Capítulo VII

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Aleksandra se sentía traicionada por las películas americanas, aunque sus padres insistieron en desmentir esas suposiciones.

En verano se mudó a Rusia y no estaba cubierto de nieve, no todo el mundo era frío, no rompían los vasos al beber vodka, y no bebían tanto vodka.

Llevar siempre un regalo y un ramo de flores, pero siempre en números impares porque de lo contrario se presagiaba muerte, no sentarse en una esquina porque te quedabas soltera por siete años, aunque Aleksandra se había resignado a ser la loca de los gatos, no dejar botellas vacías en las mesas de centro, si un pájaro se hacía encima tuyo tenías buena suerte.

Lo bueno era que los rusos tampoco usaban zapatos dentro de la casa.

Mudarse de Quebec a San Petersburgo no fue una idea muy buena.

Aleksandra legalmente era canadiense, era considerada estudiante extranjera, hablaba mejor inglés y francés que ruso, las costumbres chocaban constantemente.

¿Qué hay de malo en saludar o despedirse de beso?, para los rusos era una ofensa.

Pero lo peor de todo era que JJ vivía en Canadá, y Canadá era un país americano, por lo tanto estaba en un continente alejado de Europa, Asia, África y Oceanía, si lo quería visitar era por barco o en un vuelo, y sus padres no la dejarían escaparse un fin de semana, porque en Rusia se estudiaban los sábados.

Cuando se iniciaron las ceremonias que se realizaron fueron... inesperadas.

Los lazos blancos atando el cabello de las niñas, las filas perfectamente formadas y la campana que agitaba la pequeña niña que era cargada por un estudiante de último curso, un atractivo estudiante de último curso.

Cuando los organizaron en los salones Aleksandra era la única que no compartía puesto, al parecer nadie esperaba una nueva estudiante de último curso, aunque estaba en el mismo salón que el Guapo Chico de la Campana.

Cuando Yuri Plisetsky entró al salón no supo si debía agradecer o maldecir al destino.

Al ver al chico con su actitud altanera y desinteresada, sus frases agresivas y cortantes, el ceño fruncido y aquel aire de superioridad tuvo la epifanía que ese año sería difícil, nadie más estaba sin compañero, ella era la única persona disponible.

El rubio no llevaba ni una hora en el salón y ya los habían castigados, cuando Yuri parecía a punto de insultar Aleksandra le pateaba, recibiendo una mirada furibunda y aireada.

JJ la miraba con lastima cuando se quejaba de la actitud del ruso.

—Su mirada cuando no ganó la medalla fue atemorizante, mis condolencias, espero que llegues viva al final del año escolar.

Aleksandra le lanzó una almohada en la cara.

Por suerte ser compañera de Yuri Plisetsky traía sus ventajas, con la excusa de enseñarle los temas que desconocía por tener profesores privados tenía la posibilidad de estar lejos de casa, otra cosa buena era reencontrarse con Otabek, una persona con la que convivió durante cuatro años.

El lunes fue a la casa de Yuri, se encontró con el kazajo cocinando y al niño ruso vestido y peinándose con parsimonia.

—Ivanovich, ¿Listo para exponer?

Yuri le observó con furia.

Si las miradas mataran...

—Otabek.

El kazajo le respondió con un movimiento de cabeza.

— ¿Cómo está tu madre y tu hermana?

Yuri le golpeó la pantorrilla con fuerza, negó con la cabeza y dirigió su rostro hacia kazajo, acarició el puño de Otabek y le sonrió.

ErrantesWhere stories live. Discover now