Prólogo

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Otabek Altin se mordía el labio y entrelazaba los dedos de sus manos al ver a los rusos patinar, a un lado estaban los protegidos de Yakov, Viktor Nikiforov, el prodigio ruso de veintiún años, Georgi Popovich, un patinador que a pesar de iniciar como senior ya ganaba grandes competencias, Mila Babicheva, la única competidora junior de los protegidos.

Solo los mejores serán entrenados personalmente les había amenazado el entrenado ruso.

Víctor Nikiforov parecía molestar a Georgi Popovich junto Mila Babicheva, Yakov hablaba del arduo programa que llevarían a cabo, llamó a Mila con un movimiento de cabeza y la pelirroja patinó hasta el centro de la pista.

Mila cerró los ojos y empezó a patinar con elegancia, giraba y daba saltos sorprendentes, sus movimientos eran delicados y atrapantes, no falló ni una sola pirueta.

Yakov les ordenó entrar a la pista y practicar una serie de saltos, mientras Otabek esperaba su turno atisbaba el baile de Viktor Nikiforov, su largo cabello platinado, la sensualidad que desprendía, la belleza en sus facciones.

Cuando llegó su turno Otabek realizó la pirueta lo mejor que pudo, pero terminó en el hielo.

—Falta gracia y flexibilidad, técnica y confianza —razonó el prodigio ruso mientras Yakov le gritaba sobre las correcciones que debería hacer.

Al ver la cara roja del entrenador agradeció no hablar muy bien en ruso.

Esa noche llegó a su habitación completamente magullado, le dolía todo el cuerpo y estaba completamente agotado.

Tomó su osito de peluche y lo abrazó hasta quedar dormido.

Toda la semana le fue igual, no parecía haber mejora.

— ¡MILA! —gritó Yakov al finalizar la fatídica semana—, ¡LLÉVALO CON LOS PRINCIPIANTES!

La pelirroja asintió y empujó a Otabek para escapar de la ira de Yakov.

—Eres bueno —le dijo la niña rusa—, cuando no estás siendo observado por Yakov directamente demuestras talento, pero cuando te evalúan tiendes a fallar —Los ojos de Otabek se iluminaron al escuchar eso—, aunque no estás al nivel ruso, falta resistencia, flexibilidad, elegancia.

Seguramente la pelirroja hubiera seguido enumerando defectos si no hubieran llegado al salón.

—Ballet, de ocho a diez años —leyó el kazajo, orgulloso de entender el ruso.

Una mujer de cabello oscuro y sujeto en un prieto moño, piel blanca y rasgos afilados los observaba.

— ¿Qué quieres, Mila?

—Yakov lo mandó —respondió señalando a Otabek.

La mujer asintió y le ordenó entrar.

—Soy la señorita Dolcheza, haz lo que te diga y lograrás tener un gran futuro en el patinaje, falla y deberás buscar otra sueño infantil.

La clase estaba compuesta por tres niños, todos pequeños.

A pesar de encontrarse en una clase para principiantes esa noche Otabek quedó completamente agotado, cada músculo y articulación se quejaba ante cada movimiento, agradeció que el fin de semana no practicaran para que los niños pasaran tiempo con su familia.

El lado positivo, no necesitaba moverse, simplemente estar en su cama con el preciado oso; el lado negativo, su familia estaba en Kazajistán, su única conexión con su país era el osito, la foto que reposaba en su mesa de noche y la computadora para hablar gracias a las redes.

Encendió el aparato y tomó la foto en sus manos.

Otabek en el hielo por primera vez.

En la imagen un niño de cinco años estaba imitando a una mujer, los brazos levantados y soportando el peso en una pierna.

Su madre le daba la espalda a la cámara pero él sabía que le sonreía a su pequeño hijo.

—Cariño —dijo una voz desde la computadora.

Una bella mujer de ojos castaños y cabello negro le sonreía, las arrugas al borde de los ojos y la sonrisa capaz de iluminar el lado oscuro de la luna.

—Estoy muy orgullosa, ¿Estás feliz, estás comiendo bien, necesitas que envíe algo, has progresado?

Otabek desahogó todas sus dudas en la mujer, deseó que estuvieran en el mismo lugar para poder abrazarla y respirar su aroma a canela.

— ¿Te parece si te envío mi bufanda y un poco de mi perfume?, si en algún momento decides que no quieres seguir yo...

—No —interrumpió Otabek—, voy a ser el mejor, me esforzaré. Pero quiero la bufanda y el perfume.

Su madre prometió enviarlas e incluir macarenas para compartir con sus amigos.

¿Mila cuenta como amiga?

***

Yuri Plisetsky estiraba sus músculos en el salón solitario, las piernas completamente estiradas y el torso girando de lado a lado.

La profesora entró, le alabó por su flexibilidad y le regaló ciertas recomendaciones.

Los otros estudiantes entraron y Yuri observó detrás de sus mechones rubios al nuevo estudiante, su piel era más oscura, su cabello era negro al igual que sus ojos, algo a lo que Yuri no estaba acostumbrado, algo exótico comparado con las pieles blancas, ojos y cabello claros que usualmente portaban los rusos.

Lo observo por morbo razonó el joven de ojos verdes.

La señorita Dolcheza soltó un suspiro exasperado en dirección al extranjero.

—Yuri, muestra a Otabek lo que debe hacer.

El niño repitió la rutina a la perfección, cada posición perfecta, una presentación impecable.

— ¿Le podrías enseñar a Otabek? —rogó la profesora.

Yuri asintió, ya dominaba a la perfección todo lo que tenía que hacer, pero maldijo mentalmente al otro niño por hacerle perder tiempo.

—Primera posición —ordenó de forma demandante.

El niño kazajo le obedeció.

Con ojos inexpresivos le corrigió las poses, empujaba brazos y piernas, al conseguir la pose adecuada le ordenaba cambiar.

Al pasar la semana el orgullo se asentaba en su pecho, Otabek lograba hacer la rutina de ballet sin fallar tanto como antes.

A pesar de ese acercamiento para Yuri seguía siendo un rival en potencia, con el impulso adecuado aprendía rápido, pero para Yuri eso era una traba en su sueño.

El verano pasó y para la felicidad y molestia de Yuri (aunque este únicamente aceptara la segunda) Otabek ya estaba al nivel de un Junior ruso y ahora se mudaba a Estados Unidos con su nuevo entrenador.

Yuri por su parte tendría una entrevista con Yakov sobre su futuro.

En el último día del campamento Yuri fue al balcón a observar la ciudad de noche, allí estaba Otabek comiendo algo de una caja.

— ¿Qué es? —preguntó de manera infantil.

—Macarenas, las hace mi mamá.

Yuri se sentó a su lado y Otabek le ofreció una.

—Parecen galletas.

—Son muy ricas.

Yuri se llevó una a la boca y la mordió de manera dubitativa, al notar el sabor se la tragó de una y tomó otra de la caja.

—Son mejores los pirozkhi de mi abuelo.

Otabek le dedicó una sonrisa.

—Gracias por ayudarme.

—Igual te superaré en un futuro, tú irás a la liga Senior y allí nos enfrentaremos, te ganaré, pero más te vale esforzarte, no quiero pensar que desperdicié mi tiempo.

—Prometido.    

ErrantesWhere stories live. Discover now