea tan cruel como para...— intentó Humberto.

—Puede dejarle toda el agua y la comida que quiera, ¡morirá sofocada antes de que pueda terminarla!— le gritó Alaris, dando un puñetazo en la mesa.

—Alaris, no entiendo, tú estuviste de acuerdo con esto— le reprochó Humberto.

—Eso es porque me dejé llevar por los miedos de Lug, pero conocer a Lyanna a fondo me hizo cambiar de idea.

—Pero la profecía...

—La profecía ni siquiera es clara con respecto a la verdadera amenaza, Humberto.

Humberto suspiró, sopesando su posición en todo el asunto.

—Supongo que me pedirás que elija un lado: con Lug o contra Lug.

—Ninguno de nosotros está contra Lug, Humberto. Todos estamos con él, por eso queremos hacerle entender que condenar a muerte a su hija es un error.

—Si lo pones así, no suena tanto como traición.

—Traición sería no detener esto, traición sería dejar que Lug la mate y se autodestruya en el proceso. Creo que él no ha pensado en las consecuencias de sus actos. Apuesto a que tampoco ha pensado en los detalles de la muerte de ella, pues no creo que quiera siquiera imaginarlos. No quiere verla ni hablar con ella porque en el fondo sabe que lo que va a hacerle es una abominación injustificada, aunque su miedo no le permite verlo. ¿Estás dispuesto tú a dejar que él se convierta en un asesino de niños? ¿Lo apoyarás para que mate a su propia hija a sangre fría?

Humberto se revolvió inquieto en su silla.

—¿Puedes ver que está ciego de miedo?— continuó Alaris—. Piénsalo, no pudo matar a Marga a pesar de que sus actos criminales eran concretos y consumados, pues lo conocido, aunque execrable, es menos aterrorizante que lo ignoto. Lo que lo mueve a actuar de esta forma con Lyanna es el miedo a lo intangible, a un futuro incierto que él ve como una hecatombe incontenible. Pero está equivocado, la manera de salvar el futuro no es matando a una niña cuyo papel en el asunto ni siquiera es claro.

—Entonces, ¿cuál es la forma?

—Eso no lo sé todavía, necesitamos más información.

—¿Y dónde la obtenemos?

—Con Augusto— respondió Alaris.

—¿Augusto?

—Sí. Lug tiene a Juliana investigando el símbolo marcado en su espalda.

—El medallón...— murmuró Humberto.

—¿Sabías de eso?

—Sí, algo me comentó Lug, pero no quiso decirme mucho. ¿Crees que Augusto sepa algo que pueda ser útil?

—Lo sabremos cuando enviemos por él— le respondió Alaris.

—A espaldas de Lug— adivinó Humberto.

—¿Lo harías?— fue casi un ruego.

Humberto vaciló un momento, y luego:

—Sí, te ayudaré con esto, pero solo hasta que podamos averiguar más sobre la profecía.

—Eso es más que suficiente para mí— sonrió Alaris.

—¿Cuándo quieres que lo traiga?— preguntó Humberto.

—Mañana mismo.

Humberto asintió con la cabeza:

—Iré a enviarle el mensaje.

—Gracias, Humberto, de verdad aprecio esto.

—Espero que no te equivoques con esto, Alaris.

—No me equivoco, te lo aseguro. 

EL SELLO DE PODER - Libro V de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora